Fay Manners y Michelle Dvorak, la historia de una situación límite en el Himalaya: “Si no escapamos, no soportaré otra noche”
Las alpinistas inglesas regresan al Chaukhamba III, justo un año después de sobrevivir a la pérdida de su material de vivac y escalada en plena pared, a 6.400 metros


Fay Manners despertó agitada, presa del pánico. Acababa de sufrir una pesadilla nocturna, y sintió una dulce sensación de profundo alivio: se trataba de un mal sueño. Uno en el que moría lentamente, esperando un rescate que jamás llegaría. Pero al abrir los ojos y contemplar el paisaje de montañas del Himalaya indio supo que había experimentado una pesadilla dentro de otra. Se hundió. Acurrucada en una repisa de roca a 6.400 metros de altitud junto a su compañera Michelle Dvorak, rompió el silencio con una aseveración: “Si no escapamos de esta montaña, no creo que pueda soportar otra noche”. Con todo, ambas pasaron una noche más al raso, sin apenas ropa ni saco de dormir, a 15 grados bajo cero, esperando un helicóptero que no dio con ellas. Esto ocurrió hace un año, y hace apenas unos días, la inglesa Fay Manners ha regresado al lugar de los hechos, el pico ChaukhambaIII (6.974 metros). A terminar el trabajo.
La vida de la alpinista inglesa cambió cuando decidió alterar radicalmente su rutina. Tras una década trabajando como analista de datos en Londres y Nueva York, lo aparcó todo y se mudó a Chamonix, buscándose. Había empezado a escalar y a esquiar en serio bien entrada en la veintena, con lo que sentía la necesidad apremiante de correr en busca del tiempo perdido. Hace tres años, a los 35 años, entró a formar parte del equipo de atletas de The North Face: por vez primera podía vivir solo para el alpinismo.
“Reconozco que llevo dos o tres años persiguiendo algo, aunque ahora me he dado cuenta de que no necesito ir a la montaña a diario, que es mejor calcular bien cuando ir y cuando no, pensar en proyectos que me inspiren realmente, entrenar meticulosamente… o hacer cosas diferentes como ir a un concierto. Si vives en Chamonix solo existe la montaña en tu vida. También puede ser peligroso seguir una inercia de acción… A veces soy demasiado impaciente”, reconoce. Como analista de datos, maneja uno demoledor: muchísimos grandes alpinistas mueren en la montaña.
If you haven’t been to Indian creek and you love crack climbing… then go! pic.twitter.com/s96tyqkG3U
— Fay Manners (@f_manners) December 22, 2022
“Es algo que llevo dentro. Una gran amiga y compañera de escalada murió hace dos años. Yo me fui de expedición, ella se quedó escalando por casa y jamás pensé que no volvería a verla. También perdí un año después a otro amigo, así que esto queda en mi cabeza, es importante no olvidarlo, pero hay que digerirlo, saber qué pasó, aprender de posibles errores… Pero no siempre es posible estar 100% a salvo. Es fundamental que se sepa qué ha pasado, por qué ocurren los accidentes, porque todos aprendemos mucho de ello. Es mejor eso que la ignorancia”, asegura.
Un año atrás, mientras ella y Michelle Dvorak abrían una vía nueva en Chaukhamba III (Himalaya indio), un bloque de roca cayó de la parte somital de la pared e impactó de lleno en la cuerda donde colgaba su petate, que se perdió en el vacío llevándose no solo sus opciones de completar la ruta, sino de escapar de la montaña. El petate contenía sus sacos de dormir, su comida, sus piolets, ropa de abrigo, los crampones de Fay…
“Por increíble que parezca, nuestra primera reacción fue maldecir porque no podríamos alcanzar la cima, que era algo que deseábamos con todas nuestras fuerzas. Después, tuvimos que asumir que desde ese momento tendríamos que pelear para sobrevivir. Nos centramos enseguida. Pudimos mandar un SOS desde el teléfono, pero nadie sabía donde estábamos, no había nadie a quien recurrir en el campo base… Vimos al helicóptero llegar a la mañana siguiente y marcharse sin vernos. Sabíamos que el tiempo empeoraba por la tarde, así que no podrían volar. Lo mismo ocurrió al día siguiente, y cayó una gran nevada…“, recuerda.
“Pequeñas avalanchas nos caían encima y ahí tuve claro que había que prescindir de la desesperación y salir de ahí por nuestros medios. Yo sabía que podríamos buscarnos la vida para rapelar la pared de roca, pero tenía enormes dudas respecto al glaciar porque no tenía crampones ni piolets, solo teníamos los crampones de Michelle. Encontrar un camino en el glaciar para alcanzar la base de la pared nos costó tres intentos, era muy caótico, con pasos de escalada en hielo y enormes grietas… no veía la manera de cruzarlo sin material”, añade.

Al menos, tenía las botas en los pies y no los pies de gato con los que había escalado momentos antes de perder el petate. Eso le salvó de sufrir congelaciones… y la generosidad de su compañera. “Siempre soy muy exigente conmigo misma y me pregunto qué podría haber hecho mejor. Al perderlo casi todo estábamos desnudas, pero pudimos resolver el problema trabajando mano a mano para tomar las mejores decisiones: yo era buena escogiendo los anclajes para rapelar abandonando el mínimo material posible, y ella era buena con la estrategia, a qué hora bajar, por donde pasar para buscar nieve y poder hidratarnos, etcétera”, expone.
“No hubiera querido estar con un hombre: nos conocemos perfectamente y sabemos los puntos fuertes de cada una y nuestras debilidades. De noche me prestó su ropa: no era una compañera de escalada, sino una amiga, y esa es la diferencia. Trabajamos juntas para sobrevivir”, afirma.
Tras tres jornadas al límite, ambas lograron alcanzar el glaciar, donde les aguardaba una enorme sorpresa: un equipo francés acudió a su encuentro y les ayudó a regresar al campo base. Las montañas no se mueven, lo que siempre concede a los alpinistas la oportunidad de regresar, de hacerlo mejor, de aprender de la experiencia. Así se ha forjado la historia de mujeres y hombres persiguiendo cimas. Por eso Manners y Dvorak regresan a la misma montaña.
“Michelle y yo siempre hacemos una expedición al año porque nuestro sueño es abrir una gran línea en una montaña virgen del Himalaya. Regresamos porque tenemos muchísima información. Por ejemplo, vamos a acceder a la montaña desde otro campo base, buscando una aproximación mucho más sencilla. Si algo aprendí del año pasado es que éramos dos mujeres solas, sin nadie en el campo base para ayudarnos, sin nadie que supiese dónde estábamos y sufrimos un grave problema, pero queríamos ser independientes. Así que ahora vamos a llevar a alguien al campo base que sepa donde estamos exactamente en la montaña, llevaremos más material extra, y a lo mejor la experiencia es menos salvaje pero más segura”.
Estos días, Fay y Michelle buscan su camino en el Chaukhamba III, convencidas de haber analizado todo lo que está en sus manos para tener éxito: “A veces puedo ser un poco irritante para mis compañeros porque me lo estudio todo tanto que… pero todo me ayuda a la hora de tomar las mejores decisiones en las montañas”, cuenta Fay. Eso sí, jamás podrá controlar la caída aleatoria de rocas como la que cortó la cuerda de su petate.
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