Los deportistas no son superhéroes
Nadie mejor que Simone Biles sabe lo que es sentirte presionada, tener que lidiar con exigencias y expectativas
Como todos los días, saco a mis perros Telma y Luis a primera hora de la mañana. Tienen año y poco y su energía va acorde con su edad y tamaño, por lo que si quiero conservar mi hogar y pertenencias en buen estado, más me vale cansarles un poco con un largo paseo. Justo cuando pongo la radio para iniciar el viaje de vuelta, topo con la final de Maialen Chourraut en piragüismo modalidad eslalon. Ya sé que las actuales tecnologías te permiten ver las cosas cuando y como quieres, y podía haber esperado hasta llegar a casa, pero me apetecía vivirlo en puro directo, saber que en ese mismo instante estaba pasando. Total, que he buscado una sombra en el aparcamiento, apagado el motor, abierto la app en el móvil y con los jadeos de mis agostados chuchos de música de fondo, me he preparado para disfrutarlo.
Para disfrutarlo, digo. Pero, ¿quién disfruta con esto? Nervios, gritos de los comentaristas, caras de las participantes sonriendo, llorando, o las dos cosas a la vez. Pura y simple agonía. Encima, Maialen sale de las primeras, por lo que cuando consigue el mejor tiempo, quedan todavía unas cuantas por participar, las más peligrosas. Y entonces mandas al garete el espíritu olímpico y te conviertes en mala persona, pues deseas que se equivoquen, toquen puertas, les entre agua en los ojos y si la piragua se da la vuelta, casi mejor. Eso sí, sin que le pase nada a la piragüista, que tan perversos no somos.
¿Y lo del podio cambiante? Me ha parecido ya el summum de la tortura. Me explico. Según iban terminando la bajada, había un espacio donde se ubicaban las tres piragüistas con mejor tiempo. La primera en el medio, y la segunda y tercera a ambos lados. Pero claro, cuando se producía un nuevo registro que mejoraba el de alguna de ellas, los puestos sufrían variación y la que estaba en la posición de bronce era expulsada físicamente del paraíso medallero. Según se desarrollaba la prueba, era como ver acercarse poco a poco a alguien al precipicio hasta recibir el empujón definitivo. ¿A qué retorcida mente se le ha ocurrido esto?
Finalmente, Maialen sólo ha caído un puesto y he podido celebrar con mis perretes la consecución del triplete. Bronce en Londres, oro en Río y plata en Tokio. Casi nada. Ganar una medalla en cualquier disciplina es muy difícil y habla de tu talento. Lograr dos seguidas demuestra ambición para no sucumbir a la complacencia. Conseguir tres, la última a los 38 años, apunta a enorme y continuado esfuerzo y amor incondicional a tu deporte.
Poco después se encendían las alarmas olímpicas. Simone Biles, la llamada a ser de nuevo una de las reinas de los Juegos, se retiraba de la final por equipos de gimnasia después de participar en la modalidad de salto, dejando en duda su futuro individual. Vuelve a la palestra un asunto complejo y peliagudo como es el de la salud mental de los deportistas y sobre el que Biles es especialmente participativa. Nadie mejor que ella sabe lo que es sentirte presionada, tener que lidiar con exigencias y expectativas que a veces llegan a olvidar la naturaleza terrenal del deportista. Normalmente todo esto se suele sufrir en silencio, que tampoco ayuda. Por eso gente como Biles quiere introducir en la conversación esta problemática que afecta a muchos más deportistas de los que suponemos, ya que choca con cierto concepto de superhéroe con el que investimos a estos personajes. Mientras tanto, la maquinaria deportiva-economica-mediática no está por la labor de detenerse. Por eso, cada vez más frecuentemente asistimos a ese día en que el cuerpo y la cabeza del atleta dicen basta. Y se rompe. Por fuera y por dentro.
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