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Djokovic y una herida que no cicatriza

El número uno, que hace dos años fue acusado por la grada de fingir una lesión, se distancia del público de Nueva York, que vuelve a buscarle las cosquillas: “No siempre puedes tener a la gente de tu lado”

Novak Djokovic se lleva la mano a la oreja durante el partido contra Nishikori en la tercera ronda.
Novak Djokovic se lleva la mano a la oreja durante el partido contra Nishikori en la tercera ronda.AL BELLO (AFP)
Alejandro Ciriza

Ya lo dice el propio Novak Djokovic: “Puede ser muy estresante correr junto al lobo”. El número uno, que ya pisa los octavos de final en Nueva York después de batir a Kei Nishikori (6-7(4), 6-3, 6-3y 6-2), se refiere a la camiseta que porta su esposa, la incondicional seguidora que le acompaña aquí y allá, y que le respalda sea cual sea la circunstancia. La actual no es buena para él. Pese a que el serbio está a solo cuatro pasos de lograr el récord histórico de Grand Slams y superar por primera vez en su carrera a Rafael Nadal y Roger Federer, hasta ahora a la caza de los dos, no termina de encontrarse cómodo en Nueva York. De hecho, no es feliz. Está dolido Nole, que perdona pero no olvida.

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Cuando la pasta no está en la pista

Por eso, cuando Darren Cahill le pregunta a pie de pista si no siente el amor de la grada norteamericana, se le escapa un gesto de desaprobación y responde con frialdad: “Ahora sí, gracias. Aprecio vuestra contribución en este partido”. Ni rastro de ese Djokovic que regala amor a las tribunas. Solo seriedad, frialdad, distancia. Al balcánico le duele el alma, y el origen de ese dolor se remonta dos años atrás, cuando abandonó la Arthur Ashe con el pulgar izquierdo hacia arriba, correspondiendo irónicamente a un sector significativo de un público que ese día le silbaba y que a lo largo de ese torneo le había dedicado pitos porque entendían que fingía.

No era así. Lesionado del hombro derecho, Djokovic sufría de la articulación desde la segunda ronda, cuando interrumpió un partido que se le había puesto difícil contra el argentino Juan Ignacio Londero. El tratamiento médico y un antiinflamatorio le permitieron continuar y vencer, pero en los dos siguientes compromisos se encontró con la grada en su contra y un tufillo que sugería que lo suyo simplemente era teatro, una maniobra de distracción. Sin embargo, durante los octavos frente a Stanislas Wawrinka, el hombro dijo basta y cuando ya había cedido dos sets y no podía soportar más el dolor, abandonó.

“No me siento ofendido ni maltratado por nadie”, dijo entonces con la boca pequeña. “¿Qué quieres que te diga? “Realmente, no le presto demasiada atención a eso. Me gusta respetar a los demás y espero que el resto pueda respetar mi decisión”, le contestó al periodista que le planteó la situación. Djokovic mentía. El campeón de 20 grandes, de 34 años, regresó a casa con una profunda herida que todavía no ha cicatrizado, y menos después de que a su vuelta a Flushing Meadows este año, de nuevo con los aficionados en los graderíos de la inmensa pista central, se haya encontrado con un escenario poco conciliador.

A cuatro pasos del hito

En su estreno en la presente edición, contra el joven Holger Rune, el rey del circuito ya escuchó algunos silbidos y tuvo que remar a contracorriente en una situación que se repitió en las dos rondas posteriores, ante Tallon Griekspoor y Nishikori. “La gente ha estado con él. Es duro porque aunque tenga toneladas de experiencia en esta pista, era mi debut, y todavía sientes nervios”, expresó; “uno siempre desea tener a la gente detrás suya, pero no siempre es posible. Es todo lo que pudo decir. Yo me he concretado en lo que debía hacer y en mantener la calma en todo momento. En un momento, sinceramente no sabía lo que gritaban. De hecho, pensé que estaban abucheando. No era el clima ideal, pero sabía cómo manejarlo”.

Posteriormente, durante el duelo contra Griekspoor se produjo un incidente aislado con un seguidor que traspasó los límites. “En esta pista hay mucho ruido, sobre todo en las sesiones nocturnas. Pero no me molesta. Incluso a veces hay sonidos de emoción, gritos o suspiros durante el punto, y eso está bien”, introdujo. “Pero si alguien lo hace de forma intencionada y cuando estás al lado, una y otra vez, lo tolero hasta cierto punto. Por alguna razón, este tipo [al que señaló] lo ha hecho varias veces, y sabía exactamente por qué estaba haciéndolo”.

Acepta Djokovic la lógica del tenis, deporte en el que el público suele arropar al jugador teóricamente más débil, pero no tanto que Nueva York lo haga de forma sistemática, ni que existan faltas de respeto cuando falla un golpe o se dispone a sacar, con la intención de descentrarle. No acaba de entender el número uno que pese a estar tan cerca de lograr un hito histórico, de dar el gran golpe, la grada de Queens no demuestre más respeto por un tenista que ha conquistado tres veces el torneo (2011, 2015 y 2018) y que en el caso de ganar los cuatro partidos que le restan –en los octavos se medirán con el veinteañero local Jenson Brooksby– igualará la formidable cifra de victorias (82) que ostenta en Australia, su territorio por antonomasia.

El sábado, contra Nishikori, contuvo la tensión hasta que al deshacer el enredo del tercer set y situarse por delante, rugió como un león. Entonces sí, aparcó a ese Djokovic gélido y expulsó todo lo que llevaba dentro. “No planeo este tipo de momentos, ya sean buenos o malos. Simplemente ocurren”, explicó. “Cuando siento que es un momento importante, quiero sacarlo todo e intento aprovechar esa ola de energía que yo mismo creo, ya sea conmigo mismo o con el público”, selló el lobo de Belgrado, que por ahora ha decidido marcar distancias con los aficionados de Flushing Meadows.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

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