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ALIENACIÓN INDEBIDA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Avisados estamos

El Madrid es un equipo que se desdice a sí mismo en cada partido, que se nutre del disparate y acumula entorchados porque no le queda más remedio

Ferland Mendy celebra con Varane el resultado final del partido de Champions contra el Atalanta.
Ferland Mendy celebra con Varane el resultado final del partido de Champions contra el Atalanta.Luca Bruno (AP)
Rafa Cabeleira

No hay equipo más peligroso que el Real Madrid cuando no le salen bien las cosas, en especial aquellas que se le suponen ensayadas. Lo reconoció el propio Zidane anoche, preguntado por el gol definitivo: un tanto que no debió subir al marcador por una mera cuestión de principios, coherencia y respeto hacia la cadena de mando. Cualquier día de estos nos enteraremos de que ni siquiera era Ferland el Mendy que gustaba al cuerpo técnico del conjunto blanco, que era otro futbolista de idéntico apellido y origen similar, que nunca tuvieron intención de reforzar el lateral izquierdo –propiedad de Marcelo–, pero tampoco se atrevieron a partirle el corazón al francés una vez presentado, ya con la camiseta en las manos.

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Si de Messi se dice que agotó los adjetivos hace tiempo, del Madrid podría decirse que lleva un siglo consumiendo la paciencia de sus rivales en base a lo inesperado. Es un equipo que se desdice a sí mismo en cada partido, que no tiene palabra ni mucho menos sentido, que se nutre del disparate y acumula entorchados porque no le queda más remedio, porque su naturaleza es ganar de cualquier manera, incluso cuando hace todo lo necesario para perder. En realidad, casi podría decirse que el Real es víctima de su propia maldición, un club sin suerte que solo querría ser una chica delante de un chico pidiéndole que la quiera, como Julia Roberts en Notting Hill, pero no hay manera: la gloria siempre lo alcanza aunque llene mil pizarras con otros tantos planes de huida.

Algún día se escribirán tratados sobre un equipo que se cansó de ganar sin jugar a nada y empezó a ganar jugando a lo que no debía. O a lo que no quería, que para el caso es lo mismo. En la cara de Zidane ya empieza a vislumbrarse una cierta expresión de satisfacción incrédula, de no saber qué decir o cómo explicar por qué su equipo gana hasta cuando no debe. La suya es una figura que en su momento ya explotó la factoría de Disney hasta el exceso, el entrenador que llega a un equipo de niños gordos, torpes o cegatos, y los convierte en la sensación del campeonato sin razón aparente, una especie de Emilio Estévez sin melena ni tantos conflictos familiares. “La jugada estaba ensayada pero no tenía que tirar Ferland”, declaró mientras contenía una carcajada que podría ser sancionada por la UEFA, la FIFA, la OMS y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Algunos dirán que la expulsión de Freuler fue tan determinante en el desarrollo del partido como el empeño del Madrid por desmontar su propia coartada, pero yo no lo creo. Once contra once, los blancos se arriesgaban a un intercambio de golpes en el que suele sentirse cómodo, quizás demasiado, y eso no le convenía. Jugar contra diez, en cambio, lo condenó a nadar contra corriente, casi como un salmón. Es ahí donde aparece el equipo imprevisible que teme media Europa, tan capaz de resignarse por tenerlo todo a favor como de resucitar cien veces dependiendo de la luna. Quedan grandes equipos en liza y todos se esfuerzan en demostrarlo salvo uno: este Real Madrid de Zidane, que sigue disimulando. Avisados estamos.

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