Cumpleaños de los Estados Unidos
Hay algo que me impresiona de los Estados Unidos, algo que no tiene nada que ver con su potencial económico o militar. Es su capacidad para convertir en beneficios morales los instintos más ruines y bajos del hombre utilizando un sistema de transformación único en el mundo. Es una fórmula que funciona a todos los niveles en que la administración se relacione con ciudadano.Por ejemplo: un norteamericano anuncia que va a regalar un cuadro de Rubens al museo de su ciudad natal. La prensa elogia su gestión con grandes titulares.
El museo lo acepta pero le permite tenerlo en su casa hasta que se muera: con ello el donador lo que ha conseguido es evitar los altos impuestos que debería bonar en caso de retenerlo, pero la ciudad ha adquirido un cuadro que será propiedad de todos los ciudadanos, tras un período de espera que no representa nada al lado de las generaciones que disfrutarán del magnífico presente. De un egoísmo individual se consigue pues, un provecho para la comunidad.
Una vez acudí a un consulado USA con una norteamericana: la petición que ella hacía encontró dificultades al parecer insuperables. La señora se indignó:
-Ahora mismo escribo mi senador, amenazó.
Mi reacción íntima fue la de cualquier latino, es decir, de hilaridad. Ahora el cónsul le contestará que puede escribir su padre si quiere, que no le va a servir de nada. Es lo que hubiera dicho cualquier burócrata del Mediterráneo. Pero con gran asombro mío el funcionario cambió de cara.
Intereses
-Por favor, no se enfade señora... Intentaremos arreglarloSe arregló en veinte minutos. Y mi curiosidad despierta intentó seguir los hilas del ovillo que habían obligado tal abrupto cambio de actitud. Resultó éste. La señora escribía al senador de su Estado quejándose del trato que había recibido del representante de su país en el extranjero. El senador recibía la carta. Al senador, en principio, le importaba muy poco las vicisitudes de la señora Smith en Madrid, pero en cambio le importaba muchísimo su propia carrera política. Entonces se levantaba en el Senado y, con la carta en la mano, acusaba al Departamento de Estado de tratar despectivamente a un compatriota que con sus impuestos mantenía a sus funcionarios en el extranjero. El Departamento de Estado, cuyo presupuesto depende todos los años del voto de ese senador entre otros, se apresuraba a mandar un cable de repulsa al cónsul en cuestión, pero éste era para el senador un resultado secundario. El que él buscaba era que la prensa del Estado que le había elegido diera en primera plana su intervención a favor de un conciudadano. La reacción de los lectores era: "Se preocupa de nosotros, defiende nuestros intereses. Volveremos a elegirlo". De nuevo una ambición bastarda, personalísima, la de mantener una situación privilegiada, en alg8unos casos con negocios al margen o aprovechando (léanse los últimos escándalos) los servicios nocturnos de las mecanógrafas consigue una ayuda eficaz para el ser anónimo, el votante sin poder político.
Sublimizar en provecho general los intereses particulares se nota, sobre todo, en las revelaciones periodísticas. Todo el mundo se ha hecho eco de la hazaña de unos jóvenes llamados Woodward v Bernstein: pero ésta es solo una de las mil denuncias que todos los años llevan a cabo modestos periodistas de provincias. El objetivo no es, claro está, la Casa Blanca ni el presidente: puede ser la alcaldía o el sheriff del distrito. El asunto puede interesar a millones de personas o sólo a miles, pero la idea que les acucia es la misma. Exponer un caso y ganar un triunfo periodístico. Estoy totalmente seguro de que lo menos que inspira las campañas, en las que se llega incluso al riesgo físico, -si está envuelta la mafia, por ejemplo- es sentirse cruzdos de la moral pública. Lo que les impulsa es la seguridad de que si consiguen probar sus alegatos, obtendrán el Premio Pulitzer y con ello, la gloria y el dinero. Pero el resultado de esa ambición personal - y si se quiere mezquina- esta está ahí en su mejor y más esplendoroso ejempl: Watergate. La victoria de dos profesionales de la noticia apoyados por una mujer, la señora Graham -quizá más heroica que ellos porque tenía más que perder, entre otras amenazas más o menos veladas, recibió la de que se cerrarían sus estaciones de televisión y radio, que en los Estados Unidos es de las pocas empresas públicas que siguen dependiendo del permiso renovable de un Gobierno. Y pese a ello, el todopoderoso presidente de Estados Unidos, jefe supremo de las fuerzas de tierra, mar y aire más potentes del mundo, se vio obligado a renunciar a su cargo por la denuncia y pruebas acumuladas por dos simples ciudadanos con una maquina de escribir como toda arma.
Curioso país donde la moral se mezcla a la política hasta desconcertar, en el que millones de norteamericanos se escandalizan cuando se revela que la Casa Blanca juega con cartas marcadas o que la CIA proyectaba asesinar a jefes de Gobierno enemigos de los Estados Unidos.
Ni en Inglaterra ni en Grancia se le ocurriría a nadie atacar por eso al Intelligence Service o al Deuxieme Bureau. A todos loes parecería natural que así ocurriera, porque para eso están las CIA de todo el mundo. Para las conveniencias del país imperial, con la mayor discreción posible, pero también con la mayor efectividad. Y en cuanto a los soborns de las multinacionales conociendoI talia, por ejemplo, produce risa pensar en el efecto que produciría en muchos políticos de la nación hermana enterarse del hecho. Surgiría un diálogo así
Diálogo
Periodista norteamericano: «Le voy a hacer una revelación tremenda. La Lockheed ha pasado cien mil dólares a su compañero en el Gobierno para conseguir el contrato de compra de sus aviones »Político: ¡Cómo! No me lo puedo creer (y para sí) : Será canalla! ¿Y me había prometido compartirlo conmigo!
Sí, es un país curioso, -entre el idealismo y el positivismo-, que después de dominar al mundo, después de pesar física, duramente sobre él, ambiciona que, encima, se le quiera. Raymond Cartier les advertía: "Por favor, díganos si sus acciones las dicta la necesidad política o si obedecen a sus convicciones puritanas. Cuando mezclan ambos móviles nos desconciertan".
Una vez contemplé en la televisión norteamericana a Malcolm Muggeridge, el enfant terrible del periodismo británico, entrevistado por quien era entonces el número uno de los presentadores de aquel país, Jack Para. Y éste le preguntó:
-¿Es cierto que en Europa no nos pueden ver?
-Pues, claro -contestó Muggeridge, con ese acento crispado del inglés cultivado-, naturalmente.
-Pero ¿por qué? ¿por qué?... Les damos crédito, les protegemos con nuestras tropas del peligro comunista
-Pero, mi querido amigo ... la razón única es que son ustedes demasiado ricos, demasiado altos, demasiado fuertes.. ¿Cómo no les van a odiar? A todos los países que en la historia han tenido esta ventaja, les ha pasado lo mismo. Piense en Inglaterra en el siglo XIX. No nos podía ver nadie. Pero había una diferencia con los Estados Unidos de ahora ...
-¿Cual era?
-Que a nosotros no nos importaba lo más mínimo. Lo encontrábamos natural. Y ustedes van y sufren...
Y, curiosamente, es verdad.
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