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Nadal honra el último baile ante Djokovic, que le apea del torneo individual en París 2024

El serbio se impone con claridad por 6-1 y 6-4 al español, que ofrece una heroica resistencia al final en el duelo entre los dos mitos

Nadal, ante Djokovic.
Nadal, ante Djokovic.ALBERT GARCIA
Juan Morenilla
Tenis - Juegos Olímpicos - segunda_ronda -
Novak Djokovic
66
Rafael Nadal
14

El último baile fue el baile de Djokovic ante Nadal. El serbio golpeó al español por 6-1 y 6-4 en la segunda ronda del cuadro individual de los Juegos, en la abarrotada pista central de Roland Garros. Nole fue un ciclón casi todo el mediodía, hasta que la eterna resistencia del balear cuando asoma la derrota ofrecieron un desenlace digno del choque entre dos mitos. Con 4-0 en contra en el segundo set, Nadal aprovechó la relajación del serbio y se metió de lleno en la pelea (4-4) ante la pasión desatada de la Philippe Chatrier, que se frotaba los ojos ante semejante resurreción. Necesitó Djokovic volver a apretar el acelerador para abrochar el triunfo y decantar aún más a su favor el histórico duelo directo de enfrentamientos: 31-29. Los gigantes no se encaraban desde hace dos años, precisamente en esta arcilla, en los cuartos de Roland Garros, cuando el español venció en cuatro sets camino de otra cima. El deseo de ese último vals había empujado estos días a Nadal a forzar la máquina al máximo a los 38 años, después de una dura semana en Bastad, lesionado en el muslo derecho y con el dobles junto a Carlos Alcaraz por delante (se enfrentan este martes a los holandeses Griekspoor y Koolhof). París, Djokovic, Roland Garros, los Juegos Olímpicos... todo valía la pena, y se dejaría la piel en ello.

Antes de la guerra comparten sonrisa ante la cámara. Es solo un segundo. Luego cada púgil sale corriendo a su rincón del ring. Apenas ceden otro instante para saludar al público hasta que Djokovic arranca el motor al saque. El serbio vuela en los tres primeros puntos y el español reacciona elevando el riesgo en busca de las líneas. Son dos viejos enemigos que se conocen mucho y son muchas las lecciones y las cicatrices de tantos años cara a cara. Nole alcanza la primera pausa en ventaja. El peloteo prolongado no será en esta ocasión un aliado de Nadal, más lastimado en su carrocería y menos fresco de piernas y de mente. El balear precisa golpes ganadores, terminales, una receta difícil de cocinar porque Nole es el hombre que responde a todo. El rey de París rebusca en su repertorio de tiros cruzados, pero el druida serbio sabe cambiarle el paso, variar el ritmo del intercambio, intercalar una dejada que hiere a su rival. A la primera oportunidad rompe el servicio y comienza a mandar en el encuentro con puño de acero.

Nadal ni se acerca a la siguiente dejada. En el traslado lateral puede defenderse, pero cuando se trata de esprintar hacia delante, acelerar de cero a 100, se le ven los costurones de un físico castigado. Ahí echa de manos la explosividad perdida y que ya no volverá. Djokovic repite jugada para el 3-0. Sabe cómo hacer daño.

La montaña es demasiado elevada para Nadal. Éste no es un enemigo cualquiera. La pista central de Roland Garros descubre la debilidad de quien ha sido un titán y no deja de abrazarle. “¡Rafa sigue siendo el rey!”, clama un espectador. Pero abajo el juego es el que manda y Djokovic no tiene piedad. Es él quien lleva la iniciativa de la mayoría de los puntos, quien decide por dónde se mueve el partido. Nole agita al balear de derecha a izquierda, de atrás a delante, y en sentido contrario. Y no falla un golpe, certero cuando apunta a la esquina, como si en lugar de una raqueta empuñara un rifle con mirilla. Ni siquiera necesita su mejor versión. Nadal cabecea con una doble falta. Tampoco la cinta blanca de la red le consuela en un golpeo ajustado. Solo el orgullo le salva de un rosco en un primer set que Djokovic se merienda en 39 minutos por 6-1.

En tiempos de penurias, Nadal celebra el punto de rotura salvado. Prueba a resistir el intercambio algo más, pero la bola pesa demasiado a ese lado y choca contra la red. Djokovic se atornilla en el eje de su campo y desde ahí dirige las operaciones. Izquierda, derecha, izquierda, derecha... El punto cae por inercia, cuando el español se queda sin oxígeno en medio de la batalla. Por unos momentos Nadal siente en sus carnes la sensación de inferioridad que durante tantos veranos sufrieron quienes se cruzaron en su camino de arena. A un tiro a la cruceta del español responde el serbio estirando sus muelles y enviando un misil rasante a un rincón imposible. Indefenso, Nadal aplaude la genialidad.

Puede que Djokovic hubiera concedido antes una tregua, pues tal era su superioridad, ante otro rival. No es buen negocio ante Nadal porque desde que se enfrentaron por primera vez hace 18 años sabe que nunca dejará de pelear. Y así sigue, aunque con el esfuerzo justo, porque no necesita más. Es a Djokovic al ralentí, a medio gas, sin despeinarse. Pocas veces se había visto una versión tan vulnerable de Nadal. Solo cuando la orilla está cercana, con 4-1 y servicio, a punto del remate, Djokovic afloja unos segundos, falla un par de golpes, comete una doble falta, se confía, y Nadal dice que esperen, que aún no está muerto, que en todo caso tendrán que matarle. Reacciona la Chatrier adormilada bajo el sol y el balear quema sus cartuchos. Es ahora o nunca. Él es el campeón de 14 copas de los mosqueteros. De repente recobra la energía y conecta varias derechas pegadas a las líneas. Hasta luce fresco de cabeza para inventarse una dejada en medio los cañonazos. “¡Rafa!, ¡Rafa!”, es el grito.

Nadie es capaz de explicarlo. ¡Pero si estaba fundido! ¡Pero si parecía un adulto contra un niño! ¿Cómo demonios ha pasado este hombre de 38 años de un 4-0 al 4-4 y servicio? Seguramente solo hay una respuesta: porque es Rafael Nadal, el indestructible. Djokovic ha abierto la puerta, esa que sabía que debía cerrar de un portazo. Por ahí se cuela un devorador, alguien que juega con el alma. Y levanta un 15-40, otra vez dominador desde el fondo de la pista, resistiendo el empuje de Nole, y solo entrega su saque cuando Nole le llama a la red. Otro se hubiera entregado a su suerte, deseando que acabara ese sufrimiento abrasador, pero Nadal rema y rema hasta que la luz se apaga. Si ese era el último baile contra Djokovic en Roland Garros, él lo honró hasta su último aliento.

Djokovic celebra la victoria.
Djokovic celebra la victoria.Violeta Santos Moura (REUTERS)

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Sobre la firma

Juan Morenilla
Es redactor en la sección de Deportes. Estudió Comunicación Audiovisual. Trabajó en la delegación de EL PAÍS en Valencia entre 2000 y 2007. Desde entonces, en Madrid. Además de Deportes, también ha trabajado en la edición de América de EL PAÍS.
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