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Un libro contra el libro

Lo que interesa en Sucesión de máscaras / Monumento de palabras / Reunión de poderes es la manera en que se ha fabricado. Se trata de un libro, del que damos noticia antes de su publicación, cuando está en ese difícil momento en que parece terminado, y sus autores deben huir de la casa y no aparecer jamás, porque, tras cuatro meses de montaje y maquetación, el libro sigue sugiriéndoles cambios, abriéndoles puertas, llamándoles sin fin.En el principio existió un texto poético, cortos poemas que se pueden leer seguidos, porque, en cada una de las ocho partes del texto, hay un largo poema sin solución de continuidad. La responsabilidad de la palabra escrita es de Carlos Rodríguez Sanz, que es el que nos dice: «ésta es una experiencia fuera de la literatura. No es un libro de poemas, ni una colección de dibujos, sino la expresión lo más directa posible, brutal, primitiva. No hemos querido elaborarlo, ni tampoco es una experiencia más o menos digestiva. Se sitúa voluntariamente fuera de lo literario, en los terrenos de la comunicación colectiva, a la que han servido incluso determinados fallos, repeticiones, lo que los profesores llamarían torpezas, que se han quedado ahí conscientemente, y en la medida en que den la intensidad necesaria».

Porque a partir de los poemas, se empezaron a añadir dibujos. Hasta 32 dibujantes, además de los que hicieron de maquetadores: Carlos, más Luis Andino, Mario Lacoma y Juan Antonio Pérez Montero. Entre los nombres, los hay super consagrados -entendámonos- como Urculo, profesionales ya, como Pedro Moreno, Angel Fernández Santos, Rafael Carrasco, Miguel Tristán, Leopoldo lzu... muchos más imposible reproducir la larga lista. Y luego, gente que no suele expresarse con el dibujo, como Eduardo Haro Jr. Y muchos de los dibujos son colectivos a su vez. Y más: puesta la colección en manos de los maquetadores -y hasta de los amiguetes que por allí pasaban- éstos han usado de ellos con absoluta libertad, cortando, uniendo, añadiendo y repitiendo lo que les parecía.

El resultado es una especie de monstruo: los poemas y los dibujos están tan perfectamente ensamblados que parecen obra de una sola mano. Y, sin embargo, son bien varias las temáticas y las maneras. Esta rara unidad viene dada por un difícil juego lingüístico entre la palabra y la imagen. Hay que decir que los poemas se caracterizan por una sustantividad extrema, consecuencia, seguramente, del tratamiento que se hace del tiempo: se le para, se le detiene en la sucesión congelada de los instantes, que convierten la narración, el sentimiento, la sucesión, en objeto. En visión. Multiplicada, claro, por los dibujos mismos, que son infinitamente más que ilustraciones, y dejan los poemas casi a nivel de pies, aunque... en fin. Movimiento y, como dicen ellos, energía.

Desgarro

Otro elemento más, esta vez temático, incide en la unidad referida: un desgarro terrible, en texto y dibujos. Una soledad omnipresente y patética. Una suerte de desesperación obstinada que hace de la visión del texto un auténtico viaje al infierno. No importa que la glorificación del instante, y del goce, que la revelación de lo real, un tema permanente, amenace con una suerte de exaltación: se trata de una locura furiosa porque, lo más recurrente de todo es la amargura sistemática por la fugacidad de ese instante que confunde en uno la vida y la muerte, la alegría y el tedio, el placer y el dolor. Este juego de recurrencias, acentuado por la libre parcelación de dibujos y palabra, convierte el texto en una auténtica obra abierta, donde cada fragmento lanza los cómplices al total, a los vecinos, al lado mismo. Y todo esto, en mi lectura sorprendida, dirigido a un fin: la demolición de toda una lógica, y de lo que la sostiene. De una moral. De un sistema. Y ahí está también, y aunque Carlos Rodríguez diga que no, la literatura, que se defiende de una cultura asfixiante de dos maneras: una construyendo ese universo aplastado y brillante. Y dos, construyéndolo en colectivo, haciendo uso de la vieja palabra y aliándose al dibujo, reuniendo esas casi cuarenta personas distintas en una creación profundamente lúdica.

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