Los votos y las botas
De nuevo los portugueses van a las urnas. En aIgo más de dos años de «revoluçao» los portugueses han votado muchas veces (elecciones sindicales, de partidos, constituyentes, legislativas) y finalmente el ejercicio de la democracia inorgánica ha empezado a arraigar en su vida cotidiana. El 25 de abril de 1974 anunciar elecciones libres era un gesto insólito y fascinante.Hoy se da por añadidura que estas elcciones -las del domingo- serán libres aunque, tal vez comiencen a ser ya irrelevantes.
No fue fácil para quienes sinceramente creían en las urnas, como medio de participación popular, acreditar el sistema y convencer a unos y otros (izquierda y derecha ultramontana) de que la vía portuguesa pasaba por los votos, unque en última instancia estuviesen los fusiles. El general Vasco Gonçalves dijo en su tiempo que «una cosa es lo que el pueblo quiere, y otra lo que no interesa».
Alvaro Cunhal distinguía muy sibilinamente entre la «dinámica electoral» y la «dinámica revolucionária». Y, por supuesto, había decidido -dado el control efectivo que el Partido Comunista, tenía sobre la tecnoestructura administrativa- que los votos no contaban para orientarse sobre lo que el país quería.
En cuanto a la extrema derecha, capitidisminuida pero vigilante, arbitró los más ingeniosos sístemas de presión psicológica (a través, naturalmente, de explosiones, incendios, amenazas,etc.) para convencer a los portugueses de que «cualquier tiempo pasado fue mejor».
Severos, volubles, tal vez ingenuos o inexpertos, los militares portugueses asistieron atónitos la explosión democrática que ellos, de alguna manera, habían desencadenado o propiciado. Hubó, momentos duros, alternativas peligrosas.
Incluso en dos ocasiones se estuvo,al borde de un enfrentamiento entre «capitanes de abril».. Al final, civiles y "militares llegaron a una conclusión un tanto decepcionante para quienes estrenaban democracia y libertad: que ambas cosas eran imposibles sin protección castrense. Es decir, que no habría urna sin armas.
Reflejo fiel de aquella convicción fueron los documentos que el Movimiento de las Fuerzas Armadas hizo firmar a los partidos políticos. O la propia Constitución vigente, injerto de convicciones políticas progresistas y de paternalismo uniformado. Consecuencia de aquellas tutelas y de estas reservas fueron los candidatos a la presidencia que el domingo deben enfrentarse en pugna leal y desigual.
A fuerza de escuchar declaraciones altisonantes, de aguantar retórica espesa y de oír promesas incumplidas, los portugueses comienzan a desconfiar sobremanera de los «políticos profesionales». Saben muy bien que bastantes líderes han pretendido ocultar bajo un torrente de palabras sus magras capacidades o su decidida incapacidad para gobernar. Entre charlatanes de feria y maquiavelos de vía estrecha la «vua portuguesa» ha tocado fondo. Y desde el fondo, quienes sufren directamente las consecuencias de la improvisacion, la mentira, la corrupción, la irresponsabilidad o la estupidez comienzan aclamar por una «mano fuerte», que hable poco, haga algo y no vacile. Cualquiera de los dos candidatos favoritos -el general Ramalho Eanes o el almirante Pinheiro de Azevedo- representan para el pueblo llano estas aspiraciones tajantes elementales. Cualquiera de ellos se parece más a un severo vigilante del orden, a un carabinero de las ideas que a un líder moderno y europeo. Los dos han prometido pocas cosas. Sus programas son escuetos, ámbiguos y absolutamente pedrestres. Las sagas dialécticas de Soare, Sa Carneiro o Freitas do Arnaral distan años luz de las perogrulladas patrióticas con que Ios dos militares han matizado su campaña electoral. Pero, por «asco de la greña jacobina» los lusos prefieren desde ya el lenguaje de las cosas, es decir, que, alguien les, diga por qué suben los precios y no los salarios, que pasará con los 500.000 parados y con los miles de «retornados» que vagan desde Valença a Faro. O que futuro hay para la reforma agraria, los pequeños empresarios, los profesionales medios, los obreros con fábricas nacionalizadas; y quebradas... En estos momentos Eanes y Pinheiro representan la «zona de seguridad» en la que pretende refugiarse la gran mayoría del país.
Desde este país nuestro comienza a mirarse con cierta indiferencia lo que pasa en Portugal. Después de una atención esdrújula y tal vez desproporcionada la «fiesta portuguesa» ha dejado dé interesar. Las realidades cotidianas, los dolores y esperanzas interiores han suplantado la curiosidad ibérica. Se trata, una vez más, de la misma miopía, histórica y renovada que pagamos en Marruecos, hemos sufrido con Francia y tal vez debamos seguir aguantando en Portugal. Ahora que muchos ojos del vecino país se vuelven hace el iberismo y sus polémicas hipótesis, nosotros metemos la cabeza bajo el ala dado que nuestras frustraciones no pue den, al parecer, sublimarse ya en el rompecabezas lusitano. Pero estas urnas y aquellas armas, votos y botas portuguesas, siguen tercamente a nuestro vera.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.