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Australia es el reino de Djokovic

El número uno desmonta a Medvedev (7-5, 6-2 y 6-2, en 1h 53m) y logra su noveno título en Melbourne, el tercero consecutivo. Con 18 grandes, vuelve a comprimir de pleno la pugna con Nadal y Federer (20)

Novak Djokovic celebra su victoria en Melbourne, este domingo.
Novak Djokovic celebra su victoria en Melbourne, este domingo.DAVID GRAY (AFP)
Alejandro Ciriza
Open de Australia - final -
Novak Djokovic
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Daniil Medvedev
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Novak Djokovic se lleva el dedo índice hacia la sien. “Cabeza, cabeza, cabeza”, se dice. Lo hace después de ofrecer un recital de juego y temple, tras desmontar a Daniil Medvedev en una final que se preveía más ajustada y que, contra todo lo escrito y pronosticado en la antesala, el número uno ha resuelto con maestría para elevar su noveno cetro en Melbourne: 7-5, 6-2 y 6-2, en 1h 53m. Es el tercero seguido en el grande australiano y el octavo de las once últimas ediciones, y contiene el aderezo histórico que comprime la gran carrera histórica: son ya 18 grandes. El serbio, pues, se sitúa a solo dos de Rafael Nadal y Roger Federer, ambos con 20, y dibuja un escenario fascinante para lo que resta de temporada.

En Australia, la vida sigue igual.

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De la misma forma que París es de Nadal y Londres de Federer, el primer major del curso está bajo el protectorado de Djokovic. Nadie se desenvuelve en las Antípodas como el serbio, un prodigio de elasticidad y saber guerrear, soberbio en la lectura de este último triunfo contra un estratega de tomo y lomo como Medvedev. El ruso, una actualización del balcánico por carácter y recursos, otro guerrillero que se las sabe todas, pretendía plantear un duelo áspero con la idea de desestabilizar anímicamente a su rival, pero Djokovic no solo mantuvo el tipo sino que cogió la sartén por el mango rápidamente. Descomprimido Medvedev, se adueñó de la final con soberanía y majestuosidad.

Se adivinaba una partida de ajedrez. Sin embargo, se esperaba mucha más fricción, menor distancia entre uno y otro. A diferencia de otros días en los que la sangre le hierve con facilidad, Djokovic (33 años) abordó el pulso con temple y nervios de acero, mientras que Medvedev, que acostumbra a no pestañear ni inmutarse, sea cual sea la situación, empezó agitado y fue calentándose conforme se inclinó el terreno en su contra. Él no iba a tener ninguna prisa, pero Nole tampoco. ¿Peloteo a 20 golpes? De acuerdo, por qué no. Selección natural: en ese duelo de intercambios kilométricos y reparto de golpes anímicos, el de Belgrado dominó y disfrutó.

Comenzó Nole con un ace, y terminó con una volea. Rúbrica acorde a lo presenciado. Después de un camino plagado de espinas —Tiafoe, Fritz, Raonic y Zverev en el trazado, entre otros—, Djokovic triunfó de nuevo en su pista fetiche y desesperó a un rival que llegaba al cruce montado sobre una racha de 20 victorias consecutivas desde noviembre, 12 de ellas contra tenistas del top-10. Sin embargo, Medvedev acabó de los nervios, reventando una raqueta cuando Nole ya se había hecho con el primer parcial y mandaba por 5-2 en el segundo. En un litigio de revés a revés, se impuso claramente el del balcánico, consistente en el cuerpo a cuerpo y que como hiciera en los compromisos previos edificó su éxito sobre el servicio. Alejado de toda duda, mordió al resto y redujo a escombros el segundo saque del rival, fuera de sí (32%).

De arranque hubo un par de tirones. El primero de Djokovic para marcar territorio, 3-0 en ocho minutos, y el segundo del ruso para decir que él también estaba ahí, 3-3. Un espejismo. Muy serio, el balcánico maniobró con templanza para ir abriendo hueco y, una vez atado el primer parcial, continuó deshilachando el ánimo de Medvedev. El hombre de hielo perdiendo el sitio. Aunque este reaccionó con un break en la apertura del segundo set, Nole, siempre estable, contragolpeó de inmediato y dio un acelerón tremendo para despejar cualquier incógnita. Anotado también el segundo, el resto del partido fue una pasarela de autoafirmación y demostración de que el gran Djokovic está de vuelta.

No ha sido fácil para él. Venía de un periodo complicado, después de aquel pelotazo que le despachó de Nueva York cuando soplaba el viento a su favor y de haber sido desnudado por Nadal en la versión otoñal de Roland Garros. Luego vino la polémica, algunos enredos por la cuarentena de Melbourne y un insinuado intercambio dialéctico con el balear; volvió a estar la diana en pleno torneo, cuando contó que sufría una lesión importante en el costado derecho y barajaba abandonar. Cuestionada la dolencia, fue sobreponiéndose y este domingo acabó coronándose otra vez en la central australiana. Es su reino, es su cortijo.

No pierde allí desde que fuera sorprendido en los octavos de la edición de 2018 por el surcoreano Hyeon Chung. Desde que dejase la primera muesca, en 2008 con 20 años, Djokovic ha coleccionado laureles en 2011, 1012, 2013, 2015, 2016, 2019, 2020 y este último. Medvedev se había impuesto en tres de los cuatro últimos encuentros entre ambos, la última vez en el Masters de noviembre. Pero, inspiradísimo, el rey actual del circuito se adjudicó el título y comprimió la pugna con Nadal (34 años) y Federer (39), situándose a solo dos escalones de los dos. Él y el español se han repartido diez de los últimos once majors; entre los tres, 54 de los últimos 63.

El serbio, además, se aseguró estos días superar el récord del suizo como número uno. El próximo 8 de marzo, acumulará 311 semanas y le adelantará. A sus 33 años, ejerce desde la veteranía y engloba seis grandes por encima de la treintena, compartiendo la plusmarca de longevidad con Nadal. Compitiendo en toda su expresión, anulando y cortocircuitando a un rival tan exigente como Medvedev, el serbio vuelve a pedir pista y advierte: contra viento y marea, él estará ahí siempre. Con uñas y dientes.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

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