-
1º
-
2º
-
3º
Tadej Pogacar se exhibe en Ruanda y reedita la victoria en el Mundial de ciclismo
El esloveno se marchó junto a Juan Ayuso e Isaac del Toro a más de 100 kilómetros de meta y rodó hacia el arcoíris, ya en solitario, durante los últimos 66


Con las manos en alto Tadej Pogacar pedalea hacia la meta y dirige al mismo tiempo la fanfarria alegre, tambores, trombones, trompetas de bronce brillante, que celebra su victoria. Sonríe. En el corazón de las tinieblas las acacias violetas florecen frondosas. Todo se ilumina en plenitud festejando el mito de Pogacar, y los trabajos heroicos de Remco Evenepoe, duelista desgraciado, abatido, y el trago irlandés vivaz Ben Healy, y los tambores marcan el ritmo de sus pedaladas finales sufridas como le marcaban al galeote Charlton Heston el ritmo de remo los pérfidos colonizadores romanos de Judea en Ben-Hur. Ritmo forzado de condenado. Un dictador de gafas oscuras entrega las medallas.
De minuto en minuto, de uno en uno, en grupos de tres como mucho, llegan goteando, como lágrimas deslizándose por una mejilla hundida, los demás. Hasta 30 solo. Un Mundial largo, 267 kilómetros, más de seis horas y 20 minutos, y muy duro. No tanto como el de Sallanches 80, cuando solo 15 sobrevivieron, o los 20 de Duitama 95. . Calor. Humedad. 1.500 metros de altitud mínima, y el martillo Pogacar golpeando a todos contra el yunque. El mejor español es Juan Ayuso, que intentó ganar y acabó octavo, a 6m 47s de su compañero Pogacar.
El monte Kigali, bosque oscuro sobre una ciudad palpitante, era lugar de genocidio, de exterminio de tutsis por feroces hutus de cuchillos ensangrentados hace solo 30 años. Murieron cientos de miles en un nada de tiempo como recuerda el museo del genocidio que puebla la memoria de millones de ruandeses jóvenes huérfano, perdidos, que se apoderan del espacio, de la cuneta, y hacen fiesta, y celebran que el bosque y su monte sean ahora un santuario de sueños y esperanzas inscrito en los lugares sagrados de la historia del deporte, desde que un tal Pogacar, el mejor ciclista de la historia, un joven imberbe, sonriente, mirada cansada a veces, decidió que sus pendientes serían el trampolín de una nueva hazaña. Es el poder que solo el ciclismo entre todos los deportes posee. Transforma los caminos, las calles, las carreteras del día a día de la vida rutinaria en escenarios de leyenda. El mito solo vive cuando el pueblo se apodera de él, lo interpreta y se deja conmover, y Pogacar lo construye como si fuera una tragedia griega, un pasaje bíblico quizás, a lo largo de 105 kilómetros, desde la cima del monte a la colina adoquinada de Kimihurura endiablada.
Es un Pogacar fresco y soñador. El Pogacar al que el Tour agostó, tantos días pensando siempre en el día siguiente, ha desaparecido. Renace el Pogacar feliz de los días sin mañana, de las clásicas de un día, el que tanto disfrutó la primavera de Roubaix, aunque se cayera y perdiera, de Flandes, de Lieja, de los caminos de polvo de Siena. El de los otoños de Lombardía y la caza del arcoíris. Un año en Zúrich, banca y bancos suizos, ordenados, cuadriculados, y su locura de curvas en la cuesta del museo de Giacometti; otro año en Ruanda, entre volcanes y colinas en cúpula verdes de plantas de té. A su lado, la del Tour, que ya ha ganado cuatro veces, es una campaña que mata de aburrimiento.
Novak, jinete de verde vivo, color esloveno, acelera, y en lo más duro del monte, 20% dicen los mapas, Pogacar, sentado, a su estilo feroz y aparentemente tranquilo, remata. Resisten pegados a su rueda, y ponen todo su empeño en ello, Remco Evenepoel, Juan Ayuso, Marc Hirschi. A lo lejos se ve acercarse a Richard Carapaz, que no les alcanza, y a Isaac del Toro, mexicano vibrante, a su estilo, bailando dulce de pie sobre los pedales que golpea con fuerza. Llega a ellos cuando Hirschi, que no aguanta, y Evenepoel, que no quiere morir en el intento e inteligente levanta el pie, han dejado solos a Pogacar y al español. Son tres elementos del archipoderoso equipo UAE sobre sus Colnago con manillar de alas de mariposa, ligero. “Un lindo combo. Un trío de ensueño para rodar juntos hasta el final. Lástima que Juan tuviera problemas demasiado pronto en los adoquines y a Del Toro poco después se le rebelara el estómago”, dice Pogacar, simplificando en la nada el meollo del Mundial, el momento en el que él se vio acompañado solo por los jóvenes que ambicionan ser como él, sus hijos, sus yos futuros. Juan Ayuso, 23 años, y aire rebelde, el ángel caído; Del Toro, 21, el hijo amado. Los dos pelean 10 minutos después en el muro de Kigali, tierra roja como la que enrojece el río profundo, sobre adoquines irregulares y 400 metros verticales. Tabernas de chapa en las calles sin asfaltar. Televisiones a todo grito. Pendiente matadora para el español, al que el mexicano ataca. “Demasiado corta y explosiva para mí”, dice Ayuso tras quemarse las alas persiguiendo el fuego. “Lo mío son subidas más largas. En esfuerzos de un minuto muero”.
Pogacar y Del Toro, liberados, pedalean de consuno. A falta de 77 kilómetros, cinco vueltas del circuito de la cuesta del golf y Kimihurura, Del Toro empieza a rezagarse. Pogacar le anima y le espera, y le explota. Diez kilómetros más adelante, el mexicano no puede más. La ventaja sobre los perseguidores roza el medio minuto. Deben separarse. “Aquí te dejo”, le dice Pogacar a su amigo, a su futuro. Solo, acelera. Faltan 66 kilómetros. “Me dejaron solo, como el año pasado, luchando contra mí mismo”, dice el esloveno intocable. “La ventaja crece rápido y engrandece la leyenda de Remco Evenepoel, el del dorado casco, y dorada es la bici también que le traiciona dos veces, averiada, le frustra, le desazona, le desespera y se libera dando un zurdazo magnífico, qué tiempos los suyos de futbolista internacional juvenil con la selección belga, a una lata en el suelo, mientras espera enfurecido un repuesto que no llega. Pierde dos minutos. Con la ayuda de Vervaeke, entre los coches, alimentado de rabia, de furia, Evenepoel pedalea, adelanta a todos los perseguidores. Se queda solo, posición de contrarrelojista amada, tras Pogacar, a un minuto, minuto y medio. Nadie cede. “Fue durísimo el final”, reconoce el esloveno al que el belga había doblado en el mismo pavés de Kimihurura durante la contrarreloj el domingo pasado. “Las energías se acababan. Fue duro cuesta arriba y también cuesta abajo. Dudé, pero no me rendí”.
pos ciclista | Equipo | Tiempo |
---|---|---|
1
|
ESL | 6h:21:20 |
2
|
BEL | +01:28 |
3
|
IRL | +02:16 |
4
|
DIN | +02:53 |
5
|
LET | +06:41 |
6
|
ITA | +06:47 |
7
|
MEX | +06:47 |
8
|
ESP | +06:47 |
9
|
POR | +07:06 |
10
|
GBR | +09:05 |
pos ciclista | Equipo | Tiempo |
---|
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
