_
_
_
_
_
pista libre
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El pasteurizado regreso del fútbol

Para los jugadores significa una vuelta a la actividad llena de cautelas, sobre ellos descansa un desafío gigantesco; si lo superan, la buena noticia excederá los límites del deporte

Santiago Segurola
Vista el Eibar-Real Sociedad a puerta cerrada.
Vista el Eibar-Real Sociedad a puerta cerrada.AFP (AFP)

El fútbol sabe de dónde viene, pero no sabe dónde se adentra. En algunos países —Alemania, Italia, España, Portugal y casi con toda seguridad Inglaterra— ha decidido aventurarse en un territorio incierto. Quieren terminar los campeonatos. La economía aprieta. En otros, ha declinado el desafío. Francia, Holanda, Bélgica y Argentina prefieren clausurar definitivamente la temporada. Dos opuestas aproximaciones a una crisis acuciante, visión dispar que refuerza la condición del fútbol como metáfora de la realidad.

Los futbolistas regresaron ayer a una somera y pasteurizada actividad, minuciosamente pautada, tras recibir luz verde del Gobierno para incorporarse a la fase cero, trampolín inicial de las etapas previstas en el acceso a un sucedáneo de normalidad. A este destino se le ha bautizado como nueva normalidad. Lo que signifique ese concepto es tan misterioso como el virus que lo ha provocado.

Al campeonato español le quedan 11 jornadas y 110 partidos por delante. Existe la voluntad de jugarlos antes de agosto. Los partidos serán emitidos por televisión y no habrá público en las gradas. Hay un precedente cercano. Aplazado en su día por el riesgo que provocó el derrumbe del vertedero de Zaldivar, el Eibar-Real Sociedad se disputó sin gente en Ipurua, por orden gubernativa, dos días antes del cierre temporal de la competición.

El 13 de marzo, España registró 31 muertes por la covid-19. Habían fallecido 133 personas desde el primer deceso. El número de casos acumulados hasta entonces ascendía a 5.323. Aquel día, Trey Tompkins, baloncestista del Real Madrid, dio positivo. El club cerró las instalaciones de entrenamiento y ordenó la cuarentena de las plantillas de fútbol y baloncesto. LaLiga comunicó esa mañana el aplazamiento del campeonato durante dos semanas. El cierre sine die se anunció 10 días después.

Se confirmaron los peores pronósticos de una pandemia atroz. Resulta imposible calcular sus consecuencias, que en el fútbol se insinúan draconianas. Intenta regresar apremiado por las urgencias económicas, que colocan a muchos clubes en una situación casi insostenible. La televisión es el único respirador posible para la mayoría, antes de enfrentarse a un futuro que se parecerá poco al pasado.

Cuando llegue, la ansiada vacuna no devolverá a los clubes a su alegre y despreocupado estado anterior, caracterizado por el desparrame inflacionista. Los tiempos de champán y rosas se han acabado. No faltará la tentación de revivirlos, pero durante un buen periodo se impondrá el pragmatismo, la obligada austeridad a la que obligará esta gigantesca crisis mundial.

El fútbol español vuelve de puntillas, 52 días después del inicio de la reclusión. El coronavirus ha causado oficialmente 25.500 muertos. Las infecciones detectadas se elevan a 218.000. España es el segundo país con más casos y el cuarto en fallecimientos. Esto es lo que sabe el fútbol antes de reanudar su actividad. Por delante tiene 110 partidos a disputar en junio y julio.

Cada encuentro exigirá un mínimo de personas que lo convierta en operativo para competir y para su emisión televisiva. El protocolo de urgencia de LaLiga reduce esa cifra todo lo posible. Probablemente, la cifra se situará alrededor de 150 personas por partido. Es decir, 1.500 por jornada. Cerca de 17.000 en total, si se completa la temporada.

Para los jugadores significa un regreso a la actividad lleno de cautelas, por lo significa la amenaza de la covid-19, por los efectos físicos del confinamiento y el estrés de la vuelta en unas condiciones muy poco naturales, primero a los entrenamientos, que adquieren el aire esterilizado de los laboratorios, y luego a los partidos. Sobre ellos y en este territorio desconocido descansa un desafío gigantesco. Si lo supera, la buena noticia excederá los límites del fútbol. Será un notición para todos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_