El fútbol no es solo fútbol
La hinchada argentina en Qatar, emocionante, incansable e hipnótica, demostró que el juego tiene que ver con el amor y le pertenece a la gente
Fútbol al rescate. Sobre el pecado original de la corrupción y de la sospecha política y social que cayó sobre Qatar, en una ciudad antes que en un país, dentro de una atmósfera artificial y en un mes extravagante para un Mundial, la implacable ganzúa emocional del fútbol se abrió paso y salió triunfante. Se valió de todo: juego variado, sorpresas impactantes, polémicas de todo calado, hinchadas atronadoras, lucha de héroes… Y en la épica Final este espectáculo dramático nos enseñó, una y otra vez, que la gloria y el fracaso caben en un centímetro, en un segundo. Un juego que cuando alcanza su plenitud es porque la cima y el abismo están angustiosamente cerca. Por momentos puede ser ordenado como un desfile militar. En tal caso, el fútbol se pone en modo espera. Por momentos puede ser caótico como un baile de pueblo. Es cuando, desbocado, pierde el control. Entonces le bastan cuarenta minutos para convertir un partido previsible en la mejor Final de la historia mundialista.
Uno. Es increíble como este juego de equipo no sabe vivir sin el culto al individuo. Solo cuando un hombre le pone título, definimos a un campeonato como exitoso, incluso incomparable. El Mundial de Pelé en el 70; el de Maradona en el 86; el de Messi ahora. Tengo de aquel Pelé una imagen que me remite a la perfección y soy devotamente maradoniano por razones obvias, pero quiero a este Messi como si fuera el fútbol mismo. La tendencia siempre tiene razón y no se me escapa que se viene el tiempo de ejemplares arrolladores como Mbappé o Haaland. Bienvenidos y gracias por traernos otra manera de desequilibrar y hacer atractivo al juego. Pero Messi, en este Mundial, hizo un repaso del fútbol de todos los tiempos. Fue como entrar en un museo futbolístico y disfrutar de todas las épocas. Desde cuando se podía jugar caminando hasta este juego que exige una velocidad mental, técnica y física (en ese orden) vertiginosa.
Los dueños. La travesía de un Mundial es siempre muy sinuosa. Argentina colapsó emocionalmente frente a Arabia Saudí, desafió a su sistema nervioso contra México y se estabilizó ante Polonia. A partir de ahí el equipo se encontró, pero pasó por tormentas de todo tipo. De algunas de ellas le sacó Messi, en otras un equipo muy solvente con picos de gran fútbol y, de casi todas, el combustible pasional de una hinchada emocionante, incansable y, posiblemente, hipnótica para quien no es argentino. Lo digo porque también lo fue para mí, que llevo décadas fuera del país. Una multitud que cruzó medio mundo, que abandonó sus respectivas vidas durante un mes y que, a siglos de distancia del mercantilismo hacia el que va el fútbol, nos recordó que este juego tiene que ver con el amor y le pertenece a la gente.
Fútbol y quién sabe cuántas cosas más. El fútbol no produce revoluciones, pero las muestra. Aquella guerra entre El Salvador y Honduras bautizada por Kapuscinski como La guerra del fútbol, tuvo poco que ver con el fútbol. Pero las eliminatorias entre los dos países para el Mundial de México 70 mostraron cruda y violentamente las diferencias provocadas por causas sociales, económicas y políticas. El fútbol solo pasaba por ahí. Y el Mundial también pasó por Argentina, sacando a la calle a cinco millones de personas llenas de alegría, de orgullo y habrá que preguntarse: ¿de cuántas cosas más? ¿Quién puede creer que había solo fútbol en esa alegría que se apoderó del espacio público para terminar destrozándolo? Argentina vive un tiempo en que todo es interpretable desde dos esferas políticas irreconciliables. Si damos tiempo, hasta el Mundial caerá dentro de esa grieta. Ni al fútbol lo dejamos ser solo fútbol.
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