Panorama de la música europea en la tribuna de compositores
No pertenecen a la vanguardia las obras presentadas por las dos emisoras de Berlín (Sender Freies Berlín y RIAS), pero exhiben una calidad de escritura indudable. Dionysos meets Apollo, para cuarteto de cuerda, es original de Karl Heinz Wahren, nacido en 1933, discípulo, entre otros, de Ruffer y Hartmann. Página breve y concisa, se basa en un juego de contraposiciones de carácter dramático, expuesto en un lenguaje más cercano al estilo de Hartmann que al pensamiento schoenbergiano de Ruffer. Más brillante resultó el Rondó para orquesta, de Frank Michael Beyer, estrenado en 1972, y que ha sido dirigido en diversas ocasiones por Lorin Maazel. Discípulo de Ernest Pepping, Beyer (cuarenta y ocho años) se recrea en un ejercicio de gran efectividad instrumental puesto al servicio de ideas escasamente sustanciales. La aportación más interesante de la Alemania Occidental fue Modell I, del compositor y director Hans Zender (1936). El propio autor la ha dirigido a la Filarmónica berlinesa, que sirve espléndidamente y a través de fuertes tensiones; el sentido estático, predominante, animado por todo un repertorio de coloraciones tímbricas.
Dos vieneses
Encontró algunos partidarios «Verwandiungen» (transformaciones) del vienés Martín Bjelik (1940), brillantísimo ejercicio orquestal perfectamente encuadrado dentro de lo que un día se denominó Música utilitaria y que no es otra cosa sino puro funcionalismo en el que la vieja tesis del «arte por el arte» está sustituida por la del «arte por la técnica». Bjelik tiene treinta y seis años y su dominio artesanal resulta evidente. Otro vienés, Kurt Schwertsik (1935), completó la contribución de Austria con algunos fragmentos de su ópera El largo camino hacia la muralla de China, de 1975. Cede el músico a una tentación que cuenta en su país con largas tradiciones: el orientalismo. Tanto las melodías como la animada orquestación presentan, con técnica de empaque, un mensaje que, en lo sustancial, no va más lejos de Puccini en su Butterfly o de algunas operetas vienesas de gran estilo.
Bélgica, francesa y flamenca
Como de costumbre, y siguiendo una división que preside la estructuración del país, Bélgica tuvo expresión flamenca y francesa. La primera se concretó en una pieza para clarinete bajo y dos bandas magnetofónicas, titulada Harrys Wonderland. Su autor, André Laporte (1931), ha alternado su aprendizaje con el belga Tinel y sus experiencias darmastadtianas, dualidad que no deja de advertirse al confrontar pensamiento y realización. Particularmente meritoria es la parte del clarinete bajo, de extremado virtuosismo, en la que luce sus facultades Harry Sparnaay.La Bélgica francófona habló a través de un representante bien conocido y prestigiado en los medios de la música contemporánea: Pierre Bartholomee (1937). Al lado de Pousseur, el pensamiento del compositor adquirió verdadera naturaleza actual, aún cuando la obra presentada -Harmonique- no sea una de sus mejores consecuciones.
Holanda
Abunda en nombres y obras la actual música holandesa, por no aludir a la riqueza de sus estructuras, tanto en lo referente a centros de formación cuanto en lo tocante a posibilidades de experiencias, difusión, grabaciones y edición. La NOS acoge acaso el más complejo sistema de radiodifusión europea. Nos hizo escuchar obras de Van Beurden y Loevendie. Música concertante, de Bernard van Beurden (Amsterdam, 1933), explota el virtuosismo de un instrumento solista -la viola, en esta caso- acompañado de un conjunto de vientos y percusión. Se echa de ver en el lenguaje del compositor su largo trabajo con Ton de Leeuw, de manera que el pensamiento sonoro, sin obedecer a ideas particularmente llamativas, obedece a las instancias de nuestros días.
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