El gran Orlando Ortega dice adiós a las pistas de atletismo a los 34 años
Las lesiones acaban con la carrera del vallista que dio a España un medalla de plata olímpica en 2016


La vida se le escapa, y maldice, a quien comprueba que el cuerpo quejica traiciona siempre al espíritu, puro ánimo, y a los 34 años Orlando Ortega lo ha comprobado y lo ha sufrido, y lo ha peleado, pero, ya cansado, se ha rendido a lo inevitable pelear contra lo inevitable, se ha rendido finalmente. “El sufrimiento tiene un límite”, dice el atleta en la carta publicada en Instagram en la que anuncia su retirada del atletismo. “Me despido de la alta competición, mas no del amor por este deporte. Solo lamento no poder hacerlo como deseaba, compitiendo en la pista al 100%”.
Lo escribe desde Doha, en Catar, donde en compañía de su padre ya inició hace meses una segunda vida como entrenador de atletismo.
Nacido en Artemisa, Cuba, empujado al atletismo por su abuela, la gran velocista cubana Cristina Hechavarría, su primera entrenadora, a la que siempre recuerda, criado y madurado por Santiago Antúnez en la dura escuela del atletismo cubano, la pobreza que genera el hambre, la ambición, a la sombra de su dios, el gran Dayron Robles, Ortega huyó de Cuba después de disputar el Mundial de Moscú en 2013. Tenía 22 años y era ya una gran figura de los 110m con vallas. Había sido finalista en los Juegos de Londres de 2012, su mejor marca era de 13,08s, mucho mejor que la de rivales a los que derrotaba habitualmente y vivían del atletismo mucho mejor que él, ganaban más dinero, premios y patrocinios eran para ellos, y no para su país, tenían casa, coche… “Y yo pensaba ‘pero este tipo que no ha hecho nada todavía, que yo le gano cada vez que competimos y tiene todo esto, y yo en Cuba no tengo nada”, contaba Ortega años más tarde, cuando, español desde agosto de 2015, ya había ganado una medalla de plata en los Juegos de Río 2016 y una de bronce en los Mundiales de Doha 2019. “Pensaba ‘¿yo puedo tener todo esto aquí?“.
Tuvo todo eso y para conseguirlo lo dio todo por su nuevo país. Primero, en el CAR de Madrid, entrenado por su padre, Orlando también, después en Limassol (Chipre), con el técnico Antonios Giannoulakis. Todas sus decisiones parecían fruto de crisis sentimentales más que de desengaños deportivos, condenado a una eterna búsqueda de sí mismo y de la felicidad. Pepe Peiró, el seleccionador nacional, destaca de su personalidad una “extraordinaria empatía”, y quizás se quede corto, Ortega es sobre todo un ser dominado por los sentimientos, que sacaba tan a la luz como su extraordinario talento, elegancia técnica y fluidez en la carrera… Su 1,85 metros, sus 70 kilos, un junco flexible, flotaban sobre la pista entre trotones que con pistones como piernas parecían solo empeñados en hacer daño al tartán con sus pistones. Cuando quedó cuarto en unos Europeos en pista cubierta se derrumbó en la zona mixta, “quiero desaparecer de este planeta”, dijo, rompió con su padre y se fue a Chipre. Cuando, ya de regreso con su padre, quedó eliminado en las semifinales de los Europeos de Roma al aire libre, el año pasado, también se vació emocionalmente ante los periodistas.
Fue aquella, junio de 2024, la última actuación de Ortega con la selección nacional. Su cuerpo ya era una matraca que no dejaba de lamentar la respuesta que le exigía Ortega. Se había preparado a la maravilla. Un invierno en Sudáfrica, sacrificio. No pudo bajar de 13,50s, una marca mediocre, muy lejana de su mejor marca personal (12,94s, la 18ª de la historia, conseguida en 2015, cuando ya entrenaba en España pero aún no era español) o de sus 13,04s, récord de España desde 2016. “He conseguido medallas olímpicas y mundiales y dos Ligas de Diamante, que es la Champions del atletismo”, escribe en su post postrero el atleta. “Lo he conseguido todo”. En otras conversaciones lamenta sin embargo la medalla de oro que le abría los brazos, y que está convencido de que sería suya, si la pandemia no hubiera obligado a retrasar un año los Juegos de Tokio. Aquel 2020 lo ganó todo Ortega. En 2021 llegó a Tokio tocado de un pie, y tras el viaje en avión, 13 horas, notó una lesión en el isquio que, pese a todos los esfuerzos del fisio Ángel Basas y toda su voluntad, le impidieron competir. Fue el fin. En 2022 apenas compitió y nada en 2023. Hace unas semanas, en el pódcast de Dayron Robles, ya dijo que había decidido retirarse, que solo faltaba decir una fecha.
Cuando llegó, las vallas españolas eran nada. Cuando se va, dos atletas, el navarro Asier Martínez (13,14s) y el valenciano Quique Llopis (13,09s), diez años más jóvenes, se han acercado ya a sus éxitos y a sus marcas. Los dos han sido finalistas mundiales, olímpicos y europeos, y el navarro Martínez fue bronce mundial y oro europeo. “No sé si son una consecuencia de la llegada de Orlando o mera coincidencia, pero se ha crecido teniendo aquí a Orlando”, dice Peiró. “Seguro que el hecho de tener a un atleta de ese nivel en Ontinyent [la ciudad alicantina en la que recaló, acogido por la familia Mollà y el club CAVA, cuando salió de Cuba] fue un acicate, una inspiración”.
Quique Llopis así lo reconoce en un mensaje dejado en el Instagram de Ortega: “Feliz retiro Orlando. Has sido inspiración para muchos de nosotros. Y enhorabuena por tu increíble carrera. Un gran abrazo”.
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