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Léon Marchand se consagra como ídolo de Francia

El nadador conquista el oro en 400m estilos, rompe el récord olímpico de Phelps y se queda a 45 centésimas de su propia marca mundial

Léon Marchand posa con la medalla de oro, después de imponerse en los 400m estilos y romper el récord olímpico.
Léon Marchand posa con la medalla de oro, después de imponerse en los 400m estilos y romper el récord olímpico.Clodagh Kilcoyne (REUTERS)
Diego Torres

Léon Marchand desenterró en París la recóndita esencia de los Juegos, concebidos hace más de tres mil años como una larga y concurrida ceremonia religiosa. Hubo éxtasis colectivo en la multitud de 17.000 personas que se congregaron en La Défense para animar, empujar, y luego exaltar, al muchacho de 24 años que Francia ha señalado como el elegido. El ídolo trascendental. El representante de la nación. El vicario de las pasiones del pueblo convertido en nadador, en anfibio, en mariposista, en espaldista, en bracista y en rayo del estilo libre a lo largo de la prueba que mide al hombre más versátil para desplazarse en el agua. Marchand ganó el oro en la final de 400 metros de estilos combinados y lo hizo con una autoridad de media piscina. Solo, lejos del concurso de perseguidores —el japonés Tomokuki Matsushita, plata, el estadounidense Carson Foster, bronces, etc.— que le siguieron como acólitos boquerones al líder supremo de los peces.

Marchand se impuso en 4 minutos 2,95 segundos. A apenas 45 centésimas de su récord del mundo, el que le arrebató a Michael Phelps, establecido en Fukuoka el año pasado. Fue una proeza. Especialmente, si se consideran las características de una piscina cuya escasa profundidad (2,20 metros) genera demasiada turbulencia. El oleaje ha rebajado de manera ostensible todas las marcas de las primeras cuatro sesiones registradas en La Défense.

“¡Qué pena!”, lamentó tras la prueba Raúl Arellano, responsable del laboratorio de biomecánica de la Universidad de Granada, un experto en la física de fluidos que ha dedicado media vida a estudiar la propulsión de los hombres en el agua. “¡El esfuerzo de los nadadores se pierde en una piscina que es como una charca!”.

Tomoyuki Matsushita, que precisamente hizo un análisis de su mecánica de nado en Granada con Arellano este año, antes de acudir a París, fue el único hombre en la final que logró pegarse a la ola de Marchand. Lo hizo durante los 200 metros de los parciales de mariposa y espalda. Hasta que el francés llegó a la pared del viraje de espalda, en la línea de 150 metros, y se propulsó bajo el agua con ocho patadas que fueron las mismas que patentó su predecesor, Michael Phelps, camino de los Juegos de Pekín 2008. En modo subacuático, sin la resistencia que produce la superficie, Marchand abrió la brecha. Se alejó irremisiblemente hacia la victoria. Solo. Nadó los dos largos de braza y los dos largos de libre contra sí mismo, sin referencias. Hizo el último 50 en 29,03 segundos y en las últimas brazadas se le escapó por la punta de los dedos el récord mundial que consiguió en Fukuoka salvando ese último 50 en 28,39s.

Allors enfants de la patrie, le jour de gloire est arrivé!”. La muchedumbre reunida en el Arena de La Défense, el pabellón de espectáculos más grande de Europa, se arrancó con La Marsellesa media hora antes de que salieran los nadadores. Marchand hacía ejercicios de concentración mediante la respiración en la sala de llamadas de la piscina y el público no dejaba de invocarle con cánticos: “Léooooon, Léooooon...”. No se recuerda un bullicio igual en la historia de la natación. Quizá porque en juego había mucho más que una medalla. El honor de la nación. El éxito de los Juegos Olímpicos. El orgullo de la gente corriente, repentinamente identificada con el ídolo de Toulouse, sobrecogido al salir hacia los poyetes, expresivo, feliz, seguro de cargarse de electricidad antes de nadar.

“Me llamó el presidente”

“Trabajo desde hace cuatro años con Thomas Sammut que es mi preparador mental”, contó el nadador la semana pasada. “Mis padres [Xavier Marchand y Celine Bonnet] han sido nadadores que conocieron la natación de alto nivel en unos Juegos y me han aconsejado. “Intentaré abrir los ojos y aprovechar al máximo lo que me espera. Esas 17.000 personas que van a llenar las gradas generan una energía que puede suponer una ventaja”.

Dicho y hecho. Lejos de acalambrarse ante la idea inconcebible de ser una proyección de los sueños de millones de extraños, se arrojó al agua y ejecutó mecánicamente las cuatro secuencias de la carrera que se sabe de memoria. Como el pianista que interpreta una partitura sin leer las notas, con los ojos cerrados, completó los 400 metros con la convicción del genio. Dennis Auguin, director técnico de Francia, se quedó perplejo. “Increíble”, decía, tras asistir al prodigio. “Lo afrontó con una serenidad desarmante. Es su marca de fábrica. Todo automatizado”.

Marchand había proyectado los 400 metros estilos como una liberación para luego asaltar sin tanta presión el oro en 200 estilos, 200 mariposa, 200 braza y el relevo de 4x100 estilos. Cumplió con el primer acto con la precisión de los deportistas que traspasan la fronteras. La llamada que recibió en su teléfono móvil convalidó un nuevo estatuto. Era Emmanuel Macron. “Me llamó el presidente”, confesó el campeón, “y me dijo que toda su familia me había animado viendo la carrera por la tele. Y efectivamente se oían muchos gritos”.

Léon ya es el gran héroe olímpico de la República.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.
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