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Mauro Silva: “Falcão era la elegancia”

El excentrocampista brasileño aprendió el oficio de su compatriota, que luego le convocó para la Canarinha

Falcao durante el encuentro Italia-Brasil del Mundial de España.
Falcao durante el encuentro Italia-Brasil del Mundial de España.Diario As

Cuando el meritorio recibe la confianza de su ídolo, brota el orgullo. “Que me convocase para jugar por primera vez en la selección de Brasil alguien tan talentoso y que jugaba en mi misma posición me hizo pensar que algo estaba haciendo bien”, recuerda el excentrocampista Mauro Silva. El próximo diciembre se cumplen 30 años de su primera llamada para la Canarinha. El seleccionador era Paulo Roberto Falcão, el jugador al que admiraba cuando era un adolescente.

“Falcão era la elegancia, no hacía apenas faltas. Era un futbolista limpio, con mucha clase”, retrata Mauro Silva en una imagen que logró replicar a lo largo de su exitosa carrera. Aunque sus características no fuesen exactamente las mismas. Mauro trabajaba por delante de la zaga; Falcão también, pero tenía capacidad para desplegarse hacia el área rival. Podía jugar como segundo volante, con Cerezo en el Mundial de 1982 que le guardaba las espaldas, o con Elzo cuatro años después. “Aprovechaba su talla [1,83m] en el juego aéreo y su buen disparo desde la frontal”, describe Mauro. Inolvidable aquel gol, con descarnada celebración, en Sarrià en un memorable duelo mundialista contra Italia el 5 de julio de 1982. Muchas cosas cambiaron para Brasil tras aquel partido, que perdió 2-3, con un triplete de Rossi, pero nadie lo olvida. Tampoco el crío de 14 años que vio el encuentro por televisión. “A todos nos marca, incluso hoy, aquel equipo por su estilo, su estética, por la planta de aquellos jugadores… Pero entonces nos dimos cuenta de lo difícil que es ganar un Mundial. ¡Aquel equipazo no fue capaz de hacerlo!”

Mauro lo ganó en 1994. Alzó la copa dorada al cielo de Los Ángeles, la ciudad a la que había acudido casi cuatro años antes tras recibir la llamada de Falcão, que hacía sus primeras armas no solo como seleccionador sino también como entrenador. Apenas tenía 37 años y sus botas llevaban cuatro colgadas tras una efímera estancia en el São Paulo, el cierre a su carrera de corto tras regresar de la Roma, donde ganó una Liga, dos Copas y se quedó a una tanda de penaltis de levantar una Copa de Europa que se fue a Liverpool en 1984.

Falcão marcó un camino en un tiempo en el que en el viejo continente se admiraba el talento del futbolista brasileño, pero se desconfiaba de su capacidad para adaptarse a otro ritmo de juego. Con el tiempo, nadie como Mauro Silva sublimó el mestizaje: se convirtió en una suerte de mediocentro global capaz de aunar lo mejor de las dos escuelas.

Pero en aquella primera experiencia con la Canarinha, el joven Mauro tuvo que dejar al lado la visión del ídolo y enfocar la de la persona, la de su jefe: “Conocí a alguien muy atento a los detalles. Muy exigente. En los viajes siempre teníamos que ir de traje. Con corbata. En los aviones daba margen si acaso para aflojar un poco el nudo, pero tampoco mucho. Luego interpretaba muy bien el juego y para alguien que quería crecer como mediocentro era muy interesante”.

En aquella primera convocatoria, para un duelo contra México, Mauro se quedó en el banquillo. En la siguiente, en marzo de 1991, se estrenó como titular. Fue contra Argentina en el Gigante de Arroyito, el feudo de Rosario Central. Gradas atestadas, pero el novato no se arredró y las crónicas le señalaron como el mejor de su equipo tras un vibrante empate a tres. Entonces Mauro Silva era el mediocentro del Bragantino, un modesto que había sorprendido al ganar el campeonato paulista con Wanderley Luxemburgo en el banquillo.

“Yo nunca había escuchado hablar ni de A Coruña ni del Deportivo”, refiere Mauro, que fue indiscutible en la Copa América de 1991, el epílogo de Falcão al frente de la selección. Menos de un año después Mauro firmó, sobre una camilla del estadio de Pacaembú, un contrato que acabó por unirle al club gallego y a la ciudad. El Deportivo acababa de regresar a Primera y peleaba por una permanencia que aseguró en una agónica promoción contra el Betis. Sin haberla logrado, un dirigente audaz, Augusto César Lendoiro, acudió a São Paulo para rubricar el acuerdo con el jugador y adelantarse a la Roma. Mauro no cerró el círculo que marcaba el paso de Falcão, pero trazó otro no menos perfecto: hoy, en A Coruña, 20 años después de aquella Liga ganada el 19 de mayo de 2000, tiene una calle con su nombre.

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