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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La reactivación

POR EL momento, el tema de la reactivación parece centrar las preocupaciones económicas. Creemos que hay indicios bastantes para pensar que el proceso de reactivación está, efectivamente, en marcha. La recuperación comenzó a apuntar, en realidad, durante los dos últimos meses de 1975, pero se vio detenida por las dificultades laborales a principios de este año.Una vez superada la fase aguda de conflictividad, abundan los factores capaces de impulsar la demanda y la producción a corto plazo: la recuperación de la economía mundial avanza a ritmos incluso superiores a los previstos y estimulará nuestras exportaciones; los empresarios parecen dispuestos a ampliar sus stocks, alentados, además, por las expectativas inflacionistas; la demanda de consumo continúa avanzando, estimulada por las recientes alzas salariales, aunque tenga que afrontar la erosión impuesta por las alzas de precios; el gasto público, en fin, ha intensificado su ritmo de aumento.

Es cierto que el sector de la construcción continúa débil y que la inversión productiva aún tardará en recuperarse en vista de los importantes márgenes de subutilización de la capacidad productiva que aún existen; pero no hay razones para pensar que estos sectores vayan a eludir su incorporación al movimiento general de mejora de la actividad en la segunda parte del año.

No vemos, por consiguiente, el problema en la capacidad de recuperación de la economía; ésta se ha mostrado más bien, en ocasiones pasadas, capaz de salir de las fases de recesión con excesiva violencia. La verdadera dificultad reside, a nuestro juicio, en la probabilidad de que los importantes desequilibrios que padece la economía española impidan la consolidación del proceso de reactivación en un período de expansión estable y con ritmos de crecimiento capaces de mantener bajas las tasas de paro en los próximos años.

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La inflación mantiene un avance muy vivo y aún acelerado, insostenible en una sociedad que no puede tomar como referencia las experiencias de países del tercer mundo. Y la balanza de pagos por bienes y servicios continúa registrando unos déficit que, aunque se vean algo disminuidos este año, tienen un volumen excesivo para pensar que puedan ser mantenidos mucho más tiempo. Ni las reservas de divisas ni nuestra capacidad de endeudamiento en el exterior son ilimitadas.

Si a todo esto se une la advertencia del reciente informe de la OCDE sobre las consecuencias negativas que para nuestro mercado de trabajo puede tener la menor absorción de mano de obra por parte de los países europeos de inmigración en los próximos años, el panorama, con un horizonte de uno a tres años, no resulta, en verdad, demasiado alentador. Paro, inflación y déficit exteriores forman un círculo que sólo podrá ser roto mediante una política económica renovada, enérgica y cuya visión no se agote en el simple corto plazo.

Pero esa preocupación por las dificultades económicas de los próximos años es la que no parece demasiado generalizada; o, al menos, no parece que esté siendo objeto de demasiada atención por los responsables de la política económica. Es cierto que el tema del cambio político ha de ser dominante en estos momentos y que incluso los problemas económicos sólo podrán encontrar, en muchos casos, una adecuada solución en la medida que las reformas políticas se aceleren. Pero nos parece necesario que el futuro económico sea objeto de una mayor atención, porque no sólo es incierto, sino que entraña problemas que podrían afectar gravemente la transición a la democracia. Pensar que ésta reclama un clima económico alegre sin calcular adónde nos puede llevar esa alegría al cabo de pocos meses y sin buscar alternativas más sólidas y duraderas de actuación económica, sería, ciertamente, la política económica más perjudicial en estos momentos.

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