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Diario de un exolímpico (día 4)
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La rivalidad perfecta

Ganó Djokovic, lo que no ha extrañado a nadie, pero al menos, la remontada en el segundo set dignificó al que no merecía terminar humillado

Novak Djokovic y Rafael Nadal durante el partido en segunda ronda de los Juegos Olímpicos.
Novak Djokovic y Rafael Nadal durante el partido en segunda ronda de los Juegos Olímpicos.ALBERT GARCIA

Los juegos son como un enorme plató de televisión. Cuando nos colocamos delante de la pantalla, ejercemos de realizadores y entre todas las señales que se están emitiendo en cada momento y a las que tenemos acceso gracias a los multicanales, elegimos una para centrar nuestra atención. Cada cual tiene sus preferencias, pero existen determinados momentos en donde parece que se quedan a oscuras todos los escenarios menos uno. Muy fraccionada la audiencia, son contados estos instantes donde hay algo que monopoliza los focos. Al cuarto día de competición, llegó uno de ellos en París. El más que probable epilogo de una de las grandes rivalidades deportivas de nuestros tiempos.

Para que una rivalidad cuaje, se necesita tiempo, igualdad, talento, diferentes formas de ver, jugar y hasta vivir. Y por supuesto, un historial de enfrentamientos que vaya retroalimentándola. Borg frente a McEnroe. Dos talentos competitivos extraordinarios. Y ahí se acababan los parecidos. El hielo frente al volcán, el método y la repetición frente la inspiración, la discreción a un lado, la buscada provocación al otro, la sobriedad sueca frente a la desinhibición estadounidense. Magic frente a Bird. Dos personajes tan carismáticos como para desbordar los límites de la pista. Un negro y un blanco. El este, Boston, contra el oeste, Los Ángeles. El show en contraposición al deseado anonimato. La sonrisa seductora frente al taciturno granjero rural. Messi y Cristiano Ronaldo. ¿son del mismo planeta? Senna y Prost.

No es fácil construir un relato del calado como el que han escrito, partido tras partido, Rafa y Nole (tantos años siguiéndoles te da derecho a llamarles por su nombre de pila).

Pero la cosa tiene más enjundia porque es imposible hablar de estas dos figuras sin tener en cuenta la tercera pata, de nombre Roger Federer. Juntos dieron una vuelta de tuerca y protagonizaron la madre de todas las rivalidades. Una perfección a tres bandas. Las similitudes entre Nadal, Federer y Djokovic se limitan a una. Su inagotable fiereza competitiva que ni la edad, las lesiones o el empacho de éxitos hizo disminuir. El resto, en lo personal y en lo profesional, como el agua y el aceite, imposible que se mezclen. Eso sí, juntándoles en un solo ente, tendríamos el jugador perfecto. Elegante, contundente, incansable, dominador de todos los golpes, controlador de cualquiera de las situaciones, capaz de levantarse de nuevo las veces que haga falta. Durante casi dos décadas les hemos visto ganar mucho y perder poco, sonreír y llorar, lesionarse y recuperarse, llevarse bien y tener sus piques. Entre los tres se potenciaban haciéndose mejores mientras se repartían casi en exclusiva los grandes torneos. Y sobre todo, nos han hecho disfrutar de su grandeza en la pista, tanto que nunca seremos capaces de agradecérselo suficientemente.

Federer nos dejó huérfanos hace ya un tiempo, y Rafa lleva peleado con su físico otro tanto, pero esta maravilla de rivalidad no podía cerrarse sin un último capítulo en el mejor de los escenarios posibles, unos juegos olímpicos en las pistas de Roland Garros. Ha ganado Djokovic, lo que no ha extrañado a nadie y aunque por momentos se bordeó un partido y un resultado demasiado doloroso para Nadal y sus seguidores, la remontada en el segundo set, aunque finalmente estéril, al menos dignificó al que no merecía terminar humillado.

Para recuperarme un poco, conecto con mi deporte favorito entre los deportes que no son mis favoritos. El tenis de mesa. Semifinales mixtas entre China y Korea. Pabellón abarrotado y ruidoso. Me quedo pegado mientras se suceden los espectaculares puntos. La mayoría empiezan muy suavecito, pasando casi rozando la red, pero de repente, como si fuese un F1, la bola se acelera en un abrir y cerrar de ojos y se suceden a velocidad vertiginosa unos cuantos golpes tremendos con los jugadores cada vez más lejos de la mesa. Hipnótico. No logro encontrar diferencia alguna entre el desempeño de las mujeres y el de los hombres. Son igual de eléctricas, se mueven tan rápido como ellos y la pegan con la misma potencia. Paridad total. Quiero dejarlo, pero algo me lo impide y termino metiéndome entre pecho y espalda seis sets... Ah, ganó China. Y yo pasando tan buen rato.

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