En París, Alcaraz rejuvenece a Nadal: “Los Juegos son una vuelta al inicio de todo”
El tenista balear valora como un “premio” competir en la capital francesa a los 38 años y formar, junto al murciano, pareja de dobles en la cita olímpica
La selección femenina holandesa de hockey se entrena corriendo por la Villa Olímpica cuando un mito aparece en su camino. De golpe, las jugadoras se paran y, como si fuera un anticipo del desfile inaugural, se cuadran en dos filas a izquierda y derecha de la calle y elevan los brazos formando un arco por el que pasa sonriente Rafa Nadal. El tenista español es una de las mayores atracciones en la concentración de los atletas junto al río Sena. Apenas puede dar unos pocos pasos sin que alguien le pida parar y le apunte con el teléfono móvil. El balear acepta el peaje del reconocimiento universal que arrastra, igual que a su lado Carlos Alcaraz se adapta a la fama de conquistar este curso el doblete Roland Garros-Wimbledon.
La pareja española se prepara para su debut en el dobles además de competir en el cuadro individual (el sorteo es este jueves; Jannik Sinner se ha retirado por lesión). París es el escenario de un viaje en el tiempo. En la pista de Roland Garros se reúnen Nadal, que en esa arcilla ha mordido 14 de sus 22 grandes y que a los 38 años estira su pasión más allá de lo que le permite el físico, y Alcaraz, de 21 años, la estrella del presente y del futuro. La escena es única, irrepetible. Nadal saborea el regreso a los Juegos Olímpicos como una vuelta a sus orígenes, a la modestia de los inicios, y disfruta como un niño en la Villa pese a los agobios de su celebridad. Y Alcaraz aprecia el hecho de jugar hombro con hombro con quien le ha inspirado. El murciano bautiza el invento: “Nadalcaraz”.
“Cada vez que he estado en unos Juegos, y lo digo con la mano en el corazón, ha sido una experiencia inolvidable”, explica Nadal, oro en Pekín 2008 en individuales y oro en dobles en Río 2016 junto a Marc López. Debutó en Atenas 2004 formando pareja con Carlos Moyà, y se perdió por lesión las citas de Londres 2012 y Tokio 2020. “Pekín fue más grande para mí que algunos Grand Slams. En los Juegos nunca eres tú solo, eres parte de un equipo mucho mayor. Volver a la Villa con una medalla es una sensación impresionante. Estar en París me hace una gran ilusión porque serán mis últimos Juegos. Lo valoro muchísimo. Cuando estaba en Río me parecía imposible llegar hasta aquí. He pasado por momentos difíciles y haber tenido la capacidad de seguir estos dos últimos años me da satisfacción. Este es el premio, vivir unos Juegos en París. Eso me rejuvenece. Es como una vuelta al inicio de todo, cuando jugaba torneos pequeños y estaba en hostales. Es un recordatorio de dónde venimos realmente y de dónde parte el espíritu real del deporte, sin grandes lujos. Mi situación es difícil pero la ilusión no me la quita nadie”, cuenta Nadal.
Una carrocería desgastada y exprimida lastra al balear, que la semana pasada jugó una final, en Bastad, después de 777 días, aunque cayó ante el portugués Nuno Borges. Hoy es el número 161 en el ránking mundial y en París competirá por su cuenta y junto a Alcaraz. A su favor juega la tierra batida, superficie olímpica por primera vez desde Barcelona 92. Nadal tampoco es ningún novato en dobles, disciplina en la que suma 140 victorias, por 76 derrotas, y 11 títulos. Alcaraz solo ha jugado, según la ATP, seis encuentros en su carrera en el dúo (tres victorias y tres derrotas). Y ambos nunca han coincidido en el mismo lado de la pista en un torneo oficial ni en la Davis. “No hemos podido prepararnos conjuntamente como otras parejas, pero confiamos en el gran momento de Carlos y en que yo pueda alzar el nivel que necesito para que esto funcione”, argumenta Nadal, e intenta rebajar el ruido: “Entiendo el morbo de vernos juntos, pero es un error pensar que eso se traduce en éxito. Carlos no ha jugado mucho en dobles, y yo ni dobles ni en individuales últimamente. La realidad es la que es. Va a costar. El dobles es una competición distinta, las cosas pasan más rápido, hay que tener los reflejos a punto, los movimientos son diferentes. Cambia mucho a la hora de leer las bolas y colocarte. Debemos construir nuestra fortaleza desde jugar bien a nivel individual y compenetrarnos”.
Alcaraz acepta la necesidad de una adaptación y elogia a su compañero. “De Rafa tengo que aprender todo, es una leyenda. Su manera de competir, luchar, nunca dejarse ir, nunca dar un punto por perdido. Y su humildad fuera de la pista es de admirar. Es un sueño jugar con él, vamos a dar lo mejor de nosotros”, afirma. A su lado, Nadal absorbe la desbordante fortaleza del joven: “Yo puedo aprender de las nuevas generaciones. Estar con alguien como Carlos me rejuvenece, me hace recordar la energía que tienes con 20 años, cuando vas descubriendo todo, todo es especial, y la ilusión de lo desconocido”.
Ambos saltan a las cuatro de la tarde a la pista número 2 de Roland Garros. De camino al rectánculo, Nadal cuenta alguna batallita al joven, que le escucha atento. El relax se acaba al pisar la arena. Enfrente tienen a Pablo Carreño y a Marcel Granollers. “¿Hacemos algún cambio para que no esté descompensado?”, bromea el primero. No hay tregua. Comienza un bombardeo de golpes con el alma que se alarga durante dos horas. Nadal y Alcaraz no entienden de paseos. A la hora de la verdad, es ganar o ganar.
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