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TENIS | US OPEN
Columna
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La mayor plasticidad del tenis femenino

Disfruté más de la final de las chicas que la masculina, porque con ellas todavía es posible apreciar la calidad estética de los golpes y cierta duración de los puntos

Azarenka devuelve de revés durante la final contra Osaka en Nueva York.
Azarenka devuelve de revés durante la final contra Osaka en Nueva York.Seth Wenig (AP)
Toni Nadal

Justo antes de centrarnos en la temporada sobre tierra batida que se inaugura esta semana en Roma, toca hacer balance del US Open 2020 que, por muy insólito que haya sido, deja dos admirables y justos vencedores, tanto en el cuadro femenino como en el masculino. Es curioso que ambas finales siguieran un guion paralelo. El contendiente que, de entrada, era menos favorito se adelantaba en el marcador para obligar al adversario a una remontada que, como suele suceder, daba una emoción extra al encuentro.

En la final femenina, Victoria Azarenka se adelantaba en el marcador por un set a cero, dos juegos a cero en el segundo set y con bola para conseguir el 3-0. De haberlo conseguido, creo que la recuperación se le hubiera puesto demasiado cuesta arriba a Naomi Osaka. Como no fue así, la japonesa aprovechó el momento y lo convirtió en el punto de inflexión que la llevó a anotarse el segundo parcial, el tercero y el título.

Probablemente, disfruté más esta final que la masculina. En el tenis femenino todavía es posible apreciar la plasticidad de los golpes y cierta duración de los puntos.

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El encuentro entre Dominic Thiem y Alexander Zverev, en cambio, no me resultó de los más brillantes. Y no fue por la falta de calidad de ambos jugadores, que me parece indiscutible, sino por la imparable transformación que ha sufrido el tenis actual. Imparable, si no se toman medidas. Estamos obligados a ver demasiados puntos aburridos para poder disfrutar uno de gran calidad. La velocidad del juego nos impide, en muchas ocasiones, no solo ver la trayectoria de la pelota sino, sobre todo, la belleza de los movimientos de los jugadores, condenados a deformar su estilo para imprimir máxima potencia y aceleración.

Zverev se adelantó por dos sets a cero y 2-1 con break en el tercero, para sorpresa de los que veíamos a Thiem como ligero favorito. Es verdad que el alemán estaba haciendo un buen tenis, pero también lo es que Dominic estaba irreconocible. Hasta tal punto lo percibí así que llegué a pensar que tenía algún problema físico. En el cuarto juego del tercer set todo cambió. Al igual que Azarenka, Zverev fue incapaz de mantener la distancia y resurgió el austríaco.

Su expresión y sus gestos nos devolvieron al jugador cuya capacidad de lucha y entrega en cada golpe lo señalan como uno de los dignos sucesores de los tres tenistas que han marcado la última década.

Finalmente, la fortuna le sonrió a Dominic en un quinto set realmente vibrante. Al alemán le tocó encajar la cara amarga del deporte. Ha disputado la final de un grande, es el segundo mejor jugador del torneo, pero seguro que se ha ido de Nueva York con una profunda sensación de tristeza. Un partido que se escurre de esta ajustada manera es difícil de olvidar.

Thiem, en cambio, habrá ignorado ya sus dificultades al inicio del partido y habrá volado de regreso a Europa con renovada confianza para encarar la temporada de tierra, superficie en la que ya destacó sobradamente en las pasadas temporadas. Espero que no remate su consagración demasiado pronto, por la cuenta que nos trae.


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