Rangers, un muerto muy vivo en la final de la Europa League
El club más laureado de Escocia, refundado hace diez años desde la cuarta división, opta a su segundo título continental 50 años después de ganar la Recopa en el Camp Nou
En tierra de leyendas, las historias que destila el fútbol tienen un regusto entre lo tradicional y lo novelesco. John Greig, que fue capitán, entrenador y directivo del Rangers y ahora es su presidente de honor, explicó un día que la entidad había tenido que prohibir que se esparciesen en su feudo de Ibrox Park las cenizas de los aficionados fallecidos que así lo pedían porque el césped empezaba a clarear. Hay clubes de fútbol en los que lo social trasciende sobre lo deportivo, y quizás el Rangers, el club más laureado de Escocia que este miércoles disputa la final de la Europa League contra el Eintracht (21.00, Movistar), sea uno de esos.
Nacido en 1872, murió a los 150 años, en junio de 2012, enfermo de deudas. Pero desde sus cenizas, que quizás sí estaban en el césped de Ibrox, se refundó para alistarse en la categoría más baja del fútbol escocés con los mismos colores, nomenclatura, espíritu y afición. El año pasado ganó la Liga y ahora opta en Sevilla a su segundo entorchado internacional. En agosto cayeron contra el Malmoe sueco en una de las previas de la Champions, superaron por la mínima a un rival armenio en el playoff de la Europa League y todo lo demás ya es historia de un club centenario. O no.
A los Rangers, sus antagonistas del Celtic les denominan zombies, muertos vivientes. Técnicamente, cuando el club feneció, todos los activos del club los compró Sevco Scotland, una sociedad que luego cambió su nombre a The Rangers Football Club Ltd., subsidiaria de la propiedad total del viejo Rangers. “Nunca dejamos de serlo”, explicó Charles Green, el inglés que dirigió las maniobras de rescate de la entidad. La Scottish Premier League aclaró: “Se trata de una empresa nueva, pero del mismo club”. Nadie en Ibrox lo duda, tampoco Carlos Cuéllar, un zaguero que en 2007 llegó a Glasgow procedente de Osasuna. “Se salvó la historia porque el Rangers es más que fútbol. Te sientes como un jugador del Madrid o del Barcelona. Tienen aficionados en todo el mundo. Llegué allí y parecía que habían fichado a Beckham. Luego en la grada no tiene nada que ver con España, que vivimos el fútbol también con intensidad, pero en cada estadio anima y canta un sector de la afición. En Escocia lo hacen todos”.
La casa del Rangers está en Govan, un barrio de Glasgow donde el trasiego de los astilleros ya apenas es un recuerdo. Allí nació un ilustre que defendió su camiseta durante dos años. Tuvo que picar piedra para hacerlo, ya con 26 años, Alex Ferguson, que entonces ni era Sir ni acabó de ganarse el afecto del club que llevaba en el corazón. Tras una final de Copa, le culparon de una dolorosa derrota contra el Celtic y lo laminaron. Siempre quedó la sospecha de que también había influido su matrimonio con una mujer católica.
El equipo protestante frente al Celtic católico
Los Rangers nacieron como el club de la élite protestante de Glasgow, defensora de ciertos valores conservadores ligados a esa iglesia y al unionismo, en contraposición a la génesis católica e irlandesa del Celtic. La competición en Escocia medró en torno a ese duopolio, que se asentó en el inicio del siglo XX. Desde 1904 al inicio de la Segunda Guerra Mundial sólo el Motherwell lo rompió en una temporada. A día de hoy, entre Rangers (55) y Celtic (52, con la que acaba de lograr) suman 107 de las 126 ligas disputadas. Desde 1985 no la gana un tercero. Entonces fue el Aberdeen, entrenado por Alex Ferguson. Cuando el Rangers tuvo que empezar en la cuarta división, el Celtic albergó la ilusión de batir el 9-in-a-row, las nueve ligas seguidas que ya había logrado en dos ocasiones, por una el Rangers, que tuvo una edad dorada entre 1988 y 1997.
En 2016, el Rangers culminó su escalada de regreso a la élite y cuatro años después inició el campeonato con el desafío de evitar el humillante récord de su archirrival, una década de sometimiento. Lo consiguió con Steven Gerrard en el banquillo, un ilustre debutante que el pasado noviembre, con el equipo líder, aceptó una oferta del Aston Villa, que abonó un traspaso de 3,5 millones de euros. Llegó entonces el holandés Gio Van Bronckhorst, un exjugador del club, al que acompaña como segundo el exdeportivista Roy Makaay. “El juego del equipo se ha matizado -aclara Cuéllar- porque con Gerrard ya salía la pelota jugada desde atrás, pero ahora se ha dado un paso adelante en mediocampo para combinar más”.
La final perdida de 2008
Pero hay cuestiones que todavía son contraculturales en Escocia. El Rangers la toca, pero sobre todo es un equipo vibrante y vertical, con una pléyade de futbolistas foráneos que entienden lo que allí se vive. Su goleador con cinco años de trayectoria en el club, el colombiano Alfredo Morelos, lesionado hace casi dos meses, se perderá la final. Kemar Roofe, su alternativa, no estuvo disponible en la semifinal contra el Leipzig y su presencia es dudosa. Van Bronckhorst ha pergeñado un recurso en ataque con la reconversión de un mediocentro, el nigeriano Joe Aribo. Todos empujan, también el meta Allan McGregor, un escocés cuarentón que estaba en la plantilla que en 2008 perdió la final de la Copa de la Uefa contra el Zenit en Old Trafford. Cuéllar jugó aquel partido. “Visto con la perspectiva del tiempo podemos achacarnos no haber sido nosotros. El Zenit venía de golear al Bayern y salimos con más precauciones de las habituales. Jugamos con demasiado respeto”, recuerda.
En Sevilla, vestido con su bellísima casaca azul de aires vintage, se aguarda un Rangers atrevido que alivie a su gente de tanta revancha pendiente, la de una afición que vio al club muerto y resucitado y quiere rememorar la gloria del único título europeo que contempla su rescatada historia. El próximo 24 de mayo se cumplirán 50 años desde que alzaron la Recopa al vencer al Dynamo de Moscú en el Camp Nou. No hay mejor manera de conmemorar ese aniversario, que es también el décimo de un club al que se dio por muerto y hoy se siente más vivo que nunca.
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