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La política lo llena todo

Durante toda una generación hemos padecido los españoles el constante esfuerzo desde arriba por despolitizar todo. En ese tiempo, el papel del intelectual crítico ha sido nadar contra esa corriente desatascando los elementos políticos de todo lo que, en principio, no era directamente político. De pronto, se ha destapado la olla y el vapor ha salido con estrépito. Todo de repente se ha hecho político. Del. desierto hemos pasado a la jungla política. En ese marana , el papel del intelectual crítico es ahora otro y el opuesto: destacar los elementos no políticos de la política. Por todas partes nos asalta el hervor de siglas. Todos los partidos de certe democrático parecen desear los mínimos o parecidos objetivos: libertad, amnistía y estatuto de autonomía aplicados a cualquier cosa; todos unidosjamá s serán vencidos. Faltan, en cambio, declaraciones de contenidos deseables para unos, discutibles para los más, y rechazables para otros. Y en esto estriba precisamente el juego político democrático. Por eso, cabe concluir que estamos todavía en España en una tardía situación predemocrática. Fáltales contenido y sustancia a los programas partisanos. Por ahora furiciona una política de notables, en la que, por cierto, abundan en demasía y para mi gusto, los catedráticos y financieros. Hay como una obsesión por estar de acuerdo, por conjuntar, converger, coordinar, cuando lo democrático es la discusión, y lo autoritario, la unifIcación. Se insta a los intelectuales a que se afilien, a que saquen el carné,cuando lo suyo, de los intelectuales, es regurgitar ideas y símbolos con que llenar de contenidos los programas de los partidos y ello implica muchas veces crítica y disonancia, cuando no heteredoxia y divergencia. No siempre es hacedero todo eso bajo la disciplina de un partido. Cada cual a su faena.

Aunque el espectro político sea el lógico y esperado por lo que respecta a la distribución de colores, hay que señalar el ligero corrimiento hacia el rojo de toda la banda más próxima al poder. A ello se añaden algunos elementos novedosos y comunes a casi todos los partidos políticos: el fuerte peso del sector público que conceden todos los programas (incluso liberales), y la estructura federal de la organización que han de formar todos los partidos que van a competir seriamente por el poder. Un intrigante problema que se plantea cualquier observador curioso, se deriva del principio de que ningún grupo político es suicidógeno. La cuestión está en que las primeras elecciones que tengamos con candidaturas distintas y libertad para todos los partidás, significarán el fin de la larga cuarentena en quehan estado mandando los mismos principios, clases y hasta personas. Ante el cataclismo que de este hecho puede derivarse, uno no puede menos que aconsejar a la oposición con mayores garantías de éxito (digamos el socialismo menos «nacional») que atempere sus pretensiones y exigencias. El temor al suicidio político suele producir reacciones en cadena (nunca mejor dicho). Una forma de moderación puede ser la promesa de amnistía anticipada ante la amenaza de futuras revisiones de fortuna personal de los políticos. Otra, la de procurar un Ejército con tecnología propia. Una tercera, quizá, la de respetar en lo que cabe el privilegio de la enseñanza católica a base de recortar la intromisión eclesiástica en materia matrimonial. Estos y otros pactos y concesiones de tipo más bien simbólico tendrán que hacerse para poderse lanzar después, con alegría, por la pendiente de las gruesas reformas económicas e ideológicas. No lo digo a título de consejo, sino de sencillo razonamiento científico. Por ello no vale gran cosa, menos de lo que en verdad podrá expresar el electorado en ese gran día, ya cercano, en que nos será dado, por primera vez en nuestra vida, a la mayoría de los españoles, el inédito placer de elegir.

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