El machismo en la montaña, según la matemática Parvaneh Kazemi, primera escaladora de dos ochomiles en una semana
La himalayista iraní, radicada en España, espera volver a su país, de donde salió tras la muerte bajo custodia de la joven Mahsa Amini, que generó una ola de protestas que aún continúa
Parvaneh Kazemi (Teherán, 1970) irradia ligereza y solidez, determinación y prudencia. Cuenta que en persa su nombre significa mariposa, pero no dice que una acepción más antigua lo asociaría a líder o guía. Todas encajan con alguien que no deja de abrir nuevos caminos ni de defender los derechos de las mujeres. Una de esas sendas le llevó a ser la primera en subir dos ochomiles en una misma semana. Matemática, himalayista, mujer e iraní, ha aprendido a caminar al borde del precipicio.
“Para subir un ocho mil, las mujeres deben superar antes muchos ocho miles de problemas”, sentencia. Los suyos comenzaron pronto. Hija de una familia tradicional y religiosa no pudo practicar deporte hasta que salió de la universidad. “Descubrí el bádminton y me encantó. Jugué siete años, llegué a primera división e incluso era árbitro. Era mi vida, pero me estresaba. Todo era como una guerra, muy competitivo. El rival era el enemigo y solo valía ganar. Yo buscaba paz. Un día decidí pensar qué hacía. Como Teherán está al pie de los montes Alburz me puse a andar y, andando, andando subí mi primer cuatromil, el Tochal. Vi que era un deporte que me daba paz y ese día dejé el bádminton”, recuerda.
Tenía entonces 35 años y era profesora en un instituto. Siete años después, hizo historia. En 2012 enlazó en una semana los ascensos al Everest (8.848 metros) y el Lhotse (8.516), algo que ninguna otra mujer había logrado en ese intervalo. La razón de que fueran esos y no otros y tan rápido avanza muchas otras cosas. “Estaban cerca y así era más económico”, resume.
“Es un mundo muy machista. Lo ves en todo, en compañeros y patrocinadores. Cuando buscaba apoyos fui a diferentes empresas y siempre me decían ‘¿tú con ese cuerpo quieres subir a la montaña?’. Siempre se reían de mí. No creían que yo pudiera subir. Mil veces he oído ‘tú no puedes”, recuerda con una mezcla de rabia y de orgullo. “Ha mejorado algo, pero poco”, apunta.
De aquella semana recuerda “cuatro días de mal tiempo y diez personas muertas” y lo hace por única vez con un pequeño temblor en la voz. “De eso no me olvido. Pero luego recuerdo la alegría que di a los jóvenes de mi país, porque fui sin apoyo de mi gobierno ni de nadie de Irán. Decidí hacer algo y lo hice. Creo que les di esperanza de que todo es posible”, explica satisfecha.
Cuenta que en su país muchas familias han cambiado “a mejor” pero que se mantienen otros problemas. “Montar en bici o hacer deporte en la calle aún está prohibido para las chicas en la ciudad”, lamenta. De nuevo se asoma el orgullo ahora al hablar de sus jóvenes compatriotas. “Las chicas iranís son diferentes. Les han puestos muchas limitaciones y eso les ha hecho crecer más valientes, son luchadoras”, afirma.
La pendiente de la conversación lleva directa a la muerte este septiembre bajo custodia de la joven Mahsa Amini tras haber sido detenida por la policía de la moralidad por no llevar bien puesto el hijab. “Salí del país unos días después. No pensé que las protestas fueran a durar tanto. Desde entonces he estado en España y cada día estoy triste por no poder hacer nada. Espero que la paz y la tranquilidad vuelvan. Es difícil hablar sobre eso para mí”, señala prudente Kazemi mordiéndose la lengua. Espera volver a su país entre otras cosas porque, tras dejar la docencia, combina su trabajo de guía de montaña, incluidas las montañas de Irán, con conferencias como la que dio en el programa Únete Mentoring de la Universitat Politècnica de València.
Decidir bien es una virtud a pie de revuelta y a miles de metros de altura. “La cabeza en la montaña no debe estar fría sino ordenada. Las matemáticas y las ciencias influyen en toda tu vida, del arte a la montaña. Tienes que ser muy lógico. Debes tomar decisiones en momentos críticos, eso es lo más importante en la montaña, no que seas más fuerte. Muchos fuertes han muerto por una mala decisión”, reflexiona.
Salvado el pico más peligroso, llega otro también doloroso: el de las hordas de turistas ascendiendo el Everest en fila y agarrados a una cuerda. “Es algo muy triste para cualquiera que le guste la montaña. Hace diez años o menos no pasaba pero cada año, cada mes, está peor. Es lo mismo que el turismo en las ciudades y no podemos hacer nada”, asume.
En este caso solo queda buscar otras montañas “más remotas”, aunque los caminos sean otros. “A mí no me importan los récords ni la altura, yo busco paz y tranquilidad. No me gusta ir a una montaña con cientos de personas gritando y peleando por hacerse una foto para subirla a sus redes sociales. Si voy a una en la que no hay nadie, aunque sea un tres mil, puedo disfrutar”, concluye. Lo importante es volar.
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