Se mueve el fútbol y nos mueve a todos
Nada de lo que veremos en los próximos 110 partidos será igual que lo anterior, excepto la primera piedra del juego: dos equipos, 22 jugadores y un árbitro
El gran festival del fútbol comienza el jueves en España, con el derbi sevillano, un duelo fragoroso que en esta ocasión estará privado de gente en el viejo Nervión. No hay partido que defina mejor este momento. Desde que el fútbol es fútbol, la expresión masiva del ardor popular se ha representado en las tribunas de los estadios, pero ahora abandona los graderíos para diseminarse, vía televisiva y puertas afuera, por la atmósfera sentimental de las hinchadas.
Se inaugura una época, previsiblemente corta, de emociones asépticas, paradoja de casi imposible solución que el fútbol se encarga de resolver con su facilidad para explotar nuevas alternativas. Ninguna es más apetecible en estos momentos que su tremenda eficacia como factor de entretenimiento. Nada es más emocionante en estos tiempos que distraerse de las preocupaciones que nos angustian. Vuelve a manifestarse, por tanto, la camaleónica naturaleza del fútbol, capaz de adaptarse a todas las circunstancias novedosas que encuentra y obtener ventajas apreciables. Se avecina la nueva normalidad, o lo que sea, y este viejo juego vuelve a resultar imprescindible, hasta el punto de alimentar una peculiar sensación: cuando el fútbol se mueve parece que nos movemos todos.
En esta situación inaudita, y desde luego temible, LaLiga ha actuado con coraje y decisión. Cuando las estadísticas no invitaban al moderado optimismo que se aprecia ahora, Javier Tebas aseguró que volverían los partidos y se completaría la temporada, un objetivo irrenunciable. De lo contrario, al marasmo de las competiciones sin finalizar se añadirían unas consecuencias legales de alcance imprevisible.
Nada de lo que veremos en los próximos 110 partidos será igual que lo anterior, excepto la primera piedra del juego: dos equipos, 22 jugadores y un árbitro. Con ese pequeño material se empezó a construir el deporte que ha conquistado el planeta. En muchos aspectos, el fútbol regresa a su origen minimalista, al puro enfrentamiento en un rectángulo de hierba.
De alguna manera, LaLiga ingresa en un limbo feliz, escenario más preparada para la especulación que para las certezas. ¿Se puede homologar lo que sucederá a partir de ahora con lo que ocurrió hasta la suspensión del campeonato? ¿Qué equipos se benefician del periodo de confinamiento y cuáles salen perdiendo? ¿Qué efecto producirá la gran densidad de partidos en apenas 35 días? ¿Cómo influirá la variación en el número de cambios permitidos? ¿Qué respuesta ofrecerá la altísima cantidad de jugadores —el 23% de la Primera División— que terminaban contrato el 30 junio y ahora competirán hasta el 19 de julio? ¿Registrará la ausencia de público el mismo efecto que en Alemania, donde el vacío ha acentuado la división jerárquica? ¿Será cierto que LaLiga tiene una identidad propia y producirá una respuesta distinta de la que vemos en la Bundesliga?
Las preguntas son incesantes, porque nunca se ha vivido un momento como éste. Es posible que este episodio insólito, provocado por un virus veloz como un relámpago, se utilice como laboratorio para calibrar nuevas variaciones en un juego que cada vez se distancia más de su vieja y sencilla estructura. No sabemos si los cinco cambios llegarán para quedarse, si los partidos se fragmentarán en más tiempos que los dos actuales y si algunos de los nuevos experimentos virtuales tendrán recorrido en el futuro.
Se pensaba que era un momento angustioso para el fútbol —Andrea Agnelli lo calificó como el más dramático de su historia cuando se suspendieron las competiciones en Europa— y se temía un desplome económico de magnitud irreversible. No tiene esa pinta. El mercado se achicará y la contracción afectará, quizá positivamente, a un modelo descontrolado y salvaje. Pero lo fundamental parece salvado: el fútbol vuelve y la gente agradece más que nunca su optimismo contagioso.
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