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alienación indebida
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Futbolistas, suyo es el reino

En Arabia Saudí el Real Madrid dejó al descubierto la más especial de sus esencias: sigue siendo un club que lo fía todo al reclutamiento de los mejores jugadores del mundo

Benzema celebra uno de los goles del Madrid en la Supercopa.
Benzema celebra uno de los goles del Madrid en la Supercopa.FAYEZ NURELDINE (AFP)
Rafa Cabeleira

El fútbol no entiende de malos escenarios, lo resiste todo, se impone a los caprichos del dinero y a la voluntad tenue de quien disfraza de obra benéfica la venta de su alma a un país como Arabia Saudí. Los dos grandes de la escena mundial se fajaron en un partido inmenso, de los que dejan en mal lugar a quienes predican que en Inglaterra se juega a otra cosa, que nos sacan un lustro de ventaja en cuanto a conceptos, preparación física, entusiasmo y todas esas cosas que soporta el papel cuando se deja en manos de cantamañanas como el aquí firmante. Poco o nada tienen que envidiar Barça y Madrid a los grandes clubes de la Premier League, si acaso algo más de tiempo el uno y un plus de profundidad en su plantilla el otro.

En España se ha instalado casi definitivamente el relato de que el fútbol pertenece a los entrenadores, posiblemente alentado por la necesidad de reducirlo todo a unas pocas líneas de texto, o a un simple tuit. Pero lo cierto es que el deporte rey sigue siendo un negocio dependiente de sus verdaderos protagonistas, los futbolistas: suyo es el reino, suyo es el poder y la gloria por siempre, que dicen los curas en algún momento de las misas refiriéndose a Dios. Cierto es que algunos técnicos tienen la capacidad de influir de una manera más directa sobre aspectos más o menos capitales del juego, pero ninguno de ellos, incluso los más evidentes, puede controlar los movimientos y las decisiones de sus huestes como si estuviese jugando a la PlayStation.

En Arabia Saudí, con las autoridades sentadas en sillas que parecen tronos y las mujeres tapadas de pies a cabeza, el Real Madrid dejó al descubierto, una vez más, la más especial de sus esencias: sigue siendo un club que lo fía todo al reclutamiento de los mejores jugadores del mundo sin ningún tipo de tara ideológica. Ahí están Kroos, Modric o Benzema, fichados en un tiempo donde los titulares de la prensa facilona aseguraban que en el Santiago Bernabéu no gustaban los futbolistas con querencia -y hasta devoción- por la pelota: “ok, boomers”. Va a ser cierto eso de que se coge antes a un mentiroso que a un cojo, sobre todo cuando el primero necesita explicar el juego en función del resultado y el segundo, porque va más lento y dispone de más tiempo, puede entretenerse disfrutando del proceso.

El Barça, por el contrario, tiene y no tiene la misma naturaleza que el Real Madrid por una mera cuestión política: a la búsqueda de los mejores futbolistas posibles hay que sumarle aquello del ADN Barça o, lo que es lo mismo, que lo nuevo recuerde en cierta manera a lo viejo, lo que no tiene por qué ser malo de por sí, bien al contrario. Unir la identidad futbolística de un club al modelo de éxito dominante en tiempos pasados es cuestión de pura lógica siempre y cuando se pase de las palabras a los hechos, que es lo más difícil de conseguir en todo lo apellidado cruyffismo. El talento de sus futbolistas está ahí. Y también el entusiasmo. Falta instruirlos en el arte de la guerra y que tomen conciencia de que son ellos los que ganan y pierden los partidos: ni el club, ni el escudo, ni mucho menos el entrenador.

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