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Alienación indebida
Columna
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Delitos y faltas en el Barça

Mientras la fundación azulgrana promovía un programa para combatir el 'bullying', una empresa contratada por el club practicaba el acoso cibernético

Rafa Cabeleira
Josep Maria Bartomeu, en la presentación de Quique Setién.
Josep Maria Bartomeu, en la presentación de Quique Setién.NurPhoto (Getty Images)

Para tratar de comprender cómo se gestiona el Barça actual basta con fijarse en la siguiente paradoja: mientras su Fundación promovía un programa en las escuelas para combatir el bullying, una empresa contratada por el club practicaba una suerte de acoso cibernético contra futbolistas de la primera plantilla, leyendas, opositores a la actual directiva, periodistas, Antonella Roccuzzo y un tuitero de Lugo. “La comedia es tragedia más tiempo”, decía el personaje interpretado por Allan Alda en Delitos y faltas, así que no tengan ningún reparo en reírse —si les apetece— pese a la extrema gravedad del asunto. Un detalle más que invita a tomarse con cierta flema lo sucedido: cuando los compañeros de la Cadena Ser se pusieron en contacto con el club, antes de difundir la noticia, ninguno de sus interlocutores trató de rebatirla y se optó por intentar ablandar el corazón de los periodistas con un lánguido: “Bartomeu no se lo merece”.

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Se podría debatir largo y tendido sobre lo que se merece o deja de merecer el actual presidente de la entidad. Incluso se podría discutir, también, si el Barça se merece o no a un presidente como Josep Maria Bartomeu, pero ninguna de estas controversias viene demasiado al caso. No estamos ante una cuestión de merecimientos, sino de responsabilidades. Y, al menos hasta el momento, nadie parece dispuesto a asumir la suya en un club demasiado acostumbrado a este tipo de renuncias: nunca nada es culpa de nadie, como en esas pequeñas catástrofes de guardería donde se muere el pez mascota o desaparece misteriosamente la plastilina. Ante la contundencia de las pruebas aportadas, los principales responsables del club han optado por ponerse de perfil, Gerard Piqué califica de títere a un periodista en Twitter, Messi se muerde la lengua en una entrevista, algunos de los afectados estudian las medidas legales a adoptar y el mundo entero se frota los ojos ante un nuevo ensayo de demolición interna que solo sirve, siendo muy generoso en el análisis, para demostrar la fortaleza inquebrantable de un sentimiento.

Más allá de lo tangible, que es una —carísima, por cierto— intención de desprestigiar a ciertas personas mediante el abuso en las redes sociales, ya veremos por parte de quién, subyace un miedo aterrador a la crítica que no es exclusivo de los actuales dirigentes del Barça. Hace unos años, con motivo de 75 aniversario de la fundación del Pontevedra C.F, se celebró en la ciudad una charla que llevaba por título “La relación de los medios de comunicación con el poder”, moderada por el periodista Xabier Fortes. Allí se reunieron grandes nombres del oficio que fueron diciendo la suya mientras una señora —desconocida para ellos, claro está— iba ganando posiciones entre el público hasta terminar subida al escenario y tomando asiento junto a uno de los ponentes. “Tienes 30 segundos”, le espetó visiblemente enfadada cuando este se disponía a hacer uso del turno de palabra. La mujer en cuestión era Lupe Murillo, presidenta del histórico equipo local, quien con su gesto se encargó de escenificar la pulsión inquisidora con que los dirigentes de nuestro fútbol acostumbran a enfrentar las opiniones incómodas. Volviendo a Delitos y faltas, esa complicada relación entre poderosos y discrepancia se podría resumir en otra de las grandes frases de la película, esta vez en boca del personaje interpretado por el propio Woody Allen: “Le quiero como a un hermano. Como Caín a Abel”.

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