Cómo se las apañan los ciclistas para ingerir hasta 6.000 calorías y seguir pedaleando
El entrenamiento del sistema digestivo, último elemento de la revolución de la nutrición que ha transformado el ciclismo
“No soy una moto, que puedas acelerar cuanto quieras y ganar, soy un ciclista, una persona”, dice Fernando Gaviria. Es una advertencia a los aficionados que quieran pensar que la victoria es solo cuestión de voluntad, que le exigen ganar, claro, y a los preparadores del ciclismo de ahora, que han calculado su caballaje, sus revoluciones por minuto óptimas, sus mejores latidos en la cama y en la bici, su gasto metabólico, su consumo óptimo y también con cuánto combustible tiene que llenar su depósito, ni un gramo más, ni un gramo menos. Y como el sprinter del Movistar, todos los ciclistas del pelotón, que en San Juan, entre la cordillera y los viñedos, se lanzan contra el viento por las carreteras. Todos reivindican, con su vida, sus desastres, sus accidentes, Remco, Egan, Jakobsen, sus avatares, el valor del corazón frente al cálculo. Todos, quién no, desean ser un misterio para los demás, no una hoja de datos con las que todos puedan prever con exactitud los pasos que va a dar, y hasta el funcionamiento magnífico de su sistema digestivo, estómago e intestinos.
El ingeniero del Movistar Iván Velasco, justamente, uno de los investigadores habitados por el deseo de conocerlo todo, curiosidad insaciable, advierte también del peligro de cosificar a los ciclistas. “Corremos el riesgo de que nos volvamos locos con los datos, con los números, con los parámetros, y nos olvidemos que estamos hablando de ciclistas, de seres humanos que no se rigen por las matemáticas precisamente”, reflexiona Velasco. “Solo deberían ser un complemento para mejorar el rendimiento, no un todo, no un 100% exacto, porque un ciclista no es un coche, no es una moto, no es un edificio en el que los ingenieros puedan predecir muy bien lo que los materiales ofrecen y la rigidez, la tensión a que le puedes someter y demás. Pero un ciclista, una persona, no se rige por leyes matemáticas, ni por parámetros, ni datos”.
“Exacto”, concuerda el alavés Aitor Viribay, nutricionista del Ineos. “La cultura del dato debe tener un enfoque científico. Importa no solo cómo se aprende de los datos, sino su interpretación, qué significan, qué hacemos con ellos. Siempre se da el riesgo potencial de volver todo más predecible, más mecánico, pero el cuerpo humano no es el motor de un coche. Es el carácter del deporte, el factor diferente. El cuerpo humano es impredecible, no controlamos su funcionamiento al 100 por 100, siempre hay factores incontrolables, por mucho que nos empeñemos en conocerlo todo”.
Estos razonamientos de los científicos del deporte justifican, por supuesto, la necesidad de seguir profundizando en la cultura del dato, la búsqueda de la perfección del entrenamiento: el ciclista debe ser un misterio imprevisible, pero también una máquina de músculos, pulmones, corazón, cerebro, y si tiene que ser máquina, que sea la mejor posible. Que sepa, por ejemplo, cuánta gasolina, y de qué tipo, necesita exactamente su motor, y que el carburador la queme, la oxide, eficientemente toda, que no se quede cruda.
“Relacionando todos los cálculos de potencia y los parámetros fisiológicos de cada corredor, sus umbrales, su consumo de oxígeno, etcétera, en los últimos años hemos llegado a poder calcular muy, muy fiablemente la cantidad de macronutrientes que está gastando durante el entrenamiento y la cantidad de macronutrientes que necesitaría para recuperar ese entrenamiento y estar otra vez activo al día siguiente”, explica Velasco. “Sabemos los kilojulios o kilocalorías que debe ingerir de cada macronutriente, bien sea carbohidratos, proteínas o grasas, para estar totalmente recuperado y poder rendir al día siguiente en las mejores condiciones”.
Los cálculos de Viribay en el Ineos, y los análisis de digestión y metabólicos a los que somete a los ciclistas, le llevan a cifras que parecen exageradas, imposibles, a un gasto de energía tal en las grandes etapas del Tour, por ejemplo, que obligan a los corredores a ingerir hasta 6.000 calorías en 10 horas para poder responder a las necesidades del esfuerzo. Y tienen que comer mientras pedalean. “Si quieres mover vatios, necesitas energía, necesitas comer, y comer durante el ejercicio no es que sea beneficioso o que sea mejor o peor, es que es necesario, es que es un requisito para mantener ese gasto energético. En una gran vuelta vemos una ingesta desmedida, incluso de más de 80 kilocalorías por kilogramo de peso por corredor por día o ingestas de hasta 20 gramos de hidratos de carbono por kilo, como en una etapa tan extrema como la del Galibier y el Granon el pasado Tour”.
Muchos consideran imposible esa ingesta. Creen que ningún sistema digestivo lo soportaría, aunque si se fijaran en cómo los profesionales de competiciones de a ver quién más come en menos tiempo (69 perritos con pan en 10 minutos es el récord), comprobarían que el estómago es extensible y que hasta con él lleno se puede tener la sensación de que aún quedan huecos. Los ciclistas no son tragones de campeonato, pero también lo hacen. “Si a un ciclista le pedimos que coma 18 gramos por cada kilo de peso [kilo 200 para un ciclista de 65 kilos] en comida, es prácticamente imposible. Si le pedimos que coma 1,5 gramos por kilo por hora, por ejemplo, o dos gramos por kilo por hora en la bici, y eso ya hace 10 gramos por kilo, pues ya es otra historia pedirle cuatro o cinco más fuera de la bici, en arroz o pasta. Si no comen en el ejercicio, donde es mucho más sencilla la ingesta, y, sobre todo, el efecto es distinto en un ambiente metabólico mucho más beneficioso, sería imposible llegar a estas cantidades de energía”, explica Viribay. “Cómo se las apaña un intestino o todo el sistema digestivo, incluido estómago, intestino delgado, intestino grueso, microbiota, salud intestinal, cómo para ingerir 18 gramos por kilo de hidratos de carbono, con diez gramos por kilo de azúcar puro y duro, glucosa y fructosa, en geles o gominolas con 150 gramos de carbohidratos… No lo sé. No lo sabemos. Pero lo entrenamos y descubrimos que al igual que los músculos, el sistema digestivo responde al entrenamiento. Digieren, asimilan, y oxidan mejor”.
El cuerpo y la vida responden al viejo lema de Nietzsche, “lo que no te mata te hace más fuerte”, o dicho más finamente, al mecanismo llamado hormesis: envenénalo poco a poco para que vaya asimilando todo y no mate, como hacía Rasputin para superar tantos intentos de envenenamiento. Los ciclistas ahora salen a entrenar con el estómago lleno, o y beben muchísimo, y llenan el estómago de geles y jarabes, y todos los del Ineos, asegura Viribay, a los que pide valoración subjetiva de su confort estomacal, dicen que están muy bien. Y también corredores de otros equipos, como Oier Lazkano, el rodador poderoso del Movistar, que asegura que tampoco es para tanto salir a entrenar con el estómago lleno y además volver a alimentarlo cada hora con 150 gramos más. “El cuerpo se acostumbra a todo y yo también”, dice Lazkano, quien donde más energía ha necesitado ha sido en la París-Roubaix. “Con el bidón disuelves 80 gramos, 40 más en un gel y 30 en una barrita, y ya está”.
Viribay asiente y aplaude. “Me fascina la capacidad del sistema digestivo para absorber alimentos, especialmente en un ambiente superextremo, porque tiene todo en contra, como es el ejercicio físico, donde hay una vasoconstricción que le dice al ciclista, si tienes 10 recursos, ahora vas a trabajar a mayor velocidad con tres”, dice el nutricionista del Ineos. “Y aprendemos de ellos que la capacidad que tienen de absorber y de oxidar ese sustrato es también maravillosa, increíble, fuera de lo normal”.
Conociendo esto, Gaviria y todos los ciclistas, ya podrán decir, no, no soy una moto, soy algo mucho mejor, más perfecto. Dónde va usted a comparar.
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