Un orgullo de España
No tuvimos a Teresa Berganza en la breve temporada de ópera, pero, como premio de consolación, gracias al patrocinio de la Reina de España, hemos podido escucharla en recital organizado a beneficio de AMADE en una gala de clausura del XIII Festival. Una vez más, desde la aparición en escena de Berganza, el público estalló en una prolongada ovación. No acabo de comprender bien, salvo que estén mal reflejadas, las palabras de la gran Teresa en una reciente entrevista concedida a una publicación parisiense: «No estoy segura -viene a decir- que España esté orgullosa de mí". Aunque parece referida tal frase a los días de debut, la afirmación me parece injusta. Si ha querido expresar que algunos españoles -incluso en posiciones destacadas de la organización musical- no fueron excesivamente entusiastas, eso es otra cosa. También puede tratarse de una pequeña coquetterie femenina. Por lo demás, esté tranquila Teresa: España está tan orgullosa de ella como ella de España «Mi misma voz -dice en esa entrevista- sufre inevitablemente las influencias características del canto español. Gran verdad. Tanto que, de olvidarla, sería difícil entender su personalidad y su arte. En fin, ahora, millar y medio de españoles, con su Reina al frente, le han homenajeado, han homenajeado a la cantante que mantiene su presitigio en Francia o Inglaterra, América, Japón y Alemania, Inglaterra o Austria.El programa tenía carácter antológico: el XVIII con la estupenda cantata de Haydn, Ariadna en Naxos; el romanticismo con Wolf y Fauré, bordeando éste el mundo impresionistia; lo español, con Nin y Falla. Y encores, muchos encores, que prolongaron el recital y los aplausos. Teresa cantó como Teresa Berganza. ¿Cabe mayor elogio? Lo que no cabe es más precisa descripción. Teresa es, antes que cualquier otra cosa, genial. Quiero decir: cuando interpreta no reproduce, crea. Y crea a su modo personalísimo, original, fascinante.
Vive la música, la hace absolutamente suya, a través de un proceso en el que alternan la gracia y el rigor, cuando no se suman y complementan al servicio de un poder emocional irresistible. Sus registros son tan varios como el utilizado para un Fauré claro y poético: el que asumió los versos de Prudhome, Gautier o Verlaine; o el empleado para Wolf, en sus lieder españoles o en sus Mörikelieder. Cuando Nin o Falla, Teresa inventa una suerte de realismo mágico en el que escuchamos, a la vez, la raíz popular, y su transfiguración culta. Y si llega la hora del popularismo ciudadano, hace maravillas con la tarántula de Giménez.
Ante el dúo Berganza-Lavilla, hablar de acompañamiento se me antoja flagrante barbaridad, Félix Lavilla se equilibra con Teresa, sin renunciar la primer plano -estúpida modestia de tanto acompañante- pues en la música, si está bien concebida, -como toda la que interpretó nuestra cantante, el compositor escribe para voz y piano, teniendo muy en cuenta ambos vehículos. Si el piano se convierte en lejanía o discreto musitar, el equilibrio se rompe y el autor queda traicionado, al tiempo que la cantante ha de actuar falta de apoyo. Estupendo Félix Lavilla, pianista creador de un Wolf increíble por concepción y realización, por nitidez del mecanismo y belleza sonora, por expresividad, fraseo, respiraciones y articulaciones no ensambladas con las de Teresa, sino producidas las de ambos en ejemplar trabajo de unidad. ¡Bravo, Teresa, y bravo, Félix! De los dos nos sentimos todos orgullosos. Si alguno todavía disiente, allá él. Estará en su derecho, digo yo. Ahora, a esperar La Clemencia de Tito mozartiana, con la que Berganza inaugurará el próximo otoño el ciclo de la Sinfónica de RTV Española.
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