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"Apretó el gatillo de su escopeta sobre mí, hasta tres veces"

Emilio Alonso Munárriz, industrial panadero de sesenta y tres años, fue detenido ayer en Soria, alrededor de las dos de la tarde, según pudo saber EL PAIS de fuentes solventes. El día anterior, en la sede del Consorcio de Panaderos, el señor Munárriz -según informó él mismo a EL PAIS- realizó algunos disparos y posteriormente bajó a la calle y persiguió a Rafael Martínez Caro, comisionado de los panaderos de Madrid ante el convenio colectivo del sector.

El señor Alonso Munárriz presentó recientemente una denuncia por amenazas de muerte contra su persona. Por otra parte, durante la madrugada de ayer se registró un incendio en el portal del Consorcio, que hizo arder la puerta en su zona baja, la moqueta del piso y causó la rotura de varios cristales y de dos tablones de anuncios colocados en el recinto del portal.Hemos dialogado con Pedro Castro, presidente de la Agrupación Nacional de Panadería y procurador en Cortes en representación del Sindicato Nacional de Cereales.

-Fue alrededor de las tres menos veinte de la tarde del día 2 de julio. Yo me encontraba en mi despacho de la primera planta de Palma, 10, junto al secretario de la Agrupación Nacional de Panaderías, Carlos Quintana, y con Juan José Herrero Mañas, José Losada y Rafael Martínez Caro comisionados del sector, que me informaban sobre el futuro convenio colectivo. El ordenanza me anunció la visita de Alonso Munárriz y pasó a mi despacho. Le pregunté qué tal estaba y respondió que mejor que nosotros. Seguidamente refirió que acababa de ver a algunos funcionarios a los que les había transmitido opiniones sobre la corrupción, además de pedirles su dimision. Pasó luego a dirigir algunas diatribas contra éstos y le respondí que no toleraba juicios sobre personas ausentes.

-Acto seguido -prosigue Pedro Castro- nos preguntó si queríamos ver fotografías sobre la manifestación de la calle de Preciados, el pasado día 22. Salió del despacho y, al parecer, bajó a su coche. Al poco volvió a entrar con un maletín marrón claro, de mediano tamaño, y lo dejó sobre uno de los sofás del tresillo de mi despacho. Extrajo del maletín dos láminas con contactos fotográficos muy pequeños, algunos de ellos punteados con bolígrafo azul, y nos preguntó si no veíamos nada.

-«Yo no veo nada», respondí -dice el señor Castro- Estaba sentado frente a mi mesa y Alonso Munárriz comenzó a referir algunas frases sobre las peticiones públicas de descenso de los precios del pan. Inmediatamente después fue al maletín y extrajo el arma, una escopeta de cañones recortados, y me encañonó. Por tres veces consecutivas apretó el gatillo, sin éxito. Carlos Quintana, que estaba a mi derecha, y Rafael Martínez Caro, que se sentaba a su lado, intentaron alcanzar la puerta que da a un servicio contiguo a mi despacho. Apuntó su escopeta y un cartucho que salió de ella se incrustó en la pared.

Sobre el muro, empapelado con un revestimiento adornado de rombos con lises, de tonos verdes claros y oscuros, se aprecian varios centenares de pequeños impactos, que también fueron a dar sobre el óleo colocado en la pared, sobre el sofá del tresillo del despacho.

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-Estaría a unos tres metros de él y a poca distancia menos, los demás. Salió tras ellos hacia el servicio y les formuló algunas amenazas. A Carlos Quintana le colocó la escopeta sobre los riñones y le hizo dirigirse hacia la escalera, por donde rodó el encañonado. Rafael Martínez Caro, que iba detrás -según parece-, salió corriendo en su ayuda, pues la caída por la escalera, rodando, le había dejado sin sentido. Fue entonces cuando Alonso Munárriz corrió tras Martínez Caro a lo largo de la calle de Palma y no, como se ha escrito, desalojó la sede del Consorcio.

-Ahora -prosigue el señor Castro- me dicen que ha sido detenido en Soria y parece que le han sido ocupados la escopeta y seis cartuchos sin gastar; además hay otro cartucho picado -el que disparó por tres veces contra mí-, además del que quedó sobre la pared de mi despacho.

-Tengo que decir que cuando me encontraba en la Comisaría denunciando los hechos, -alrededor de las tres y cuarto de la tarde, se recibió una llamada telefónica en el Consorcio que los ordenanzas atribuyeron a Alonso Munárriz, el cual, tras la persecución por la calle de Palma, huyó. En la llamada telefónica se preguntó si las puertas a la calle estaban abiertas y el comunicante exigió qqe se cerraran pues pensaba incendiar el local. Fue a las cuatro y pico de la mañana cuando se produjo el incendio en el portal del inmueble. Los vecinos, que escucharon una explosión, avisaron a los bomberos, que apagaron el fuego.

-Yo -continúa Pedro Castrome enteré a las 6.45 de la mañana del incendio, pues me telefonearon desde el Consorcio.

El señor Castro baja a la planta inferior y con una linterna la planta se ha quedado sin fluido eléctrico, muestra los desperfectos causados por el fuego.

-Debieron introducirlo por debajo de la puerta o por el buzón de las cartas -prosigue- y, como puede verse, destruyó la moqueta del suelo, los cristales que sirven de dintel interior y los tablones de anuncios del portal, uno de ellos anteriormente colocado sobre la habitación de los porteros. Las paredes están descascarilladas y el suelo -según permite ver la luz de la linterna- está lleno de cristales. ¡Menos mal -concluye- que no ha habido víctimas! Además, y por fortuna, el cerebro electrónico, que ocupa una estancia contigua, tampoco ha resultado dañado.

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