Fantasías y temores inconscientes en el control de la natalidad
Todos los métodos anticonceptivos suscitan fantasías inconscientes. Hay quien piensa, respecto de los preservativos: «yo no voy a tratar a mi mujer como una fulana», «me dejan sin potencia».... y mil temores más. Sobre el diafragma se oyen fantasías como «es algo que me puede carcomer», «me puede producir cáncer».Hablar de anticonceptivos es algo vergonzoso y prohibido. Pero las prohibiciones internas, esas que cada uno se hace a sí mismo, son más crueles que las externas, las que el medio impone.
Cuando los médicos comenzamos a recetar la píldora en casos necesarios, las pacientes se negaban a tomarlas aunque alegando razones. Estas razones casi siempre esconden un sustrato incosciente: o bien no las tomaban porque no podían superar a su propia madre en el placer -eso les -parecía cosas de una cualquiera- o bien porque fantaseaban que introducían en sus cuerpos cosas muy malas que acabarían destruyéndolas. Porque toda mujer se siente un poco destruída en sus órganos reproductivos.
Una mujer que empleaba el método basal -que falla como todos los demás en un 2 por 100- se equivocó aquel día al leer el termómetro o hizo mal sus cálculos porque deseaba sin saberlo un hijo más con el que atarse patológicamente a aquel hombre. De paso no se sentía destruida como mujer por las frecuentes traiciones de él. Resultado del error: un embarazo.
Otra utilizaba el método Ogino, ese padre de tantos, que a él y a ella siempre les fallaba. Inconscientemente querían demostrar con cada embarazo, él que era potente y superaba a su padre y ella que no estaba destruida, sensación que la tenía deprimida habitualmente con ese concepto tan absurdo de depresión endógena, de la que se curaba con cada embarazo.
En el otro extremo, estaba aquella que utilizaba desde hacía diez años la píldora hasta la trombosis porque no quería reproducir en su propio hogar una infancia como la que ella había tenido.
Ahora viene el aspecto más triste: médicos de toda España hemos oído y continuamos oyendo síntomas que sabemos producidos por ese método anticonceptivo de toda España de jornaleros. Con sólo oírles, el diagnóstico está hecho: «doctor, yo me apeo en marcha, 'ya sabusté' hacemos lo que todos para que no aumente la familia».
Es el método de los que cultivan los campos que nunca fueron de ellos. No conocen esos cultos y refinados métodos expuestos: dispositivos intrauterinos, cápsulas vaginales. Los refinados de lengua y cerebro llaman a este método coito interruptus. Es lo que interrumpe esa posibilidad grandiosa de poder encontrar a fondo el ser querido penetrando en él o dejándose penetrar en una búsqueda que nunca acaba.
Uno se siente incómodo en su sillón de doctor y preguntándose ¿la gente casada, después de un día de trabajo como éstos, de qué disfruta?
¡Y cuantos hijos no queridos, entre fallos anticonceptivos y colonización mental de nuestras abuelas, estamos en eso de que el matrimonio era sólo para tener hijos!
Nuestras prohibiciones internas nos impedirán estudiar, profundizar, sobre el mundo en torno a la pareja humana. Para poder planificar nuestro futuro como seres libres y tratar de impedir ver las consultas médicas del país, llenas de trastornos emocionales, que hacen creer a la gente que acostarse es sexualidad, y no castidad.
Mejor sería un tratamiento realista y humanitario del tema que ahorrase al país sufrimientos y dinero. Y que limpiase nuestras tierras de frustrados en el sexo.
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