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El oasis ‘verde-amarelo’ de Neymar

Tras una temporada convulsa en el PSG, el brasileño disfruta de su condición de faro en la selección dinamitando registros históricos con un juego cautivador

Neymar patea el balón de rabona
El brasileño Neymar patea el balón de rabona en el partido de las semifinales de la Copa América contra Perú disputado el pasado 6 de julio en el estadio Olímpico Nilton Santos de Río de Janeiro (Brasil).ANTONIO LACERDA (EFE)

Neymar ha recorrido el camino que separa un infierno astral de la antesala de la gloria. Arrancó el curso saturado y en condiciones precarias, tras caer el PSG en la final de la Champions en agosto ante el Bayern y sin tiempo para una pretemporada. En septiembre dio positivo por coronavirus tras un viaje a Ibiza. Y el primer partido liguero que disputó, ante el Olympique de Marsella, finalizó con derrota parisina tras una bochornosa gresca colectiva: cinco jugadores fueron expulsados, entre ellos Neymar, que acusó al central español Álvaro González de haberle dedicado insultos racistas en una polémica infinita.

Sus primeros contratiempos en los aductores llegaron en octubre. En diciembre una terrible entrada del brasileño Thiago Mendes, del Lyon, sobre un tobillo le mandó a la enfermería durante un mes. El PSG cambiaba de técnico tras el despido de Tuchel y llegó Pochettino mientras Neymar participaba en una polémica fiesta de Nochevieja en Río de Janeiro y Brasil sufría como pocos países el horror del calvario pandémico. En febrero llegó otra lesión de aductores tras la masacre a la que fue sometido por los defensas del Caen en un partido de Copa: 36 días de baja en los que el delantero se perdió la eliminatoria de Champions ante el Barcelona. Un torneo en el que anotó seis goles en la fase de grupos pero se quedó seco en cuartos ante el Bayern y en semifinales ante el Manchester City.

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El PSG, tras una campaña demasiado irregular, plagada de contratiempos y distracciones, no pudo revalidar el título liguero, que se llevó el Lille por un punto de diferencia. Neymar sólo disputó 18 partidos de liga registrando nueve goles y cinco asistencias. Padeció más que nadie la permisividad arbitral con la dureza que se estila en Francia, y ni siquiera pudo participar en mayo por acumulación de amonestaciones en la victoria parisina en la final de Copa ante el Mónaco. Días antes había extendido su contrato con el PSG hasta 2025. La temporada había comenzado con la ruptura por parte de la firma Nike de los vínculos de patrocinio que la unían con Neymar desde que era un adolescente. En primavera la multinacional desveló que había roto con el jugador por su negativa a colaborar en la investigación de la denuncia de una empleada de la firma que aseguró haber sufrido una agresión sexual por parte de Neymar en 2018, delito negado categóricamente por el futbolista.

Pero si el año académico del jugador en Europa ha estado lleno de ruido y desilusiones, al otro lado del Atlántico Neymar encontró un hábitat infinitamente más amable. El impecable rendimiento de Brasil en la fase de clasificación para el Mundial 2022 que arrancó en octubre tiene en su desequilibrante estrella, de 29 años, el factor diferencial. Neymar hizo cinco goles en las cuatro primeras jornadas con algunas actuaciones deslumbrantes. Algo similar se ha visto en la Copa América: ha anotado dos goles, y regalado cinco asistencias. Es el futbolista del torneo que más faltas ha recibido (18) y el que más regates ha producido, burlando en 54 ocasiones a sus rivales con cinco caños incluidos. Las cifras oficiales de la FIFA señalan que Neymar ya es el segundo máximo artillero histórico de la selección brasileña con 68 goles en 109 partidos. Este año ha superado a Ronaldo, Romario y Zico. Y es sólo cuestión de tiempo que alcance a Pelé, que hizo 77 tantos en 92 encuentros.

Detrás de las estadísticas se esconde el hambre de gloria de una estrella bajo escrutinio permanente desde que era un crío y que en los últimos tiempos parece ajustar de la mejor manera todos sus complejos esquemas mentales cuando se engalana con la camiseta de la Canarinha. Neymar vuela con Brasil, lidera al equipo y detona partidos con su maravilloso hábito de regatear rivales de mil maneras diferentes. Ayuda mucho la complicidad del seleccionador, Tite, que ha introducido sutiles cambios en el funcionamiento colectivo del equipo para potenciar no sólo la capacidad desequilibrante de Neymar en el último tercio del campo. También para impulsar su rol de atacante integral capaz de generar un fútbol productivo incluso cuando se aleja del área. Ahora ve multiplicadas sus posibilidades de asociación rodeado de más jugadores con buen pie. Tite le ha otorgado libertad para armar el juego y rango para articular cada ataque brasileño. Y Neymar se muestra feliz, exactamente 10 años después de su eclosión en el campeonato Sudamericano sub-20 de 2011 que Brasil ganó coronándole como máximo goleador.

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En un ejercicio de ciencia ficción, la vieja aristocracia del fútbol brasileño se pregunta hoy si Neymar tendría sitio en la fabulosa selección del Mundial 70. El gran Rivellino contesta que sería titular. El ingenioso Tostão afirma que le cedería gustosamente el puesto o modificaría su propio papel para convivir. Hablan dos leyendas rendidas a las exuberantes condiciones de un jugador en la misma medida que le afean conductas reprobables cuando se lo gana a pulso.

Nunca ganó Neymar la Copa América, ausente por lesión en la de 2019, liberado de la de 2016, sancionado con cuatro partidos por una expulsión ante Colombia en la de 2015 y eliminado con Brasil en cuartos ante Paraguay en la edición de 2011. Neymar sólo ha jugado cinco partidos en Maracaná. Y no perdió en el coliseo carioca, ni con el Santos ni con la selección. Allí ganó la Copa Confederaciones de 2013 marcando dos goles a España en la final. Y también sobre ese sagrado césped se colgó en 2016 la inédita medalla de oro para Brasil en los Juegos de Río. Ahora la selección y Neymar rezan por una puesta en escena a la altura del templo que mejor custodia el legado de la identidad del fútbol brasileño.

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