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ALIENACIÓN INDEBIDA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Liturgias

Julen Lopetegui planteó un partido casi perfecto enfundado en un chándal que parecía prestado: “El hábito no hace al monje”

Rafa Cabeleira
Julen Lopetegui dirige, vestido de chándal, un partido del Sevilla.
Julen Lopetegui dirige, vestido de chándal, un partido del Sevilla.MARCELO DEL POZO (Reuters)

Algunos de los entrenadores mejor vestidos que he visto en los últimos años no podían pagarse el traje con el sueldo que, en el mejor de los casos, les abonaba religiosamente su club. Hablo, en su mayoría, de chavales muy jóvenes, admiradores de una estética inspirada en figurones como Zidane o el primer Guardiola –más casual en los últimos años– y que desfilan con sus mejores galas por humildes campos de tierra o césped artificial, tomando grandes precauciones para no ensuciarse los bajos del pantalón y evitar así cualquier gasto extra de tintorería. En realidad, esto que podría parecer una fantasmada de manual tiene un componente de liturgia y seriedad que merece ser valorado: los detalles son importantes en el mundo del fútbol, y un entrenador con un tres piezas en la banda le está diciendo a sus jugadores que el partido tiene la enjundia de una boda o, peor, de un entierro.

La liturgia es una de las expresiones más bellas en cualquier deporte, cuanto más en el fútbol, que se nutre de ella como un árbol centenario del suelo que lo sostiene. De su paso por el Al Ittihad, el Real Madrid del mundo árabe, volvió Raúl Caneda a Galicia maravillado por el ritual de su delantero centro y una de las estrellas del club, Mohammed Noor. Antes de cada partido, el saudí se fumaba su cigarro, pasaba un buen rato en la ducha desprendiéndose de cualquier rastro de suciedad previa, y luego se perfumaba con una serie de aceites que uno solo alcanza a imaginar en fantásticos relatos orientales como los de Las mil y una noches: “Así salta al campo un héroe”, pensaba yo mientras me lo contaba. ¿Y qué, si no, era Noor para una hinchada exigente y enfervorizada como la del trasatlántico de Yedda? A menudo, cuidar al máximo de su estética es el mínimo exigible para un profesional sobre el que descansan tantas ilusiones.

Sin embargo, y como la disciplina inexacta que es, el fútbol lo admite todo y también nos ofrece ejemplos suficientes como para desechar estas ideas peregrinas, casi poéticas, y abrazar la más absoluta modestia, incluso la desidia a la hora de disfrazar el oficio. Ahí está Don Vicente del Bosque, quizás el mejor exponte del recato estético nacional. O el propio Julen Lopetegui, que planteó un partido casi perfecto enfundado en un chándal que parecía prestado: “El hábito no hace al monje”, sentenciaría un castizo. Y, seguramente, con razón.

Al final, y en esto creo que estaremos todos de acuerdo, cada uno se viste conforme a lo que es y a lo que siente. Simeone se presenta a los partidos como si fuera un yakuza japonés, todo un cacique. A Unai Emery le encaja casi cualquier estilo porque si algo ha demostrado a lo largo de su carrera es adaptabilidad. Manuel Pellegrini acostumbra a cuidar su imagen de docente, de profesor, unas veces de latín y otras de gimnasia. Y Pepe Bordalás es la viva imagen de una evolución adecuada a los beneficios del cargo: riguroso en su primera etapa, suntuoso desde que se ha instalado en la élite. Todos respetables y admirables en su mayoría, protagonistas de un gran bodegón que nos permite a la gente de letras perpetrar nuestras propias propuestas: unos, pintarrajeando los textos para no decir nada mientras otros se bastan con el título para desgranarlo todo con detalle: a veces no es tanto una cuestión de querer como de, simplemente, poder.

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