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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lunin o el ejercicio de resiliencia del tercer portero

En mitad del desierto de no jugar ni un minuto, el guardameta suplente aprende una cosa muy valiosa: esforzarse solo para sí mismo, no esperar nada a cambio

Lunin, junto a su novia, posa con la bandera de Ucrania y la copa de la Champions League que ha logrado con el Real Madrid.
Lunin, junto a su novia, posa con la bandera de Ucrania y la copa de la Champions League que ha logrado con el Real Madrid.Claudia Greco (REUTERS)

La conversación era una conversación de fe. “Recuerda: penitencia, unción de enfermos y matrimonio”, dice uno. “Y al acabar: por el padre, el hijo y el espíritu santo. Yo creo que lo tenemos, ¿no?”, responde el otro. La pareja, dos adolescentes de no más de 15 años, repasa sentada en el autobús 55 con dirección a Atocha la lección que tendrá que replicar por la tarde en la iglesia. Uniformados, con un chándal azul y las mochilas de un equipo de fútbol amateur, ambos cambian radicalmente de tercio una vez dan por sabido a Dios. “Y el partido, ¿cómo lo ves?”, comenta el más alto. “Ya sabes, soy el tercer portero. No juego”, dice el pequeño. “Tú no creas eso, aunque te lo digan”, le aconseja su compañero poco antes de bajarse del bus.

El inmovilismo en la portería no es solo cosa de los equipos profesionales. En categorías inferiores, incluso en aquellas del más bajo nivel competitivo, los entrenadores eligen su portero titular, su segundo y su tercer portero a principio de temporada. Una decisión que se mantiene en muchos casos hasta el final si los resultados le son favorables. No hay ninguna normativa que obligue a que todos los niños deban jugar un mínimo de partidos. El que lo haya vivido sabrá que llega un momento en el cual el tercer portero debe creerse sus propias mentiras y fabricarse una ilusión casi divina de que las cosas cambien, que la meritocracia se imponga tarde o temprano y las oportunidades lleguen. No puede decirlo muy alto ni reivindicarse a sí mismo ante nadie, ya que a fin de cuentas quién es él sino el tercer portero.

En mitad del desierto de no jugar ni un minuto, el tercer portero aprende una cosa muy valiosa: esforzarse solo para sí mismo. No esperar nada a cambio y aun así hacerlo. Qué más le queda. Se trata de imaginar un final ficticio y feliz para poder empezar a remar hacia la utopía de que su suerte acabe siendo otra. Mientras le carcome la frustración.

Educados bajo la premisa “causa-efecto”, es difícil entender que por bien que lo hagas, puede que no te acerques al futuro que esperas. Más complicado todavía será tener la autoestima suficiente para no venirse abajo. Esa es la verdad del tercer portero: la realidad se muestra con crudeza y el mundo se revela tal y como será después, ya de adulto: una selva donde sacrificio, mérito y triunfo no tienen por qué ir de la mano. Solamente hace falta levantar por un momento la vista para comprobar que estamos rodeados de terceros porteros a los que quizá nunca les llegue su oportunidad.

En la temporada 2023-2024, de los 20 equipos de la Liga, tan solo cinco (Betis, Almería, Mallorca, Granada y Real Madrid) han utilizado a sus supuestos terceros porteros. Fran Vieites (cuatro partidos), Marc Martínez (3 partidos), Cuéllar (dos), Diego Mariño (uno), o Andriy Lunin (31 partidos) han sido los afortunados. El caso del guardameta del Madrid es el más llamativo. Comenzó como segundo de Courtois, este se lesionó y el Madrid fichó a Kepa, del que inmediatamente fue suplente también. Cuando todos estuvieran en plenitud, Lunin sería a todas luces el último de la fila.

Algunos artículos recordaban recientemente cómo el ucranio pidió durante el confinamiento de 2020 césped artificial para su casa de cuarenta metros cuadrados y así poder entrenar hasta que se reanudara la temporada: jugaría cedido en el Oviedo de segunda división, donde recayó tras pasar una temporada en blanco como tercer guardameta en el Real Madrid y dos más sin pena ni gloria en Leganés y Valladolid. El muchacho estaba en el alambre. Me gusta imaginarle en ese pequeño piso junto a su novia, sudando como un pollo y pegando pelotazos contra la pared. Persistiendo en la fe de que si hoy lo hace bien, mañana también, y así al otro y al otro, volvería al Madrid, donde por fin triunfaría. Me pregunto cuántos creían en las cuentas de la lechera de Andriy. Probablemente solo él.

Lunin aterrizó en Londres el sábado a mediodía para ser campeón de Europa. Llegó al hotel “The Grove” y fue saludando uno a uno a sus compañeros mientras estos almorzaban antes de disputar la final de la Champions League que muchos dicen que merecía jugar el ucraniano. Andryi no pudo culminar la hazaña y regresó al banquillo, esta vez como segundo. Sin embargo, a punto estuvo de volver a la casilla de salida cuando una Gripe B a mitad de semana casi le deja en su casa, viendo el partido desde el sofá como abanderado de todos los terceros porteros del mundo después de haber llegado más lejos que ningún otro. “No os creáis eso aunque os lo digan”, nos diría si pudiera.

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