Schelling gana en Leitza, es el nuevo líder y se enfada
Polémica por los cinco kilómetros de descenso hacia la meta con el pelotón casi intacto
Los deportistas neerlandeses no suelen tener filtro, véase a Van Gaal, o a Johan Cruyff. Sinceridad le llaman. Gana Ide Schelling en Leitza, sonríe por haberlo hecho, pero le ponen un micrófono delante y despotrica. “No entiendo cómo la UCI permite finales como éste”, y se congratula: “Por fortuna no hubo caídas, porque era una bajada perfecta para que llegaran los accidentes”. Cinco kilómetros de descenso hasta Leitza. El problema no es la bajada, sino que llegaban setenta ciclistas juntos a la cima de Arkiskil después de once kilómetros de ascensión en los que nadie quiso romper el pelotón.
Así que los más hábiles, entre ellos Schelling, se buscaron la vida en un tramo no más peligroso que el Poggio de la Milán-San Remo, por el que nadie rechista. Y sin rotondas o medianas como muchos de los finales de etapa del Tour. “Es un poco vergonzoso como final”, decía Gaudu, que acabó tercero. Pero Leitza no es San Remo. A la localidad navarra se le conoce por Iñaki Perurena, el levantador de piedras que además es actor y poeta; o por algunas escenas de la película Ocho apellidos vascos, pero mucho antes, cuando la tele era en blanco y negro, el pueblo papelero saltó a la fama por un programa en el que se exhibía Patxi Astibia, un aizkolari, que se enfrentaba a un ciclista campeón del mundo de pista, Guillermo Timoner. Ganó el ciclismo.
La unión hace la fuerza, se titulaba aquel espacio televisivo de audiencias millonarias. En el camino hacia Leitza nadie desunió al pelotón, y eso fue lo que provocó que ni el ganador se sintiera a gusto. Y eso que lo intentó Mikel Landa, otro episodio del landismo, que salió a la carretera huérfano de Pello Bilbao, enfermo, que se quedó en la cama. En Saldias, Carapaz hizo un amago, salieron a su rueda Enric Mas y Vingegaard, y cuando parecía llegar la calma apretó Mikel. Parecía una locura porque quedaban casi 50 kilómetros hasta la meta. Landa tiró de épica, los favoritos de paciencia y la aventura se diluyó con el paso de los kilómetros, aunque el rebelde rascó tres segundos de bonificación en algo que antes se llamaba meta volante y el márketing ha convertido en sprint especial, aunque ni siquiera hubo sprint.
Quedaba la última ascensión, pero no era suficiente. Larga sí, pero blandita, al 3% de media; nada para más de la mitad del pelotón, más a gusto todavía si los equipos de los aspirantes circulan al trantrán. Por eso hubo peligro en el descenso, y se enfadó Schelling, el ganador, y como la Itzulia no es la Liga, no le caerán cuatro etapas de sanción como si fuera un futbolista enfadado con el árbitro.
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