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Tribuna:LOS PRÓXIMOS DIEZ MIL AÑOS /3
Tribuna
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Vuelos tripulados a Marte y Venus

Hacia finales del siglo XXI los vuelos tripulados a Marte y Venus, se convertirán, probablemente, en algo tan común, como lo son hoy los vuelos a través del Atlántico. ¿Pero, por qué, se preguntan algunas personas, es necesario aterrizar en Marte o en Venus? ¿Por qué es necesario aterrizar en alguna parte? ¿Existe alguna razón absoluta por la que todos debamos residir permanentemente en la superficie de un planeta, en lugar de en una ciudad volante? He descrito las comunidades que vivirán en la Luna y en Venus, pero en ambos casos estos colonos padecerán algunas desventajas inevitables de sus medios ambientes. Bajo el temor constante, en la Tierra, de la sobrepoblación, el conflicto civil y la guerra atómica, y sobre todo, a causa de la necesidad comercial de la construcción espacial en fábricas que giren alrededor del Sol, es probable que la década de 1990 vea el comienzo de la construcción de ciudades volantes, que finalmente llegarán a tener muchos kilómetros de diámetro y proporcionarán hogares permanentes a cientos de miles de personas. Es el caso de la estación espacial orbital Skylab, en la que los astronautas ocupaban cuartos tan grandes como los de una casa de familia media. Vivían casi tan confortablemente como nosotros en la Tierra. Digo «casi tan confortablemente» porque tuvieron que aclimatarse a la ingravidez. El Skylab era una estación demasiado pequeña para girar sobre un eje y proporcionar así gravedad artificial a sus ocupantes. Pero imaginemos, en cambio, dos Skylab de masa similar, unidos por una barra de unos trescientos metros de largo. Los astronautas de ambas estaciones desean tener gravedad, para poder andar igual que en la Tierra. La solución es sencilla: los astronautas de ambas estaciones encienden simultáneamente cohetes direccionales en direcciones opuestas, el sistema entero empieza a girar, y proporciona gravedad a ambas estaciones.Hablo algo a la ligera de una barra de conexión de trescientos metros de largo. Pero sólo utilizo esta idea para mostrar que la ingravidez no será un problema en los viajes espaciales. Se puede eliminar fácilmente haciendo girar un sistema espacial. Es probable que les den esta rotación lateral inicial a las estaciones espaciales mucho mayores que sucederán al Skylab, para que sus habitantes vivan confortablemente. La MacDonnell-Douglas Aircraft Corporation, mirando más allá de 1990, ha estudiado el concepto de una tercera generación de estaciones espaciales comerciales, que llevarían a cuatrocientas personas. En una construcción gigantesca como ésta no se necesitarían tales barras. El sistema entero sería lo bastante grande (en la escala humana) como para girar sobre su eje y proporcionar gravedad en todas sus partes, excepto en el centro absoluto. Tampoco habría razón, una vez que se hubiese logrado la gravedad, para limitar el número del personal de la estación a cuatrocientos. Las estaciones aumentarán enormemente en tamaño. Se convertirán en verdaderas ciudades del espacio, de muchos kilómetros de diámetro, y acomodarán a decenas de miles de personas. A causa del sistema de gravedad, las partes periféricas de estas ciudades serán residenciales, mientras que los sectores cerca del centro, donde la ingravidez es inevitable, se reservarán para fines industriales.

La gravedad de un sexto en la superficie de la Luna nos brindará algunos nuevos procesos industriales bajo ingravidez parcial. Pero una gravedad débil no es un sustituto de una gravedad nula. Aunque consideremos la Luna para nuestros más grandes adelantos en la tecnología del vacío y la astronomía, sólo en los entornos sin gravedad de los centros de las fábricas y ciudades espaciales es donde se lograrán adelantos realmente complejos en la fabricación bajo ingravidez. Estos incluirán el desarrollo de estructuras cristalinas puras con aplicaciones electrónicas difícilmente imaginables, metales sumamente ligeros y de gran resistencia, métodos de ingeniería nuclear que serían demasiado peligrosos dé llevar a cabo en la Tierra o hasta en una Luna poblada, y, paradójicamente, desarrollos metalúrgicos bajo las condiciones de gravedad sumamente alta. Estas condiciones se pueden crear haciendo girar muy rápidamente un satélite industrial, de manera que los objetos en la superficie interna de su esfera puedan ser lanzados hacia fuera por una terrible fuerza centrífuga. Todas estas técnicas contribuirán a un modo de vida, en todo el Sistema Solar, que a nosotros nos parecería mágico.

Los habitantes de las ciudades volantes podrán reproducir casi cualquier condición terrestre que deseen. Algunas partes externas de su estructura no rotarán, sino que estarán siempre de cara al Sol. Podrá haber grandes campos de granjas agrícolas o hidropónicas bajo bóvedas transparentes. Imaginemos una serie de estas ciudades, con la forma de ruedas gigantescas, cada una de alrededor de treinta kilómetros de diámetro, y con muelles gigantes para sus actividades de transportes comerciales entre las ciudades, que giran alrededor del Sol, sostén de la vida en distintas órbitas. Cada ciudad tendrá en órbita muchos satélites más pequeños que ellas. Entre éstos estarán las rápidas naves espaciales que podrán llevar a hombres y materiales a otras ciudades y a planetas distantes. Estarán en órbita alrededor de su ciudad madre hasta que lo deseen, del mismo rnodo que en la Tierra una lancha motora está atada a un trasatlántico mientras se halla fondeado.

No existe ningún límite absoluto referente al tamaño que puedan llegar a tener estas ciudades. En cualquier caso, las ciudades de la Tierra pueden padecer problemas que son principalmente culpa de su propia geografía. El centro de Los Angeles descansa en el cuenco de una montaña, el cual, en ciertas condiciones atmosféricas, concentra el humo de los coches hasta niveles dificilmente aceptables. Manhattan, la isla central de Nueva York, está tan comprimida que gran número de ciudadanos viven en apartamentos de rascacielos deshumanizados, y el crecimiento de los barrios bajos es endémico. Las cordilleras del Japón han forzado a la industria a concentrarse en un área gigantesca alrededor de Tokio. La cantidad de polución atmosférica en Tokio se puede juzgar por el hecho de que, en los últimos años, los agentes de tráfico han tenido que llevar másearas de gas. Washington, DC, capital del niundo occidental, padecía en verano de una humedad tan terrible que, hasta la invención del aire acondicionado, los Gobiernos británicos consideraban su embajada allí como un puesto difícil. No es tanto al comportamiento de los modernos habitantes de estas ciudades a quien habría que culpar por estos problemas, como han mantenido algunos escritores; es más bien a su geografía. Las ciudades de la Tierra están afectadas de innumerables dificultades, que sus fundadores, ignorando los efectos de la industria moderna, no podrían haber previsto nunca. No es solución construir más ciudades grandes en la Tierra, que solamente quitarían a otras personas sus espacios abiertos. La única solución ideal es construir nuevas e ilimitadas ciudades en la amplitud casi ilimitada del espacio interplanetario. Serán capaces de ofrecer todas las comodidades que debe tener una ciudad. El viaje espacial de ¡da o de vuelta puede ser tan sencillo y barato como un viaje aéreo entre ciudades terrestres hoy en día. Sus desechos industriales pueden ser lanzados al espacio en contenedores especiales y propulsados de modo que los devore el Sol, sin crear inconvenientes. Su fuente básica de energía eléctrica también será el Sol, y no habrá nubes que la interfieran. Cada desastre en estas ciudades será culpa de sus habitantes y, si algo falla, sólo se podrá culpar al alcalde.

A medida que las ciudades se vuelvan más complejas, no hay razón para que sigan siendo satélites de la Tierra. En realidad, la gente de la Tierra tendrá una razón poderosa para, que esto no ocurra, pues un número suficientemente grande de ellas obstruiría la luz d el Sol. Es probable que sigan sus órbitas propias alrededor del Sistema Solar, y algunas de ellas desaparecerán tras el Sol durante muchos meses. Krafft A. Ehricke lo resume así: «Con sus fábricas gigantes y sus medios de producción de alimentos, las ciudades mantendrán una flota mercante propia de naves espaciales, unos centros propios de explotación minera de materias primas en otros cuerpos celestiales y serán ciudades-estado políticamente independientes ».

La construcción de las ciudades comenzará probablemente en la última década del siglo XX, con vigas de metales sumamente ligeros, posibles gracias a la tecnología en órbita terrestre. El desarrollo de la industria lunar en las próximas décadas hará aún más fácil y barato obtener materiales ligeros de construcción. Pero a medida que avance el siglo XXI y el XXII, las ciudades se volverán más numerosas y grandiosas. Gradualmente habrá una crisis de materias primas, que las fábricas de la Luna no podrán ya suministrar en cantidad suiSciente. Si las ciudades quieren seguir desarrollándose, tendrán urgentemente que explotar parte de la materia libre del Sistema Solar, que afortunadamente tendrán a mano. Entre las órbitas de Marte y Júpiter, formando una amplia faja a unos 300 millones de kilómetros del Sol, hay un enjambre gigantesco de planetas diminutos conocido colectivamente como el Cinturón de Asteroides. Son todos demasiado pequeños para tener, una atmósfera. El mayor de todos, Ceres, no tiene más de setecientos kilómetros de diámetro. El resto, unos 50.000, van desde un tamaño de quinientos kilómetros de diámetro, a meros trozos de roca de pocos metros de diámetro. Juntos tienen una masa de aproximadamente el uno por ciento de la Tierra. Como no tienen valor económico en su actual situación, y como ya habrán agotado su interés científico para mediados del siglo XXI, muchos serán destrozados para proporcionar los materiales parala nueva construcción urbana.

En el siglo XXIII, una región próxima a la órbita de la Tierra alrededor del Sol será una corriente aparentemente infinita de masiva quincallería residencial e industrial. ¿Aparentemente infinita? A un visitante de nuestro tiempo, le parecería así. Pero la gente de esa época no se sentirá satisfecha. Habrá una civilización con un presupuesto energético de unos 1037 ergios, que manejará una potencia 100 millones de veces mayor que la nuestra. Como siempre, sin embargo, tendrá preocupaciones sobre el futuro. Se hablará de una crisis de materias primas. Mirarán con indignación las gigantescas brechas en el gran anillo de fábricas y ciudades que rodearán al Sol.

Nos los podemos imaginar diciendo: « ¡Observad ese vacío negro! Nueva Chicago desapareció tras el Sol hace una semana. No se espera que aparezca Nueva Londres antes de otros cuatro días. ¿Qué hay entre ellos? Unos cuantos pueblos insignificantes y unos parques de diversiones, el mayor de ellos de quince kilómetros escasos de diámetro. Todo ese espacio vacío se está despilfarrando. Deberíamos hacer algo por la humanidad. Pero ¿qué podemos hacer? Queremos expandirnos, pero no podemos. Hemos agotado la masa de los asteroides y no podemos tocar el interior de los planetas porque están cubiertos de gente. La gente reclama espacio vital y los industriales y los gobiernos se desviven por encontrar materias primas. ¿De dónde podemos sacarlas? »

Sólo habrá un lugar para obtenerlas, a pesar de lo fantástica que pueda parecer la sugerencia, incluso para la gente del siglo XXIII. El planeta gigante Júpiter sólo está dos veces más lejos del Sol que los asteroides; ¿qué valor económico tiene en su órbita actual?, se preguntarán nuestros descendientes. Es un astro tentador, 30.000 veces más masivo que todos los asteroides ahora desaparecidos. Si se pudiera descomponerlo, la humanidad no tendría ya que preocuparse durante miles de años. Los hombres del siglo XXIII, armados con sus 1037 ergios, empezarán a examinar Júpiter, el gigante de nuestro Sistema Solar, con mirada adquisitiva y depredadora.

Próximo capítulo:

Júpiter, el planeta gigante, es inhabitable. Pero se puede desmantelar y aprovecharse de sus recursos. Dentro de cuatro o cinco siglos, el hombre será capaz de idear explosivos que harían añicos a Júpiter en cuestión de unas horas.

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