A Franco lo que es de Franco
Y eso que la semana empezaba bien. Una imponente nómina de personalidades dispares encabezaba, en la gran prensa, el homenaje al fundador y presidente del Club Siglo XXI, Antonio Guerrero Burgos. El cronista tuvo la suerte de participar de espectáculo en una mesa rutilante: Manuel Cantarero, que preparaba -para el día en que comparecen estas notas- una asamblea extraordinaria que será, sin duda, extraordinaria; Juan Ignacio Saenz Díez, que trataba de calmar, por aquello de la discusión y la convivencia, los nobles a batos de Julián Cortés Cavanillas en la esa de al lado, contra los excesos del próximo búnker; dos jóvenes -periodistas de Arriba y Cifra que demostraban con sus certeros comentarios algo que a veces se oculta, es decir, que las aberraciones de la comunicación oficiosa, cuando se producen no dependen casi nunca de los profesionales que la sirven. Enfrente, una bella, redactora de este periódico y este cronista sentíamos un escalofrío virgiliano cada vez que Luis Carandell tomaba el bolígrafo para reproducir, radiante, algún comentario y algún escorzo.La semántica de un pate
Al levantarme para endosar con gratitud el homenaje a Antonio Guerrero, gran caballero andante de la política celtibérica, advertí con pánico que en las mesas que caían bajo el micrófono las expectativas más aperturistas eran, en una, Antonio María de Oriol; en otra, el marqués de la Florida. Pues otras mesas contiguas reunían a un conjunto venerable que convertía automáticamente en radical demócratas a las citadas. De ellas nació un siseo de advertencia cuando citamos la cariñosa adhesión del cardenal de Madrid; y eso, que el enfeudamiento político a la Iglesia todavía es, parece, precepto constitucional vigente. Pero cuando se nos ocurrió agradecer con la cita pública de sus nombres el eneroso ejemplo de convivencia que dieron, con sus adhesionés, Joaquin Ruiz-Giménez, José María Gíl-Robles, Fernando Alvarez de Miranda, Iñigo Cavero, Fernando García Lahiguera y Fernando Chueca, las mesas expectantes empezaron a danzar como poseídas de frenesí espiritista; aunque bien analizada la semántica del suceso, aquello no parecía pateo sino pataleo, que a tan poca,entidad vase reduciendo el antiguo derecho de pernada política atribuido por el reflujo de la historia a la sombra de una clase dirigente. Tan curioso ejemplo de civismo por parte de algunos padres y algunos tíos segundos de la Patria no empaña, si no, que enaltece, los méritos de Antonio Guerrero Burgos, rubricados inmediatamente por el aplauso redondo que ahogó los pedestres excesos de los discrepantes orgánicos.
A desmentir tocan
Camino de Santiago, por el aire, para participar como observador y como actor de reparto en el V Congreso de Libreros, se enfrascaba el cronista en un articulísimo: -como todos los dé Camilo José Cela- con título excitante para una sensibilidad profesional en tiempo de exámenes: La historia de España contemporánea. (Luego supe que sólo apareció en media edición de Cambio 16.) En ese artículo se afirma: «Según lo revelado por Joaquín Satrústegui y no desmentido por nadie, resulta que no fue Franco sino Pétain: -y por tablas- quien nos ahorró la tragedia, ya que, según lo dicho por el general Kindelán -y tampoco por nadie enmendado-, Franco quería entrar a todo trance en la guerra y al lado de los alemanes.» Poco después corrobora: «En la entrevista de Hendaya, según los españoles sabemos ahora e ignorábamos antes, no fue Franco sino Hitler quien dijo que no.» Y poco antes atribuye Cela a Franco el «habernos metido en otro desastre, la guerra civil». Para esta tesis don Camilo se basa en su propia intuición; para la «revelación» de Hendaya se apoya en un artículo de Joaquín Satrústegui publicado en ABC, el 26 de mayo, que a su vez invoca el testimonio del general Kindelán.
La credibilidad que confieren al señor Satrústegui su ejecutoria personal y su caballerosidad unánimemente reconocida; la enorme autoridad social que ejerce, mucho más de lo que él sospecha, don Camilo José Cela,pueden lograr conjuntamente,el absurdo de que una sarta de disparates como los que acabo de resumir parezca, primero, una noticia sensacional; y después, uná conmoción de la historia aceptada. Nadie gana a este cronista -y me he hartado de demostrarlo- en admiración efectiva por nuestro candidato permanente al premio Nobel. Pero aceptar la validez de una peregrina tesis histórica sólo porque nadie la ha desmentido parece metodología un tanto radical y apresurada. El artículo del señor Satrústegui, en el que descansa el varapalo del señor Cela a Franco, contiene cuatro errores históricos graves y once menos graves, pero considerables. Contiene, adem ás, una estupidez: afirmar que entre las conclusiones de uninforme de entidad tan seria como la Marina española figuraba que en 1940 «la escuadra inglesa dominaba los mares». -Se omite, seguramente, la siguiente, conclusión del informe: la Tierra es redonda. Afirmar que «al terminar nuestra guerra y comenzar la mundial quedó convenido qué España entraría en esta segunda con-, tienda cuando Alemania lo considerara necesario» es una falsedad -gratuita, que el general Kindelán sólo pudo pronunciar en sueños. Es también falso que Franco -o Serrano firmen el protocolo de Hendaya; y que, ese protocolo tenga algo que ver con lo que dice el general Kindelán, quien está, descalificado como testigo preciso. -Estuvo presente en la elección salmantina de Franco; y en sus diversos testimonios sobre ella lo confunde todo, e incluso llega a proponer para fecha de la elección un día tan original como el treínta y uno de septiembre. ¡Qué no confundiría el bizarro y eficaz general del Aire, al que respeto profundamente como figura histórica y política, cuando relataba un hecho que no presenció Está demostrado, archidemostrado documental y testimonialmente, que Franco había superado a finales de junio (no a finales de noviembre) la suprema tentación de su vida. Afirmar que el 23 de octubre de 1940 Franco «quería entrar ya en la fase final de la guerra» es saltarse a la torera toda la documentación disponible. Aventurar que Franco, que se resistió hasta el 12 de julio a adherirse a la gran conspiración, «nos metió en la guerra civil», es arriesgada tesis que este profesor no quisiera ver en un examen de fin de curso. Puede revisarse -y sé empezó la tarea hace más tiempo de lo que algunos piensan- la vida y la actuación histórica de Franco. Pero demos a Franco lo que es de Franco. A él debemos no «el habernos metido» en la guerra civil, sino la victoria en la guerra civil; a él debemos, en primer término, el haber salvado a España de entrar en la guerra mundial. Y en segundo lugar, no a esas ambiguas «autoridades navales españolas», sino al entonces jefe de operaciones del Estado Mayor de la Armada, capitán de fragata Luis Carrero Blanco. Atribuir al mariscal Pétain -y por tablas. nuestra evasión de la guerra es el colmo de la falsedad y de la injusticia histórica Montoire-sur-le Loir no fue sólo después, sino también antes de Hendaya; manuales, por favor. Y el mensaje más importante del mariscal no se, dirigió al Hitler despechado del 24 de octubre, sino a Franco cuatro -semanas antes por medio del coronel aviador Funck, del que el general aviador Kindelán ni se enteró según parece. ¿Necesitaré concretar más los esbozados y enumerados disparates o se me permitirá rubricar con el desmentido este, amistoso suspenso en historia contemporánea? En cuanto a la barbaridad poco, anterior del señor Rato sobre actitudes intemperantes de Franco hacia don Alfonso XIII, se trata de la de formación absurda de un hecho real: una instancia enviada por conducto reglamentario en que solicitaba el canje de una condecoración por un, ascenso. -En fin, en la última e inolvidable conversación de este cronista con el Caudillo, después de manifestarle con todo respeto que quienes le habían propuesto el abrupto cese- de Pío Cabanillas le habían engañado y le habían mentido, este cronista le dijo que cuando se empezasen, a proferir las. inevitables, estupideces revanchistas sobre su vida y su obra no faltarían respuestas adecuadas; que para algo es uno rojo y masón reconocido. Hoy no hace el cronista más que empezar a cumplir esa firme palabra.
El Congreso de Libreros
Con amargo regusto cerraba el cronista, ya sobre Labacolla, el artículo de Cambio, cuando en un titular de Cuadernos para el Diálogo advirtió lo del señor Joan E. Garcés: «El volumen anterior -El Estado y los problemas tácticos en el Gobierno de Allende- fue prohibido en España por don Ricardo de la Cierva. » Uno no sabe a qué carta quedarse. En la revista de al lado -hay que verlas todas al vuelo-, Por Favor disculpaba al sociólogo de la casa: «El pobre no comprende que desde Ricardo de la Cierva a Santiago Carrillo exista un sentimiento tan unánime en tomo a Por Favor. » Y don Alfonso Paso, en El Alcázar, corroboraba: «Desde los grandes rapsodas del comunismo, pasando por. Laín Entralgo y Ricardo de la Cierva.» Ya que hoy he roto varias lanzas por mis amigos, permítame el pacientísimo lector romperle una -en sitio adecuado- al señor Garcés por su exabrupto, que me extraña en revista tan admirada. Yo no prohibí nada; me limité a cumplir una palabra de honor que el señor Garcás debió interpretar como un problema táctico del Gobierno de Allende. Yacía el señor Garcés en una cárcel chilena como antesala para un destino poco deseable. Un ilustre diplornático español logró sacarle de allí con la Ibrinal promesa -era la palabra de España- de que el señor Garcés no publicaría en España nada contra el nuevo Gobierno de Chile. En efecto, en cuanto pudo envió a una editorial española el libro que se había comprometido a no publicar aquí. Para el director general, vinculado a una moral pública de diferente calado, había que cumplir no la palabra del señor Garcés, sino la palabra de España. Conviene que llamemos alas cosas por su nombre. De tantas tribulaciones se curó el cronis ta con una inmersión coruñesa en el Congreso de Libreros. Y antes, en el camino pausado, sin subir de sesenta por hora, entre Santiago y Coruña. Seiscientos ami gos y compañeros trataban sus problemas con una serenidad y una profesionalidad encomiables. Femando Arenas, presidente del Congreso, y Sebastián Fábregues, presidentenacional, son, además de dos ejemplares hombres del libro, dos políticos de primera magnitud, con actuaciones que me compensaron de algunas bochornosas reuniones políticas en la canícula madrileña. Las tensiones generacionales se: proponían y se asimilaban con la mayor comprensión imaginable en cualquier estamento hispánico. La idea del Congreso paralelo es, en el fondo, constructiva y por agresiva. Se propuso una moción de censura; pero calmados los ánimos, se buscó, en la justísima y respetuosa protesta, la eficacia, de la gestión y no simplemente el desahogo emocional. No,se podrá hacer cultura, ni menos política cultural, sin estos admirables transmisores de cultura y maestros de convivencia que me dieron, en La Coruña, una sorprendente lección de civismo y de política.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.