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Blogs / Deportes
El Montañista
Coordinado por Óscar Gogorza

“Escalar es una forma de arte”

Miranda Oakley, primera mujer en escalar la vía ‘The Nose’, en Yosemite, en solitario y en menos de 24 horas, reflexiona sobre la evolución de su deporte

Miranda Oakley, escalando en solitario The Nose en 2015. Foto:Tayler Sincich
Miranda Oakley, escalando en solitario The Nose en 2015. Foto:Tayler Sincich

En 2005, con 21 años, la estadounidense Miranda Oakley estudió durante seis meses en Granada Política de Europa, la historia de los árabes en España, también la cultura española y, de paso, aprendió castellano. Pero, sobre todo, entre clase y clase aprendió a ser escaladora, y decidió que lo que había empezado en su niñez como una afición divertida de rocódromo en rocódromo se había transformado en una pasión genuina por la roca. Apenas 11 años después, en 2016, Miranda destrozó uno de los récords más icónicos de la escalada en grandes paredes de Norteamérica: escaló los casi 1.000 metros verticales de la ruta The Nose al Capitán (en el el valle de Yosemite) en solitario en 21 horas y 50 minutos.

Desde hace 33 años (cuando Steve Schneider firmó la primera escalada en solitario), los escaladores de velocidad han asumido el reto de escalar sin compañero, autoprotegiéndose con una cuerda, la ruta más icónica del Capitán, The Nose, la primera vía abierta (en 1958) en esta incomparable pared de granito. En cambio, ninguna de las tres mujeres capaces de escalar la vía en solitario había logrado bajar de las 24 horas. Y eso que Chantal Astorga se había quedado bien cerca en 2014, parando el cronómetro en 24 horas y 39 minutos. Oakley sí lo consiguió.

“Siempre busco desafíos más complicados que el anterior, así que después de escalar con un compañero The Nose y la cara noroeste del Half Dome en menos de 24 horas, la progresión natural era tratar de invertir menos de un día en The Nose, en solitario”, explica a EL PAÍS. “Sencillamente, me enamoré de estas paredes tan largas, limpias y desplomadas. De pronto me vi escalando allí, todo el día, o incluso durante varios días seguidos, y he de reconocer que me encanta el sentimiento de satisfacción que esto me concede”, resume Miranda.

De niña, la comunidad de escalada me acogió cuando era difícil encontrar una comunidad que me aceptase

Decidida a vivir en el valle, Oakley obtuvo el título de guía de escalada en roca, y durante una década residió y trabajó a la sombra del Capitán. Nada fue tan sencillo como suena. “Lo que realmente me enamoró de la comunidad de escalada es su carácter inclusivo. Cuando era niña y empecé a escalar, la comunidad me aceptó cuando, para mí en esa época, era difícil encontrar una comunidad que me aceptase. Cuando era niña mi origen palestino, por parte de mi madre, tenía mucho peso en mi vida porque pasaba mucho tiempo con mis abuelos y familia palestina y vivía en Washington, donde acudí con mis padres a varias protestas o manifestaciones sobre este tema”, cuenta.

Primera experiencia en Palestina

“Empecé a escalar en el colegio. La escalada me llevó a otras partes del país y me permitió conocer a una nueva comunidad. Me mudé a California y mi origen palestino se volvió menos importante. Eran dos mundos distintos y pensaba que nunca se iban a cruzar. Hasta que un día supe que existía un grupo llamado Wadi Climbing. Este grupo estaba abriendo rutas en Palestina, enseñando el mundo de la escalada a palestinos y construyendo un rocódromo en el país. Cuando me puse en contacto con ellos, me animaron a visitarles. Mi primer viaje fue en 2017 y regresé de nuevo en 2019. Siempre había oído hablar de Palestina, la tierra y la ocupación militar israelí, pero cuando fui la primera vez me impactó lo que vi. Me afectó mucho ver cómo la ocupación militar israelí de su tierra tiene un efecto negativo en cada aspecto de sus vidas, desde su trabajo a su libertad para viajar en su propia tierra o a sus días de escalada”, reflexiona Oakley.

Una parte asegura que no eres escalador de verdad si no asumes riesgos reales, y esa idea es terrible

En la actualidad, la escalada está de moda, pero existen tantas formas diferentes de entenderla que empieza a atomizarse, cuando no a contemplar cómo sus actores se radicalizan a la hora de defender una forma concreta. “La comunidad de escaladores ha crecido mucho. Veo que, a veces, es más exclusiva. Por ejemplo, una parte de la comunidad asegura que no eres escalador de verdad si no asumes riesgos reales. Es una idea terrible y quizás peligrosa, especialmente para los principiantes, y cierra la puerta para muchos que quieren entrar en este mundo. Está claro que cada vez que escalamos está implícito un cierto nivel de peligro, pero no me gusta que la gente sienta la presión de tener que asumir riesgos que pueden evitarse y creo que se puede vivir una gran aventura haciendo todo lo posible para mitigar o reducirlos los peligros”, defiende Miranda. “No puedo decir que no tomo riesgos, pero, cuando estoy escalando algo peligroso, siempre mantengo el control. Si el riesgo es grave y puedo caer, no lo hago”, añade.

El cambio climático

La enorme y desbocada popularidad de la escalada ya ha traído los primeros debates en Estados Unidos, discusiones sobre la sostenibilidad de una actividad que no solo triunfa en los rocódromos, sino que traslada a muchos practicantes del medio urbano al medio natural. “En general, pienso que la popularidad de la escalada puede ser algo muy positivo. Pero si hay demasiada gente que quiere escalar solo para compartirlo en Instagram o para lograr grados de dificultad más elevados, quizás se pierda por el camino el respeto por la naturaleza y la vida animal, lo que puede acarrear un gran problema”, observa Oakley. Analizando los temas más manidos en las redes sociales de los escaladores, la estadounidense reconoce que la “gente no busca relatos profundos, cosas maduras o temas complicados. La gente busca fotos bonitas, risas o escaladas impresionantes”.

Su figura espigada buscando la eficacia recuerda más un ave que una persona peleando contra la fuerza de la gravedad

Su pensamiento entronca con la contradicción que hasta los escaladores manejan frente al cambio climático: volar para escalar, consumir productos nada ecológicos… “Todos podemos pensar más en cómo rebajar nuestra huella de carbono. Pero, realmente, todo lo que hacemos (escalando o no) contribuye al cambio climático. Lo más efectivo es votar por políticas y políticos que se ocupen realmente de este problema”, subraya.

Los que han visto escalar a Miranda Oakley destacan la elegancia incomparable de sus movimientos, su figura espigada buscando la eficacia, el menor gasto energético posible, más un ave que una persona peleando contra la fuerza de la gravedad. Y, entonces, algunos recuerdan que escalar es una forma de arte, por pretencioso que resulte. “Nunca he pensado en mí como una artista, pero aprecio cualquier forma de arte y creo que se podría generar cierta forma de arte a través de la escalada”, dice ella.

En el mundo de la escalada, y en el de los guías, existe un tabú: asumir los errores, ya sean técnicos, de juicio o de la índole que sean. Miranda Oakley sorprende reconociendo sin traumas que comete errores cuando trabaja: “Todos los cometemos. La mejor manera de juzgar a un buen guía de escalada es comprobar cómo asume y qué aprende de sus errores”.

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