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Criticar al crítico

Criticar al crítico. Eso se pretendía en la cena homenaje que como epílogo de la corrida del martes se ofreció al, en otro tiempo, torero del franquismo y cuñado de Antonio Ordóñez. Pero lo que consiguiera T.S. Elliot en su libro -precisamente- Criticar al crítico, no lo lograron las trescientas cincuenta personas que alrededor de una treintena de mesas elípticas se congregaron. Porque todo quedó en un amago de juegos florales dedicados a la personalidad del ex matador y ahora -según sus propias palabras- espontáneo.Comenzó el turno de intervenciones a los postres del banquete, sobre la medianoche. Un maestro de ceremonias, unido al homenajeado por, «una gran amistad», dio lectura a dos telegramas de un político y un matador de toros que se adherían a la postura y actitud que el personaje centro de la reunión había adoptado días atrás ante un medio de información.

La pauta de las intervenciones fue marcada por los piropos que al ex matador se remitieron. A lo largo de ellas se pudieron oír frases, como «merece la adhesión de toda España, con vergüenza de españoles», «siempre fue un hombre dentro y fuera de la plaza», « es el único matador al que pagué con un cheque en blanco», «tiene una personalidad que no gusta a todos porque es polifacética» y «su mejor cualidad es la solidaridad.» Se dogmatizó -a intervalos- durante una hora sobre lo que debía acontecer en los ruedos y sobre el trabajo de los matadores. Las exposiciones sobre el tema fueron unánimes: «En la fiesta sólo debe haber dos protagonistas: toro y torero». Inmediatamente se pasó a poner de manifiesto el riesgo que el matador corre en el coso día a día, y tarde a tarde.

Llegó el último tercio, el de la crítica del crítico. Y salvo las excepciones del propio homenajeado y uno de los comensales, nadie cargó la suerte. El primero afirmó al referirse a la crítica especializada: «Estos que pretenden dirigir la crítica de toros son absolutamente ineptos». El segundo; se limitó a decir: «Hoy no se hace crítica taurina, sino personal». Los demás, en el mejor de los casos, salvaron el quite con alusiones veladas. El homenaje finalizó a las dos y diez minutos de la mañana.

Y a las siete de la tarde de ayer comenzó la decimotercera corrida de la feria. Y a las nueve menos cuarto, a punto estuvo de volverse a repetir la espantá de hace dos años. El quinto, de nombre Disparate, provocó unas reacciones de protesta por parte del público, que lo tachó de inválido. La presidencia no mostró el pañuelo verde que hubiera devuelto el toro al corral. Comenzó El Viti su faena, pero los graderíos no dejaron de gritar. En un momento determinado, se alzó una voz en el tendido: «iVámonos!». La palabra tuvo eco y se repitió por muchos aficionados. Y muchos más se levantaron de sus asientos. Algunos, sí, abandonaron la plaza; pero la «huida» no fue masiva. Faltó un líder que tensara un poco más los ánimos, un personaje que encrespara un poco más los nervios de los taurinos para que el escándalo se hubiera convertido en mayúsculo. Porque escándalo originaron los toros; y los pacientes aficionados, con la «marcha mansa», no habrían hecho más que dejar caer la última gota en el vaso lleno.

Se calmaron los nervios con la muerte del quinto toro. Pero llegó el sexto -sobrero- y se volvieron a originar nuevas protestas. Alguien comentaba a un amigo: «¡Con estos toros no me extraña que el artículo sersenta del reglamento sea tinta mojada!»

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