Relojes derretidos
El desencanto es tan patente que ni la aparición de Pedri, la confirmación de Araujo, o la eclosión de De Jong sirven como estímulo para una afición necesitada de liderazgo
Han pasado tantas cosas desde que Josep Maria Bartomeu dimitiera como presidente del Barça que uno se pregunta cómo puede ser que el club catalán no tenga, todavía, un nuevo presidente. A los norteamericanos, sin ir más lejos, les ha dado tiempo a celebrar unas elecciones presidenciales, impugnar los resultados, confirmarlos, asaltar el Capitolio, investir a Joe Biden, presentar un segundo impeachment contra Trump y revertir un buen puñado de sus más controvertidas decisiones. ¿Qué han hecho durante todo este tiempo el señor Carles Tusquets y los demás miembros de la junta gestora? Puede que algún día lo sepamos, pero hoy por hoy no tenemos grandes certezas sobre su verdadero proceder, tan solo un halo de misterio como el que dejaban tras de sí los monstruos de Scooby-Doo y también una cierta sensación de acomodo, de dilatación innecesaria y contraproducente para la maltrecha salud económica, deportiva y social del club.
Las prisas no son buenas consejeras, lo dice el refranero popular. Pero lo contrario se convierte en terreno abonado para la especulación y los malos pensamientos, que es a lo que dedica las horas el socio y aficionado del Barça en ausencia de objetivos más nobles. Dar por perdida la Liga en enero tampoco ayuda. Y aquello de “honrar la Copa” suena a la típica frase que uno dice por decir, en la línea de otros grandes clásicos de la nadería como “la familia no la eliges, los amigos sí” o “no existen los perros peligrosos, son los amos”. El desencanto es tan patente que ni siquiera la aparición de Pedri, la confirmación de Araujo, o la eclosión de Frenkie de Jong sirven como estímulo para una afición necesitada de liderazgo, certezas y un buen revolcón.
La última polémica –pues de algo tiene que alimentarse el trotamundos– lleva la cara y el nombre de un central prometedor pero inacabado, producto original de la Masia aunque emigrado a Inglaterra antes de olisquear siquiera el Camp Nou, de nombre Eric García. El interino Tusquets dice que hay dinero para acometer su contratación, afirmación harto sorprendente si nos atenemos a alguno de los últimos acontecimientos. El más evidente es que, no hace tanto, el Barça se acogió a un ERTE, lo que plantea alguna que otra duda desde un punto de vista ético o moral. Desde un plano meramente teórico, cabe preguntarse si una junta gestora debería siquiera plantearse tal cosa, por más reuniones que organice con los candidatos a la presidencia o por mucho que Ronald Koeman solicite su incorporación.
Al carro se ha subido Víctor Font, que ha olido la sangre agitada del socio más bullanguero, ese que anhela fichajes por encima de cualquier otra consideración, mientras Joan Laporta y Toni Freixa parecen más partidarios de esperar a que García termine su vinculación contractual con el Manchester City y recale en el Camp Nou sin mayor desgaste para unas arcas que, aseguran quienes las han visto, pueden derretir las caras de quién se acerque demasiado, igual que en aquella película de Indiana Jones. Por seguir con la nadería y el refranero, hasta un reloj averiado da la hora correcta dos veces al día, incluidos los derretidos de Dalí, y eso es lo mejor que se puede decir ahora mismo de una junta gestora que llegó para pilotar la transición y corre un serio riesgo de morir en la cama: no serían los primeros y puede que tampoco sean los últimos, menudos somos en este país a la hora de apalancarnos.
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