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Blogs / Deportes
El Montañista
Coordinado por Óscar Gogorza

Seis muertes y un rescate afortunado en un martes negro en el Himalaya

Cinco alpinistas rusos caen en el Dhaulagiri y el norteamericano Mike Gardner fallece en el Jannu Este mientras su compañero es rescatado por una cordada francesa

Alpinistas Himalaya
A la izquierda, Sam Hennessey, junto a Michael Gardner, fallecido este martes.Sam Hennessey

Un martes negro en la historia del himalayismo. Así quedará marcada esta fecha en la que se conocieron las muertes de seis alpinistas en dos accidentes distintos, uno en el Dhaulagiri donde cinco escaladores rusos perecieron, y otro en el Jannu Este, que se llevó al gran alpinista norteamericano Mike Gardner. El otoño es mucho más tranquilo y casi despejado de tráfico en las montañas de 8.000 metros, justo lo que buscaba el equipo ruso liderado por Alexander Dusheiko, que encontró vacío el campo base del Dhaulagiri, por fin la montaña para ellos solos, sin sherpas, botellas de oxígeno ni clientes haciendo cola en las cuerdas fijas. Una montaña sin domar, sin rebajar y con 12 alpinistas dispuestos a trabajar juntos para escalarla. Tras un primer ataque que colocó a dos de sus integrantes en la cima, seis más se lanzaron montaña arriba a finales de la semana pasada. Enfermo, el más experimentado del grupo, Valery Shamalo, tuvo que retirarse. Dusheiko y cuatro amigos más (Oleg Kruglov, Vladimir Chistikov, Mikhail Nosenko y Dmitry Shpilevoy), continuaron. Ahora están todos muertos, presumiblemente víctimas de una caída sufrida a unos 7.600 metros mientras sus cuerpos han sido avistados a unos 7.100 metros desde el aire.

También en las montañas de Nepal, pero esta vez en el deseado, pero virgen, Jannu Este, Mike Gardner (32 años) encontró un inesperado final: solo los más grandes se miden a la Este del Jannu (7.460 m). El navarro Mikel Zabalza intentó alcanzar su cima hace dos años, sin éxito: “Hubiese sido la excusa perfecta para colgar los crampones”, sonreía a su regreso. El compañero de Gardner, Sam Hennessey, todavía no está en disposición de explicar qué motivó los 700 metros de caída de su compañero de cuerda: si sigue vivo es gracias a una feliz coincidencia: un trío francés de élite trataba de abrir una vía en la misma pared y se encargó de rescatarlo. Los franceses no eran otros que el omnipresente Benjamin Védrines (The North Face Team), Léo Billon (equipo militar de alpinismo) y Nicolas Jean, es decir la punta de lanza del alpinismo moderno, revisado, acelerado y aumentado.

Billon, enfermo de mal de altura, posiblemente salvó de rebote la vida de Hennessey, uno que intentaba el reto por tercera vez. Para Gardner, se trataba de su segundo viaje. Védrines explica así por qué renunciaron a alcanzar la cima, a hacer historia: “A las 10.30 de la mañana, todo cambió. La serenidad de la cordada quedó alterada. Léo ya no es ese escalador supereficaz de la víspera. No es el alpinista con pintas de elfo que conocemos. Bajo mi mirada impotente, le veo convertirse en una sombra de sí mismo. Resopla sonoramente, avanza muy lentamente y no puede hacerse cargo de las tareas básicas de la cordada. Se esfuerza por seguir escalando, pero percibo que cada largo es una tarea inhumana. Trato de convencerme de que todo irá bien. La altitud es sufrir. Pero en cada reunión, veo su cabeza apoyada contra el hielo buscando un reposo, un atisbo de normalidad. Es mi amigo, le conozco y sé que su fuerza de voluntad intenta lo imposible. Quiere la cima. Extrae toda su fuerza y toda su debilidad. Pero está claro que Léo no puede seguir. Solo pienso ya en retirarnos. Me duele en el alma ver sufrir a mi amigo de esa manera: ha invertido tantas horas de entrenamiento para este proyecto que desafía nuestra habitual comodidad en las montañas. Pero el himalayismo es tan cruel como magnífico y cualquier ambición puede ser barrida en cuestión de segundos. Empezamos a rapelar. Horas después, estamos en el campo base, frustrados, amigos, emocionados, cansados, pero vivos”.

Védrines no relató el rescate de Sam Hennessey en sus redes sociales, algo que solo hizo público cuando la familia de Gardner, cuyo cuerpo no fue hallado, fue avisada de su fallecimiento. Los dos norteamericanos batieron en 2022 el récord de velocidad en la vía Slovak Direct al Denali y el pasado verano abrieron una línea tremenda de 2.000 metros en el monte Hunter.

Gardner, como su padre, era guía de alta montaña y solía decir que no recordaba si aprendió antes a escalar o a caminar. Tampoco podía explicar por qué seguía acudiendo a la montaña después de que su padre pereciese escalando en solitario el Grand Teton, en 2008. Lo que otros sí podían decir de él es que era uno de los artistas más grandes del alpinismo rápido, ligero y comprometido. Con todo, no era el típico alpinista monotemático, únicamente centrado en la misión de escalar. De hecho, solía asegurar que escalar no era algo que le definía como persona: la vida ofrecía muchas formas de divertirse, de buscarse, de existir, de ser. “Ir de expedición es una expresión vital más que una lucha por sobrevivir: ahí encuentro una enorme felicidad, pero también es verdad que adoro cambiar, hacer cosas nuevas, ya sean físicas o no”, reconocía en un perfil publicado por uno de sus patrocinadores.

Mike Gardner, alpinista fallecido en el Himalaya.
Mike Gardner, alpinista fallecido en el Himalaya. Exum Guides

Podía pasar horas con su monopatín o practicando en invierno la curiosa costumbre local (nació a los pies de la cordillera de los Tetons, Wyoming) de esquiar en llano a toda pastilla agarrado a una soga conectada a un caballo con jinete. Le gustaba volar en los descensos sobre nieve polvo. Odiaba los ingredientes típicamente viriles del alpinismo: “levantarse a horas ridículamente tempranas, pasar fío, hambre…”, aunque lo hiciese constantemente. Su manera relajada de entender al alpinismo le había colocado al frente de la nueva ola juvenil, sin egos desmedidos y con una óptica serena de su actividad: “no se trata de qué haces, sino de cómo lo haces”.

Su deseo de no encasillarse, de no repetirse, de ser persona antes que alpinista, le había conducido hasta una reflexión sencilla: lo que de verdad amaba era la vida, sin importar qué hubiese elegido hacer con ella.

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