Colin Haley y el amor como compañero de cuerda
El estadounidense escala en solitario el pilar Goretta en la Patagonia y homenajea al genial alpinista italiano Renato Casarotto y a su mujer, Goretta Traverso, que da nombre al filo de roca
Ciertos alpinistas escogen un compañero de cuerda y convierten su relación en un matrimonio. La confianza absoluta lo preside todo en estos casos. Otros, en cambio, saltan de una pareja a otra, adaptándose a sus circunstancias y a sus necesidades. La oportunidad de escalar un objetivo concreto dirige sus elecciones. Después están los que pudiendo escalar con unos y con otros, escogen escalar consigo mismo. Fue el caso del italiano Renato Casarotto, uno de esos genios cuyo apellido apenas dice nada a las nuevas generaciones, salvo las muy leídas. Y es también el caso de Colin Haley, un estadounidense al que podrían regalar la nacionalidad argentina. Ha pasado tanto tiempo en la Patagonia, que es un habitante más de El Chaltén y un profundo conocedor de los grupos del Cerro Torre y del Fitz Roy. La última de sus grandes ascensiones en solitario es un guiño y un homenaje al recuerdo de Renato Casarotto (1948-1986). Colin, como Renato, encuentra lo mejor de sí mismo en ausencia de testigos, en la soledad, en los monólogos interiores, en las esperanzas que no encuentran eco. Así firmó el estadounidense la primera en solitario a la Torre Egger, o la primera sin compañero y en invierno de la Supercanaleta al Fitz Roy, el año pasado. Tampoco le fue mal atado a un tipo como Alex Honnold, con el que cabalgó en apenas 20 horas y 40 minutos la cadena del Cerro Torre en 2016. “Renato Casarotto fue, en mi opinión, de los alpinistas más impresionantes de todos los tiempos y una enorme fuente de inspiración para mí”, escribía ayer en sus redes sociales el atleta de Patagonia y Scarpa.
El filo norte del Fitz Roy observa un pilar de roca descomunal que se destaca de la mole a sus espaldas como una lanza: se le conoce como el pilar Goretta, y quien lo bautizó así fue Casarotto, tras firmar en 1979 su primera ascensión, 1.200 metros de granito que afrontó sin más apoyo moral que el de su mujer Goretta Traverso, que a menudo viajaba con él en casi todas sus expediciones para aguardarle en el campo base. Goretta escala en roca y en hielo, pero nunca quiso ser definida como una alpinista. Su historia de amor con Renato trasciende la clásica estampa de la mujer devota que aguarda: estuvo en el origen de los grandes éxitos de su marido, vivencias que ambos sentían como algo perfectamente compartido. ”Le puso el nombre en honor de su mujer y aunque tuviese que fijar cuerda para poder firmar esa primera, la ascensión me sigue pareciendo increíble para la época. También me parece una de las ascensiones más bellas que se pueden llevar a cabo”, reconoce Haley en su escrito, apenas unos días después de haberse adjudicado la primera en solitario y en estilo alpino del mítico pilar.
Goretta era la compañera perfecta de cordada, una presencia poderosa aunque lo esperase al pie de la montaña. Con ella en las inmediaciones, Casarotto sacaba la fuerza para enfrentarse a sus retos, para explicarle sus derrotas, para dibujarle también sus anhelos y sus razones, para acudir una y otra vez al encuentro de los retos más intimidantes. Muchos intuían que escalaba solo para ella, por ella. El mismo año que escaló y bautizó el pilar Goretta en la Patagonia, sufrió una de sus mayores decepciones con otro alpinista, ni más ni menos que el todopoderoso Reinhold Messner. Escogido en un potente equipo para enfrentarse a la aún inédita Magic Line del K 2, el joven Casarotto no veía el momento de medirse al reto. Pero Messner mandaba y estudiando la ruta con unos prismáticos, resolvió que la empresa que habían imaginado y estudiado en fotografías era una simple locura. Se negó a intentarlo siquiera y se marchó a la ruta normal de la montaña. Casarotto casi enloqueció de rabia, confundido por lo que a sus ojos era un acto de cobardía. Messner, a su vez, se cebó con él en la prensa.
Pero la Magic Line siguió dibujándose una y otra vez en el cerebro del italiano, una obsesión para la que se preparó escalando en solitario (pero con la protección de la cuerda, autoasegurándose) hasta que en 1986 resolvió regresar al K 2. Pero antes, se puso a prueba. En 1982, equipado con una mochila de 40 kilos donde convivían material de escalada, comida y una tienda de tela impermeable, se acercó a la vertiente sur del Mont Blanc con la idea de escalar en pleno invierno, sin compañero, tres de las vías más difíciles del lugar. Ni siquiera contaba con depósitos previos de comida guardados en la montaña. La vertiente del Frêney, que acoge su famoso Pilar Central, es un lugar inhóspito y alejado de la vida, un lugar que intimida en verano. En invierno fue la vía escogida por Casarotto para cerrar su trilogía y regresar a Chamonix dos semanas después de lanzar su órdago. Con esta prueba y un test en altitud extrema firmado en 1985 en el Gasherbrum II, el italiano se reconoció listo para medirse a la Magic Line. De paso, su mujer Goretta se convirtió en la primera alpinista italiana en alcanzar la cumbre de un ochomil.
Colin Haley, por su lado, confiesa haber soñado con escalar el Pilar Goretta en solitario desde hace una década, un homenaje para el que necesitaba cambiar el paso y emplear una táctica diferente: casi todas sus grandes ascensiones en la Patagonia las ha realizado en estilo non-stop, sin pararse a vivaquear, prescindiendo de saco o tienda. Pero en el Pilar Goretta no podría avanzar tan rápido, por lo que pasó el verano en Chamonix practicando técnicas de autoaseguramiento con cuerda, una maniobra lenta y agotadora a lo largo de los 1.200 metros de pared que acabó superando en dos largas jornadas, entre el 17 y el 19 de enero. “Me autoaseguré en el 97% de la ruta y solo escalé sin cuerda los 200 metros finales de terreno sencillo. Así, evité la intensidad psicológica de escalar sin cuerda, pero sufrí el agotamiento físico de una tarea segura, pero terriblemente ardua”, explica en su escrito. Autoasegurarse en solitario implica escalar un largo de cuerda, anclarla en un lugar seguro, rapelar hasta el inicio del largo y volver a subir (esta vez ayudándose de la cuerda fijada) recuperando el material emplazado. Es decir, se asciende dos veces la ruta y se rapela entera durante el proceso. Y, por si fuera poco, en cada largo ha de izar un petate con todo el material de vivac, la comida, el gas, el hornillo, etc. “Ha sido un reto enorme del que me siento muy orgulloso”, confiesa.
Renato Casarotto estuvo cerca de cumplir su sueño en mayúsculas. En el verano de 1986 alcanzó dos veces los 8.200 metros en la Magic Line del K 2 (8.611 m) y en el tercero abandonó por mal tiempo la tarea cuando estaba a 8.300 metros. Apenas a media hora del campo base, un puente de nieve cedió a su paso y cayó al fondo de una grieta. Kurt Diemberger lo vio desaparecer mientras lo seguía con su telescopio y pidió a Goretta que encendiese la radio. Enseguida llegó un mensaje lacónico: “Me estoy muriendo al fondo de una grieta”. Aún lo rescataron con vida, pero las severas lesiones internas fruto de la caída de 40 metros acabaron con él. Goretta decidió devolverlo para siempre al fondo de la grieta. Ese verano será recordado como uno de los más terribles en la historia de la montaña, con 13 víctimas mortales. Casarotto no llegó a ver a un equipo polaco rematar su sueño a finales de ese mismo verano. Puede que su sueño lo cumpliese en su lugar el catalán Jordi Corominas, que en 2004 firmó en solitario la primera y única repetición hasta la fecha de la Magic Line. No puede ser casualidad que Corominas y su equipo hallasen los restos de Casarotto, devueltos por el mismo glaciar que se lo había tragado 18 años antes. Avisaron a Goretta y, esta vez, decidió que sus huesos reposasen en el memorial Gilkey, cerca del campo base de la montaña.
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