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Entrevista

Una conversación en Mallorca con Don Juan de Borbón

Darío Valcárcel, Camilo J. Cela, Don Juan de Borbón, Alonso Zamora, Miguel Ortega y Joaquín Muñoz

Cela pregunta a Don Juan cuantos días de navegación necesitará para ir desde Malloraca a Estoril.

Don Juan: Cuatro aproximadamente, si hay buen viento y no surgen complicaciones.

Cela: Pero no hará la travesía de un tirón.

Don Juan: Quizá sí. El «Giralda» tiene una autonomía superior a tres mil millas, y de Lisboa estamos a bastante menos de mil.

Cela: En cualquier caso, señor, no tiene aspecto de salir de una operación.

Don Juan: Sí, la verdad es que me encuentro muy bien. Es una operación rara. No es grave, pero tampoco sencilla. Son tres horas de anestesia en las que le sacan a uno cuatro metros de venas. (Don Juan sufrió una intervención de varices en Suiza, el pasado mes de abril.)

Cela: ¡Qué espanto!

Dario Valcárcel, Camilo José Cela y don Juan de Borbón en Palma de Mallorca durante la conversación para EL PAÍS
Dario Valcárcel, Camilo José Cela y don Juan de Borbón en Palma de Mallorca durante la conversación para EL PAÍS César Lucas

Don Juan: Hombre, tampoco es para tanto. Me han dado unas pastillas para no comer. Con la operación y las pastillitas he bajado doce kilos, y apenas paso de noventa.

Cela: Al fin y al cabo, el señor es de talla respetable. Pero lo mío es mucho más grave. Después de asistir, a la Semana del Lacón con Grelos, en mi tierra, me puse en ciento ocho.

Ortega: Tus lectores, y sobre todo las lectoras, no te respetarán si te ven convertido en un epicúreo del lacón.

Cela: Ah, las lectoras. La realidad es que en casos de corpulencia como el de este servidor de Vuestra Majestad, las señoras quedan, tras los momentos de efusión, doblemente agradecidas: primero, por el deleite otorgado y luego, por el peso que se quitan de encima.,..

Ortega: Yo creo que eso no se debe publicar. Entre nuestros compatriotas siempre habrá algún hipócrita que nos acusará de libertina e y de falta de respeto a las personas reales...

Cela: ¿Cómo libertinaje? ¿Hay algo más santo y creador que el acto que acabo de enunciar?

EL PAIS: En todo caso, EL PAIS pedirá permiso y lo publicará.

Don Juan de Borbón en Palma de Mallorca, durante un almuerzo con Camilo José Cela, Alonso Zamora Vicente, Joaquín Muñiz, Miguel Ortega Spottorno y Darío Valcárcel
Don Juan de Borbón en Palma de Mallorca, durante un almuerzo con Camilo José Cela, Alonso Zamora Vicente, Joaquín Muñiz, Miguel Ortega Spottorno y Darío Valcárcel

Don Juan: Hombre, yo creo que tratándose de Cela...

(Pasamos al comedor. Don Juan sienta a su derecha a Cela, a su izquierda a Zamora.

La comida no es complicada: ensalada, carne roja a la parrilla y un postre de dulce de naranja. Tinto de rioja de cinco años, abundante. Café, sin puros ni licores.)

La superación de nuestra guerra civil

EL PAIS: Señor, queremos darle las gracias por permitir nuestra presencia en esta conversación que trasladaremos con la fidelidad posible a nuestros lectores. Independientemente de las posiciones de cada cual, el Conde de Barcelona -hijo de un rey, padre de un rey- ocupa en la vida española un lugar eminente. Y no sólo como Jefe de la Dinastía, sino también, y sobre todo, porque ha sido para muchos españoles un hombre de convicciones, un español de conducta consecuente.

Don Juan: Muchas gracias. Creo que ésa es una interpretación generosa. Mi trayectoria personal ha estado rodeada con frecuencia de dificultades, pero creo no haber dado lugar a demasiados equívocos. Nací en La Granja, cuando Don Alfonso XIII trataba, todavía con muchas esperanzas, de encontrar la estabilidad en un sistema que permitiera el turno abierto de acceso al poder. La enfermedad de mis dos hermanos mayores indicó muy pronto cuál sería mi responsabilidad futura en la dinastía. Al llegar la dictadura de Primo de Rivera, yo tenía diez años. A los dieciocho comenzó el destierro: mi padre decidió que continuara mi carrera de marino en la Armada británica. Recorrí el mundo durante cinco años, con una disciplina muy dura, pero con los mejores profesionales del mar. Al comenzar nuestra guerra civil nació mi hija Pilar. Yo me había casado un año antes, a los veintidós. Pensé que no podía hurtarme a la tragedia de mi país y pedí mi incorporación a las filas nacionales, en el Ejército de Tierra.

EL PAIS: ¿No trató de incorporarse al «Baleares»?

Don Juan: Eso fue después. Primero se me devolvió a la frontera. Más tarde, el Generalísimo Franco me dio una segunda negativa cortés, en términos conocidos. Desde el fin de la guerra hasta la muerte de mi padre estudié Humanidades y Derecho en la Universidad de Florencia, más tarde en Roma. Tuve buenos profesores españoles. Pasé algunos apuros económicos porque ya tenía tres hijos y las circunstancias no me permitían trabajar y ganar mi vida.

EL PAIS: Si hubiera sido posible, ¿qué hubiera elegido?

Don Juan: Sin duda, mi carrera, la de marino.

Ortega: ¿No fue por entonces, señor, cuando se produjo la suspensión de su conferencia?

Don Juan: Ah, sí, eso fue curioso... y bastante sintomático, es verdad. La Universidad de Florencia me había pedido que hablara sobre un tema de la especialidad histórica que yo preparaba. Por mi titulación universitaria y también por tener una cierta posición social, no podía negarme. Se anunció mi conferencia, que tenía un título muy ambicioso: "Los emperadores españoles en Roma". Yo había estudiado con cierta profundidad el reinado de Adriano, de Trajano y, sobre todo, de Teodosio. Al general-Franco, sin embargo, no le hacía muy feliz que yo pronunciara una conferencia, y gestionó su suspensión. Yo no le conocía entonces. No sé si pensaba que yo era un imbécil incapaz de hablar en público, o que era una insolencia empezar sin permiso una carrera de conferenciante. Se me indicó que razones de Estado desaconsejaban mi intervención. Yo era entonces un joven inexperto y disciplinado y suspendí el acto. El claustro de la Universidad no llegó a comprenderlo del todo.

Cela: Es curioso el tiempo transcurrido y la presencia de la guerra entre nosotros. Creo, señor, que lo que más me ha aproximado a Vuestra Majestad ha sido nuestra obstinación mutua por superar esa tremenda guerra que todavía vive en muchos de nosotros.

Don Juan: Este es un gran tema, quizá el primordial de nuestra vida colectiva. Yo he sostenido, hace treinta años, que nuestro país había de vencerse a sí mismo y remontar esa caída. No es la superación de una situación bélica la que nos preocupa a ti y a mí, sino la superación de un espíritu fratricida, que destrozó el país, sobre todo en las retaguardias.

Zamora: Esta posición es la que inspiró una corriente de respeto hacia Don Juan dentro de los medios intelectuales, incluso entre los que somos de inclinaciones políticas muy dispares. Veíamos cómo se fomentaba la dialéctica vencedores-vencidos, cómo se permitía el odio, la imposición por la fuerza y la reacción peligrosísima del rencor. Cuando por primera vez, en plena guerra mundial, se levantó la voz de Don Juan pidiendo la reconciliación y la superación de los enfrentamientos nos pareció un gesto de gran alcance. Nadie, hasta entonces, se había atrevido a utilizar aquel lenguaje desde aquellas posiciones.

El desafío al poder

Don Juan: Yo tenía entonces considerables apoyos en el interior, unos civiles y otros no. También tenía un cierto respaldo diplomático entre las potencias occidentales, que estaban a punto de derrotar los fascismos. Sin embargo, ahora, con los años por medio, recuerdo que comprendí claramente la reacción que provocaría mi actitud. Toda una parte de la sociedad española -la más autoritaria, la más comprometida con el régimen- podría asociarme interesadamente con los «eternos enemigos de la Patria». Yo sabía que comenzaba a correr un grave riesgo y tomé mi decisión en solitario. A partir de entonces, creo que sólo en este tema -la superación de nuestra guerra- he sido inflexible.

Cela: Fue entonces Vuestra Majestad un raro ejemplo de rey no reinante, de rey resistente, si me permite esta expresión.

Don Juan: Yo traté más bien de presentar la monarquía como una institución nacional, útil para la pacificación y modernización del país. Nunca fui antifranquista sistemático. Lo que sostuve es que la monarquía era una opción distinta e independiente del régimen del general Franco. Esta actitud, que en los años cuarenta no se me perdonó, empieza ya a fructificar. Entonces, en plena postguerra mundial, me preocupaba el aislamiento de mi país, el hecho de que España pudiera vivir durante años y años de espaldas al mundo.

EL PAIS: ¿Cuáles fueron realmente las posibilidades de una monarquía democrática en la década de los 40?

Don Juan: Sería largo de explicar, pero ya empieza a existir una bibliografía abundante sobre aquella época. Yo sostuve -creo que con moderación y desde posturas a veces muy conservadoras- que podía existir una monarquía democrática e integradora, como podía haber una república -o «regencia»- excluyente y fascista. En 1947 firmé mi segundo manifiesto al país: el régimen del general Franco es un sistema represivo y totalitario, venía a decir. Como Jefe de la Dinastía, yo conminé a Franco ante la opinión pública nacional para que devolviera la soberanía al pueblo español.

Cela: La «geopolítica» jugó entonces a fondo. Truman estaba ya en plena guerra fría y Estados Unidos reconsideró su actitud: nada de cambios en la Península Ibérica. Europa era entonces internacional mente inexistente.

Zamora: Eso se percibió claramente en el interior. En los momentos inmediatos al fin de la guerra mundial, la clase dirigente española comprendió que el sistema se podía consolidar. Y formó en orden cerrado.

Don Juan: Sí, el proceso es claro y ha sido bien descrito por los historiadores, desde Carr y Brenan, hasta Pabón y Madariaga. En el frente exterior, lo que ocurriera en España tenía una importancia que aquí no se valoraba bien. Éramos una pieza clave en el nuevo equilibrio.

No es un tema de personas, sino de contenido

EL PAIS: José María Gil-Robles ha contado con algún detalle en las páginas de nuestro periódico la primera entrevista Franco-Don Juan, en 1948...

Don Juan: Yo tenía que organizar sin mayor retraso los estudios de mi hijo. El Príncipe iba a cumplir diez años. Algunas personas me pidieron que no le enviara a España, advirtiéndome lo que, a largo plazo, esa situación podría producir. Pero ¿cómo iba yo a impedir que mi hijo estudiara en su patria?

Cela: Sin embargo, la presencia de Vuestra Majestad gravitó fuertemente en la política española durante veinte años más, al menos hasta 1969.

Don Juan: Sí, es posible, aunque yo señalé, con toda sinceridad por cierto, que para mí la institución monárquica no era un tema de personas, sino de propósito y contenido ideológico.

A lo largo de los años, desde que en 1941 recibí de mi padre esta responsabilidad, traté de conseguir dos cosas: la independencia de la monarquía frente al poder personal, de un lado, y de otro traté de dotar de un contenido amplio pero inequívoco a la institución. Yo creo que el sentido de la monarquía, en la Europa actual, sólo puede hallarse a partir de una concepción democrática de la sociedad basada en el humanismo occidental.

EL PAIS: ¿Qué significa exactamente «concepción democrática»?

Ortega: Hombre, Pinochet o Idi Amin sostienen que ellos son perfectos modelos de democracia. Nosotros llamamos democracia a los regímenes en que la soberanía reside en la sociedad. Para ello es necesario que haya sufragio universal, control del poder, ejecutivo fuerte y pluralismo organizado. Creo que esto es lo que expresaba el Rey cuando hablaba de democracia y humanismo.

Don Juan: Exactamente. Y por encima de todo esto, las democracias de Occidente son las que proporcionan un nivel más alto de respeto a los derechos humanos. Este creo que es un argumento determinante.

Ortega: Curiosamente, la monarquía que propugnó Don Juan era una monarquía ajena al hecho de que hubiera o no monárquicos.

Cela: Hombre, esto es clarísimo. Quienes nos hemos mantenido al lado de Vuestra Majestad no somos, en muchos casos, monárquicos de toda la vida, sino defensores de los hombres consecuentes. Si la monarquía futura se apoyase en: los monárquicos, no daría yo dos duros por ella. Siempre pienso que en Inglaterra no hay monárquicos, y la cosa marcha bastante bien...

Ortega: Habría que distinguir, sin embargo. En estos años, la situación española ha producido monárquicos excelentes y otros deplorables. Muchos no entendieron la monarquía sino como una fórmula más apta para proteger un esquema de intereses. Estos olvidaron cuando les convino el fundamento histórico de la legitimidad: su olvido les convirtió, sin saberlo, en republicanos militantes. ¡Esto sí que es frivolidad! En cambio, otros monárquicos -me acuerdo, por ejemplo, de don Julio Palacios- supieron hacer de la institución la única salida al régimen de Franco.

La renovación de la Universidad

Don Juan: Lo que dice Miguel, es en parte, muy cierto. Pero, en fin, dejemos estos temas y hablemos de cosas más interesantes. Yo quería preguntarle al profesor Zamora por la situación actual de la Universidad. En la crisis presente yo preguntaría: ¿una Universidad renovada, nueva o procurar inspirarse en la que había?

Zamora: La Universidad española de 1934-35 exportaba ciencia y disfrutaba de autonomía, autonomía auténtica, no de la otra... Es verdad que su molde ya no valdría, sobre todo por la masificación actual, pero sí estarían vigentes sus ideas maestras sobre el trabajo, la libertad de elección y, aunque parezca algo cursi, la pureza de intención. Eso, como tantas otras facetas de la vida colectiva, solamente con diálogo entre todos, con voluntad de entendimiento, podría rehacerse. Y creo que tenemos la obligación de intentarlo.

Don Juan: ¿Lo cree fácil?

Zamora: Muy fácil, muy fácil, no. Habrá que contar con todos. Y no sé si conciencias acostumbradas a un largo privilegio van a saber acoplarse al estilo de vida de unos compañeros excluidos durante tantos años. Sin embargo... Este es el aspecto que considero más doloroso ante el inmediato porvenir: el país cambiará su rostro político, creo, incluso con rapidez. Ya lo estamos viendo. Pero la conducta, especialmente la conducta social... Las conciencias, la interioridad del español ha sido tan tenazmente condicionada durante tanto tiempo que mucho me temo que no sea empresa llana liberarla de esa forzada ortopedia. Ni mucho menos. En fin, Dios dirá.

La conversación deriva luego, entre Don Juan y el profesor Zamora, hacia la situación de la Academia Española. El problema principal hoy en la Academia Española es el económico. En la Academia se trabaja mucho, denodadamente, cada día más. Estamos en relación de igualdad con las Academias hispanoamericanas. Toda esa labor requiere muchos gastos.

Regiones, países y patria común

EL PAIS: El tema de los dialectos nos lleva al problema de la diversidad regional, que, desearíamos plantear al debate de esta mesa.

Cela: Yo fijaría un punto de partida con una anécdota personal: en 1938, estando yo en el frente como cabo, vi cómo un suboficial mío llamaba a un soldado con el que yo estaba hablando en gallego. Sin mediar palabra, le sacudió un gran tortazo y aclaró luego: «¡Toma, para que hables español!» Ahora vivo en Mallorca, donde los naturales hablan poco castellano. Tengo en casa, trabajando desde hace años, un matrimonio de Padrón, con el que hablo, naturalmente, en gallego. Sin nuestro idioma no podrían resistir la distancia y tendrían que abandonar la isla.

Don Juan: Yo aprendía a hablar catalán hace años; me enseñó don Carlos Cardó. Y mi hijo ha aprendido también. Yo creo que un Rey de España no puede llegar a Lérida si no es capaz de pronunciar un discurso en lengua local. Canalejas trató de aprender el vasco...

Zamora: Si no hubiera varias lenguas en España yo me quedaría sin trabajo. A mis colegas extranjeros les he enseñado con orgullo el conjunto de países que es España; por eso su unidad, una vez lograda, es más profunda que en la mayor parte de los países de Europa.

Don Juan: Y por eso, también, es indispensable el reconocimiento efectivo del hecho regional. En esa variedad está nuestra riqueza y nuestra fuerza. No es admisible que un profesional o un empresario de la periferia tenga que desplazarse a Madrid cada vez que ha de conseguir una firma oficial o un trámite administrativo. Es comprensible la alergia de muchas regiones hacia Madrid. Sin embargo, no veo clara la aparición de algunas personalidades regionales de diferenciación dudosa. Es evidente que Cataluña, Vasconia o Galicia son, como se ha dicho, algo más que una peculiaridad?

Cela: Francia tiene una unidad diferente. Nosotros somos varios países unidos en una misma nación.

Don Juan: Hay que matizar mucho estos términos. Valencia, por ejemplo, no quiere ser llamada región: quiere que se hable del País Valenciano.

Cela: Y, sin embargo, es inútil luchar contra el fenómeno regional.

Zamora: Aunque esto se haya repetido, yo creo que es bueno advertir que la unidad de España está amenazada no sólo por los separatistas, sino también por los que desean una España uniformada y artificialmente igualada...

Don Juan: Eso no tiene el menor sentido. La unidad de España la hemos construido entre todos. A mí me impresiona ver, por ejemplo, cómo no existe gran empresa naval sin presencia vascongada. Desde Juan II, a comienzos del XV, los vascos aparecen incesantemente en todas las iniciativas marineras, desde nuestros primeros desembarcos en Sicilia hasta la travesía de Etayo.

Cela: Hace poco oí esta frase a un político madrileño que se autoconsideraba progresista: «Cuando lleguemos al poder os concederemos la autonomía».

Don Juan: ¡Qué barbaridad! Eso no es así: no se trata de conceder nada, sino de reconocer lo que está ahí.

El tema de Europa: CEE y OTAN

EL PAIS:¿Y Europa?

Don Juan: Yo he creído y creo en Europa. En los últimos treinta años las circunstancias me han permitido conocer bien a los grandes europeos, desde Churchill y De Gaulle, hasta Brandt o Giscard. He seguido con enorme interés los avances y los retrocesos de la construcción europea. Me parecía insensato ver la situación actual con optimismo...; la verdad es que estamos aún lejos de la verdadera integración.

Cela: Somos un conjunto de pueblos viejos, celosos de nuestra nacionalidad. Y luego hay los intereses en pugna.

Don Juan: El espectáculo de 1973, durante la crisis del petróleo, fue lamentable. La insolidaridad de unas naciones con otras, en aquel momento, ha dañado mucho la imagen de la Comunidad. Creo que en aquellos meses retrocedimos años...

Ortega: «Retrocedimos»... Don Juan habla como si estuviéramos dentro de Europa.

Don Juan: ¡Pues faltaría más! Tú y yo somos unos ciudadanos tan europeos como el ministro de Comunicaciones de Luxemburgo-

Cela: Claro que la insolidaridad no ha parado en el tema de la energía.

Don Juan: Claro que no, y esto es lo preocupante: luego han venido las terribles jugadas que se han hecho en el terreno monetario, en la agricultura...

Zamora: Y, sin embargo, la inteligencia sigue viviendo aquí...

Don Juan: Exacto: salvo alguna zona americana -California, Nueva Inglaterra...-, yo no he sentido en ningún punto del mundo la densidad de inteligencia, de creatividad, que percibimos en nuestros viejos países.

Zamora: Es realmente el continente con contenido...

EL PAIS: ¿Cree, señor, en una incorporación inmediata de España?

Don Juan: Yo repito que soy europeo de profesión: quiero decir que profeso la fe europea. Y, sin embargo, comprendo que en esto de los tratados hay que ser pragmático. No está claro que el ingreso en la CEE nos interese, ahora mismo, desde todos los puntos de vista. Tampoco hay que caer en la beatería europea porque sí. Somos un país de peso, de un cierto peso y respetabilidad. Acabamos de terminar una etapa complicada, que nos ha proporcionado cosas de todo orden, pero, entre otras, un largo aislamiento. Pero España tiene hoy unas realidades, unas cifras y una dignidad que poner sobre la mesa. No somos Islandia ni Albania, qué diablo...

EL PAIS: Pero ¿es posible que España separe su ingreso en la OTAN de la CEE, como ahora puede ocurrir?

Don Juan: Esos son problemas de Estado en los que yo no deseo entrar. Mi impresión personal, sin embargo, es que España debe negociar una y otra incorporación separadamente. Hoy, las dificultades de ambas negociaciones siguen siendo políticas.

A lo largo de la conversación se abordan otros temas. «La evolución de la Iglesia Católica va por delante de la sociedad española y deja fuera de juego el esquema confesional que proponía nuestro Estado», dice Ortega. Don Juan está de acuerdo con su apreciación. «Los católicos españoles debemos acostumbrarnos a pagar nuestra iglesia de nuestro bolsillo. En 1976, todos los concordatos son malos.»

La clase trabajadora, gran pagadora

Aparece luego en el diálogo alguna alusión al referéndum: «En los actuales planes de reforma me preocupa que temas tan importantes como la reforma sindical se traten con excesiva rapidez y con escasa representatividad. No creo que en una consulta popular pueda mezclarse tan importante asunto con otros tan distintos como la estructura del poder legislativo o la mecánica sucesoria». En otro momento, Don Juan añadiría: «Si una de las prioridades que tenemos ante nosotros es la continuación de nuestro desarrollo, no comprendo cómo puede abordarse sin un replanteamiento a fondo de la vida sindical». Y más tarde: «La clase trabajadora ha sido la gran pagadora de nuestros años malos. Y, sin embargo, ha dado el gran ejemplo de solidaridad. Es necesario respetar sus derechos, de una vez por todas.»

EL PAIS: Nosotros querríamos conocer la opinión del Conde de Barcelona sobre lo que ha dado en llamarse «la reforma».

Don Juan: Muy por encima de las reformas políticas, creo que lo que cuenta es la reforma de la sociedad. Tu padre -a Miguel Ortega- escribió claramente sobre este tema, hace ya cincuenta años, creo que en «La Redención de las provincias». A veces pienso que los regímenes no son más que una superestructura visible, un simple resultado de la propia sociedad. Por debajo de los regímenes fluyen en España parecidos problemas, en los años 70 o medio siglo antes. Era la sociedad la que había que transformar, en sus propósitos, sus aspiraciones y sus diferencias. Confundir la transformación de la sociedad con la política de superficie es ilusorio. A no ser que la política lo sea de verdad, es decir, no permanencia en el poder por el poder, sino capacidad para movilizar la ilusión colectiva.

En un momento de la conversación, uno de los interlocutores diría: «Parece, a veces, como si una parte del pueblo español tuviera miedo a la libertad»-. «Yo creo que una constitución -puntualizarla Don Juan- no sólo debe reconocer las libertades, sino protegerlas jurisdiccionalmente.»

La popularidad de Don Juan Carlos

Cela: La verdad, señor, es que Don Juan Carlos tiene hoy, entre los españoles, una popularidad muy superior, a la que yo esperaba antes de la muerte del general Franco.

Don Juan: Sí, yo creo que esto es así, y tengo que decir, por ejemplo, que estoy orgulloso del respeto con que el joven Rey se ha hecho oír en Estados Unidos.

Ortega: Y, sin embargo, a mí me preocupa que en las actuales circunstancias el poder parezca más atento a los movimientos internos de la clase política, que a los grandes problemas y a las grandes, realidades nacionales.

Don Juan: Quizá sea así en parte. Pero no se puede pedir a la Corona que juegue un papel que no es el suyo. La Corona puede amortiguar tensiones, facilitar el entendimiento entre los sectores y propiciar, como decíamos antes, la reconciliación auténtica de ¡os españoles.

Cela: Pero esa reconciliación requiere unas condiciones previas.

Don Juan: Por supuesto que sí. Pero el primer paso, muy importante, consiste en instalar en la cumbre del Estado una cierta mentalidad conciliadora, superadora de las diferencias; una voluntad que abra una etapa de comprensión mutua, de negociación y de entendimiento. Ese creo que es el estilo de la Monarquía.

Cela: Evidentemente eso está claro: si la Monarquía no es instrumento de reconciliación, es un esquema vacío de sentido.

Ortega: ¿Y Vuestra Majestad es optimista en este punto?

Don Juan: Sí lo soy. Yo creo que éste es el estilo dé mi hijo. Y creo no equivocarme. Mi hijo es un hombre cauto, que piensa despacio las cosas y se mueve con mucha prudencia. Pero yo creo que sabe bien hacia dónde va. Esperemos que logre todo el espacio de movimiento que necesita para llevar a cabo la transición. Estos meses van a exigir mucho tacto, mucha decisión y un despliegue muy complejo, difícil, para llegar a una democracia desde un sistema no democrático. Pero, por Dios, no hablemos del asunto como si el cambio del país, después de cuarenta años de autocracia, fuera coser y cantar...

Cela: Pericles y Abraham Lincoln, en una sola pieza, sudarían tinta para sacar adelante ese carro.

Don Juan: Por eso no se debe abandonar al joven Rey en un momento difícil del país. Y, por cierto, yo creo que hay que agradecer a la prensa la distinción que ha hecho en estos meses entre la Corona y el Gobierno.

Ortega: El problema consiste en que, en, este momento histórico, la Corona podrá ser admitida por una gran zona de españoles que la aceptarán con más o menos reservas. Pero exigirán que la Corona intervenga, y no una vez, sino varias. Varias intervenciones, y todas decisivas, y todas ahora: no sólo en las alternativas de la política diaria, sino también en la creación del marco constitucional...

Don Juan: Sí, verdaderamente se va a pedir mucho.

Cela: Y todo en un plazo de tiempo limitado.

Ortega: Así es, y yo, que he defendido a la Monarquía como única alternativa democrática viable, comprendo que es así. Y pie preocupa que el tiempo, en definitiva, juegue contra la Corona.

Zamora: El problema consiste en que salimos de una etapa en que el tiempo político era más dilatado que el tiempo real. Ahora sucede exactamente lo contrario, y eso tampoco es bueno.

Ortega: Sin embargo, también ahora vemos cómo una serie de construcciones que eran puro artificio se deshacen solas. Son como edificios de cartón después de un día de lluvia. No eran, ya se ha visto, sino emanación del poder.

Cela: De un poder determinado, que no existe ya.

Ortega: Ahora viene la toma de tierra, la realidad y el fin del encantamiento.. Yo he visto algunos enfermos en esta situación: el choque es demasiado fuerte y surge la neurosis.

Las posibilidades de la Monarquía

Cela: Por eso, señor, yo pienso que la Monarquía tiene una misión doble: la superación de los viejos enfrentamientos y la devolución del país oficial a la realidad. Es algo así como si se promulgara un decreto e texto tan breve como éste: Se acabaron los sueños.

Don Juan: Sí, yo creo que la Monarquía ha de impulsar la transformación profunda de la sociedad española. Por encima de los intereses del inmovilismo. Más allá de las reformas superficiales. Más allá, también, de quienes suponen, utópicamente, que se puede empezar desde cero. El mayor valor que puede ofrecer la Monarquía es el de la autenticidad.

Cela: Bueno, esto ya no es el terreno de los principios. Vuestra Majestad acaba de hacer una precisión en el plano de las realidades.

Don Juan: Hombre, yo creo que el planteamiento está bastante claro, ¿no? Pero me temo que si seguimos por este camino vamos a pasar la tarde hablando de política, y esto no era lo pactado...

EL PAIS: Una última pregunta, señor, si nos permite el inevitable estilo dé los reporteros norteamericanos: ¿cuál es su balance personal? ¿cuál es su mayor satisfacción? ¿siente alguna frustración?

Don Juan: No, no siento ninguna frustración, aunque, sí a veces, una cierta melancolía. He visto muchas cosas a lo largo de los años. He podido conocer versiones extraordinarias y muy distintas del ser humano. No siento ninguna satisfacción especial hacia mí mismo. Pero a estas alturas de la vida tengo la vaga sensación de haber cumplido con mi conciencia. Como casi toda la gente de mar, duermo pocas horas, pero con bastante tranquilidad interior.

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