Adolfo Suárez,
ministro del Movimiento, algo nervioso pero dominando bastante bien una situación harto embarazosa, leyó su discurso reformista a las Cortes sobre los partidos políticos hasta la última cuartilla. Después de lo que tuvo que aguantar el procurador Cercós el día anterior, el joven Suárez debió de pasar lo suyo por dentro. Y encima, ante la Televisión, que en cuanto le aflojan el dogal se transfigura en un notario implacable de palabras, gestos, tics... Pero no cabe duda de que cumplió, incluso brillantemente, con su deber, impostando la voz al estilo del Actor's Studio y ajustando el movimiento corporal a las normas del marketing executive. Y además, como decía en el colmo del entusiasmo uno del grupo Regionalista: «Cerraba uno los ojos, oye, y menos en algún detalle, igualito que si estuvieras escuchando a Felipe González.»
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