Sobre cuerpos y cuerpazos
Gracias a un montón de factores relacionados con el entrenamiento, los cuidados, la alimentación y los avances científicos, los atletas cada vez son más altos, fuertes, rápidos, hábiles y resistentes, más de casi todo
Comedor de la universidad del sur de California (USC) donde se situó la Villa Olímpica durante los Juegos de Los Ángeles 84 (sí, viene batallita). Me encuentro en la cola pensando en nada en absoluto, cualidad que con humor solemos considerar eminentemente masculina. Salgo de mi letargo al acercarme a la zona de hamburguesas (nuestra dieta no era muy healthy que se diga) pero había algo que me impedía una buena visión de ese festival de grasa animal. Era el cuerpo interminable del nadador alemán Michael Gross. Nota para los más jóvenes. Michael Gross fue algo así como el Michael Phelps de los ochenta. Ganó medallas a porrillo, pero más que su curriculum, me impresionó su físico al natural. Medía 2,01 de altura y con una envergadura de 2,11, podía abrazar a cinco personas a la vez. Por eso le apodaban El Albatros.
Gracias a un montón de factores relacionados con el entrenamiento, los cuidados, la alimentación y los avances científicos, los atletas cada vez son más altos, fuertes, rápidos, hábiles y resistentes, más de casi todo. Queda atrás cuando el talento y la técnica podían permitirte sobrevivir sin un físico destacado. Hoy en día, en la mayoría de las disciplinas, si no tienes un cuerpo para pasearlo por la playa levantando admiración, mal asunto. Hasta aquí todo normal. Vamos evolucionando poco a poco y las capacidades aumentan a parecido ritmo que las exigencias. Pero de repente surge alguien que te hacen pensar: ‘Uf, este se ha saltado dos o tres casillas de golpe’. Gross fue un ejemplo, LeBron James también. Y qué decir del recién llegado Victor Wembanyama, un angelito de 2,24 capaz hasta de jugar hasta de base. Pienso en esto mientras veo a Antetokounmpo, otro salto evolutivo, durante el decisivo España-Grecia. En su caso, la clave está en la cantidad de movimiento.
Mis recuerdos sobre lo estudiado en la carrera de ingeniería se han quedado reducidos con el paso del tiempo a tres o cuatro cosas. Arquímedes, Pitágoras, que la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma y poco más. Ah, y lo de la cantidad de movimiento que es el producto de la masa por la velocidad. Si eres un tipo como Antetokounmpo, con 2,11 de altura y cuadrado como un armario ropero, estás esculpido muscularmente con mármol, das enormes zancadas y te mueves como si fueses un velocista, el resultado final es que terminas generando tal cantidad de movimiento que te llevas todo por delante. La estrella griega es un superhombre, un adelantado, pero gracias a que el baloncesto es un juego colectivo, no es invencible.
La España baloncestística tiene cuerpos, pero no tiene cuerpazos. Ya lo avisó Scariolo. Estas desventajas le obligan a escoger otros caminos para intentar paliarlas. Necesitan una buena puntería, astucia en las defensas alternativas, claridad en el ataque, aportaciones del mayor número de jugadores posible y sobre todo, el cierre por parte de todos del rebote defensivo, todo un quebradero de cabeza hasta el momento. España hizo mejor los deberes ante Grecia que frente a Australia. Más acertado en el triple, casi siempre contó con alguien que tirase del carro y mantuvo la calma en los últimos instantes. Y ojo con Santi Aldama. Es un cuerpo, no un cuerpazo, pero su paso adelante en la jerarquía del equipo salta a la vista. Hasta en un momento dado le jugó de tú a tú a la bestia griega, mostrando un carácter que se contradice con su cara de buen chaval. España aún pende de un hilo y le espera Canadá, otro escuadrón de cuerpos NBA. Pero estamos mucho mejor que ayer.
Para cuerpos llevados hasta el límite en potencia, resistencia, equilibrio y elasticidad, los de las gimnastas. Asisto como siempre, asombrado por las piruetas y siempre temeroso que en cualquier momento se caigan de las asimétricas o de la barra, aparato diabólico donde los haya. Tampoco me relajo en el ejercicio de suelo, donde Simone Biles hace cosas increíbles, y me preocupan sus tobillos cada vez que se elevan tres o cuatro metros dando giros en el aire en el ejercicio de salto. Pero dejando a un lado mis neuras, el espectáculo es maravilloso.
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