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El anticlericalismo como riesgo para la democracia

La historia de España está llena de diversos tipos de anticlericalismo: desde la extrema-derecha hasta la extrema izquierda. Ahora no es el momento de describir cada uno de estos anticlericalismos: solamente quisiera subrayar lo que en este momento de ansiosa búsqueda de democracia, pudiera significar una innecesaria repetición de errores cometidos en nuestra propia historia reciente.Es curioso observar a este respecto que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) ha sido quizá el de más relevante tradición anticlerical en estos últimos tiempos, tanto antes de la guerra civil como después. Sin embargo, Pablo Iglesias, el fundador y máximo dirigente del partido, era motejado en los círculos adictos a El Molín como Pablo Capillas, por su resistencia a apoyar las campañas del anticlericalismo burgués. Y así declaraba en una encuesta hecha en 1903 entre los dirigentes socialistas europeos: «Yo creo que para un verdadero socialista el enemigo principal no es el clericalismo, sino el capitalismo, que en los presentes momentos históricos aparece esclavizando a los pueblos... Excitar al proletariado a que dirija su actividad y sus energías contra los clericales antes que contra los patronos es el error más grave de que puedan ser víctimas los que aspiren a terminar con la explotación humana».

Modernamente, el PSOE, en su congreso de agosto de 1967, recoge la vieja tradición de su fundador y reconoce que «el socialismo no es una actitud de proyecciones metafísicas. El socialismo es laico y no liga su doctrina y su acción a lo trascendente, pero no es antirreligioso. Considera respetable la conciencia del hombre y ve en la libertad religiosa el clima de respeto reciproco para la convivencia humana en una deseada y fecunda paz social».

A pesar de todo, no podemos olvidarnos del viejo refrán castellano: «Donde candelita hubo, siempre rescoldo quedó ». Efectivamente, hojeando nuestras publicaciones «progresistas», nos tropezamos de vez en vez con ese tipo anacrónico de anticlericalismo que (con muy poca gracia, por cierto) utiliza símbolos y puntos de referencia religiosos de una forma completamente indigna, que hiere la conciencia de los creyentes (por muy progresistas que éstos sean).

Esto, además de bloquear de por sí la posibilidad de convivencia democrática de todos los españoles, les da una baza admirable a esos «clericales» a los que se quiere combatir eficazmente. Es, como decía Pablo Iglesias, equivocarse de objetivo: el «clerical» no es enemigo político o social por lo que tenga (o aparente) de hombre religioso, sino por su inserción en un determinado entramado de relaciones de producción.

Un creyente (aquí me reduzco a los cristianos, ya que es el caso común entre nosotros) sabe lo que le cuesta su fe: es una tremenda exigencia .de honestidad, de justicia, de pureza de intención, de renuncia al egoísmo, etcétera. Por eso se explica psicológicamente, que en el fondo, esté deseando tener alguna justificación para deshacerse de esa fe molesta. Ahora bien, si la lucha por la justicia y por la igualdad se presenta como incompatible con el sentimiento religioso o con la fe, entonces los que quieren bloquear esta lucha utilizan hábilmente esta supuesta incompatibilidad para sus propios fines. Quiero decir que si se pregona a los cuatro vientos que una sociedad socialista eliminará los residuos de la fe religiosa (considerada como una alienación a extinguir), entonces el hombre medio, asido a su fe religiosa, estará tremendamente dispuesto a dejarse manejar por los que interfieren la marcha de la comunidad humana hacia soluciones socialistas. Esto pasó en la Revolución de octubre, cuando el socialismo, vencedor en Rusia, proclamó como esencial el ateísmo militante: con ello le regalt generosamente al mundo capitalista y burgués (cuyos dirigentes no eran nada religiosos, sino más bien agnósticos y ateos) la posibilidad de manipular a su gusto la conciencia religiosa del pueblo. Y para ello llegaron a aceptar sumisamente las condiciones que las iglesias les ponían, adoptando una humilde (falsamente humilde) actitud de conversos.

A este respecto el «Che» Guevara hizo una atinadísima observación cuando daba este sapientísimo consejo a los cristianos latinoamericanos: que se incorporaran al proceso revolucionario sin complejo de superioridad, pero también sin avergonzarse de su fe.

Y es que la lucha por la democracia, aquí y ahora, debe pasar por fuera y por dentro de las iglesias: sin privilegios, pero también sin humillaciones

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