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De la tierra a la hierba, la transición más infernal del tenis

El españoll, defensor del título, abre el grande británico con un extraordinario reto por delante: triunfar sobre el verde tras la conquista de la arena de Roland Garros

Alcaraz sirve durante un entrenamiento de esta semana en el All England Tennis Club.
Alcaraz sirve durante un entrenamiento de esta semana en el All England Tennis Club.Matthew Childs (REUTERS)
Alejandro Ciriza

“¡Agua! ¡Agua!”.

A eso del mediodía, Londres retira el farol del día anterior —25 agradables grados y cielo despejado, una ilusión— y devuelve el escenario original, la esencia: las nubes descargan y rocían, el viento remueve las copas de los árboles, ardillas y zorros se esconden y los paraguas van abriéndose como amapolas en el distrito 19, de modo que Carlos Alcaraz y su equipo tienen que abandonar a la carrera las pistas de entrenamiento para ponerse a cubierto y adaptarse a la cruda climatología británica; no sin mi lluvia, lema de un torneo que hoy arranca (14.30, Movistar+) con el murciano como merecido protagonista de la apertura, en tanto que el año pasado triunfó por primera vez y la tradición le otorga ahora el privilegio de abrir la maravillosa pista central. Será contra Mark Lajal, un estonio de su quinta (2003, 21 años), 262º del mundo.

“A lo mejor me consideran más favorito que el año pasado, pero yo intento tomármelo de otra manera; al final perdí en Queen’s [preparatorio], y eso te demuestra lo difícil que es jugar aquí, en hierba, el moverse bien, el darse cuenta de cómo hay que actuar… Todo puede pasar”, concede prevenido, consciente de la dificultad de dominar un registro que históricamente se le ha resistido a tantas y tantas figuras, y de que el relato de su deporte solo ofrece contadas excepciones. En el territorio masculino, únicamente enlazaron el éxito en Roland Garros y Wimbledon en un mismo año cuatro jugadores: un extraterrestre llamado Björn Borg (1978, 1979 y 1980), Rafael Nadal (2008 y 2010), Roger Federer (2009) y Novak Djokovic (2021). En el femenino, los libros reflejan a partir de la Era Abierta (1968) a Margareth Court (1970), Billie Jean King (1972), Chris Evert (1974), Martina Navratilova (1982 y 1984) y Serena Williams (2002 y 2015).

De la tierra a la hierba, dos elementos tan antagónicos y tan distintos. La transición infernal. Escaso margen (tres semanas, antes dos) para reformularse y adecuar los automatismos. Nada que ver. La gran mayoría se perdió por el camino. “Es el cambio de superficie más rápido, pero hay que aceptarlo”, apunta la número uno, Iga Swiatek, terrícola de raza y que también ha logrado desentrañar el código plano del cemento; no así el del césped, especialmente singular, exigente, más traicionero que ningún otro. “Es muy complicado, mentalmente debes abordarlo de una manera diferente. Aquí cometemos más errores, la bola es más baja y va superrápida; es más importante sacar bien con los primeros. Quiero aprender a jugar aquí”, prolonga la polaca, a la que se le resiste, de momento, un terreno que no admite la duda ni las vacilaciones, por mucho que el debate haya perdido peso en la red para ganarlo en los fondos.

Swiatek, en un partido de la edición de 2023.
Swiatek, en un partido de la edición de 2023.Andrew Couldridge (REUTERS)

Al mismo Nadal, sin ir más lejos, le costó desentrañar el misterio. Bicampeón del grande inglés, el español no logró controlar de verdad el juego sobre hierba hasta que alcanzó la treintena. Y también da fe de ello Garbiñe Muguruza, campeona en 2017. Tras hacer cumbre, las cuatro ediciones posteriores no logró superar la tercera ronda y a la campanada de 2016 en París le siguió la caída en la segunda escala en Londres.

Sobre la marcha

“Muy pocos jugadores tienen un buen slice hoy día”, lamenta Navratilova, la reina del cortado y de la subida a la red. Entretanto, más y más jugadores siguen diluyéndose sobre una superficie que ha ido perdiendo presencia —desapareció en Australia y Nueva York— hasta reducirse a un solo mes del calendario. Predomina, por tanto, la improvisación y la adaptación sobre la marcha, y a excepción de Serena Williams, Roger Federer y Novak Djokovic, el grueso de los profesionales terminan atropellados por la bola, sino trastabillados por los resbalones. Bien lo sabe el asturiano Pablo Carreño, avezado competidor en arena y cemento; irreconocible sobre el verde. Siete participaciones en Wimledon, siete primeras rondas.

“Me pongo vídeos de lo que hice el año pasado, no voy a mentir. Lo hago para ver cómo lo hice”, transmite Alcaraz. “Tenemos que ser fieles a nuestro estilo de juego en la superficie que sea, aunque en la hierba el movimiento cambia bastante. Yo soy un jugador que normalmente se desliza muchísimo, pero aquí hay otros que lo hacen como si fuera tierra y yo todavía no me atrevo. Es para mí un gran cambio. La movilidad, estar más agachado, no levantarme, estar enfocado en cada paso que das... La hierba son detalles. Tienes que estar concentrado en cada maniobra”, cierra el español, quien seguiría los pasos de Rod Laver, John Newcombe, Björn Borg, John McEnroe, Boris Becker, Pete Sampras, Federer y Djokovic si logra revalidar el título en La Catedral. Complicado, no cabe duda.

Difícil hacer predicciones en un marco abonado a la sorpresa. A la complejidad del registro, Alcaraz debe sumar por segunda vez en su carrera —la anterior se produjo en el US Open de Nueva York, el curso pasado— la gestión de un extra de presión por el estatus alcanzado en la edición previa; Djokovic confía en una respuesta positiva de su rodilla, pero lógicamente sin certeza alguna; y Jannik Sinner y Alexander Zverev asoman como alternativas, conscientes los dos de que la encerrona espera a la vuelta de la esquina. Entretanto, en el cuadro femenino las incógnitas todavía son más abundantes. Incontestable en tierra, Swiatek nunca ha franqueado la barrera de los cuartos y el historial subraya la ingobernabilidad tras la marcha de Serena: seis ganadoras distintas en las seis últimas citas.

Efectivamente, esto es Wimbledon. Otra ley.

MURRAY APURA LA OPCIÓN DE JUGAR

A. C. | Londres

Hace poco más de una semana, nueve días exactamente, Andy Murray fue operado de un quiste espinal. Y tanto algunos medios de Inglaterra como la ATP daban por descartada su presencia en Wimbledon. Sin embargo, el escocés, de 37 años, apura las horas para poder despedirse del torneo que conquistó dos veces (2013 y 2016).

“Lo que busco simplemente es jugar una última vez aquí. Quiero tener una última oportunidad de sentir la adrenalina de la central”, concedía el domingo ante los periodistas. Quiere el escocés despedirse de Londres antes de un último baile en los Juegos de París, escenario final de un recorrido que remonta a 2005 para dar con el punto de partida en la élite.

El nombre de Murray figura por ahora en el cuadro. El martes jugaría contra Tomas Machac, pero todo queda a expensas de una última prueba que efectuará este lunes. Intentará disputar el individual y, en el caso de no poder hacerlo, tal vez opte por la modalidad de dobles, de la mano de su hermano Jamie.

“Cada día que pasa parece más probable que pueda jugar”, señaló con optimismo. “Pero ahora mismo es imposible confirmar nada. Me gustaría salir a jugar a un nivel con el que esté satisfecho; no quiero estar en una situación como la de Queen's [donde abandonó]; no quiero salir a la pista y sentirme extraño, incapaz de ser competitivo”, zanjó.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.
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