La hora de los mejores
Nos enfrentamos a uno de los partidos más complicados de nuestras vidas y debemos exigir a nuestros gobernantes que escojan, ahora y siempre, a los más preparados
Lo más difícil del confinamiento al que nos vimos obligados millones de españoles fue, sin duda, el terrible drama humano que vivimos a diario, protagonizado por los fallecidos, en primer lugar, pero también por los familiares y todo el colectivo sanitario que, a pesar de saber que no contaban con las suficientes medidas de protección, dieron y siguen dando gran muestra de valentía y solidaridad. Jamás les estaremos suficientemente agradecidos. Y, sin embargo, hemos librado una primera batalla nada más. Ahora debemos acometer la desescalada para toparnos de frente con una realidad muy complicada. No nos hemos desprendido, ni lo podremos hacer en mucho tiempo, de la incertidumbre, la preocupación y las consecuencias que ya están padeciendo muchas familias y casi todos los sectores de la sociedad.
En el ámbito deportivo, y en el tenis en particular, la desazón y la preocupación son importantes. No solo están afectados los deportistas de élite y las grandes competiciones. Los clubes deportivos, los torneos de la ITF que juegan los chavales jóvenes o los del circuito de menor envergadura se ven asolados de igual manera. Detrás de cada uno de ellos están los grandes esfuerzos de los promotores y de todas las pequeñas empresas implicadas en su celebración, desde servicios de restauración, lavandería, hoteles, empresas de transporte y un largo etcétera. La onda expansiva es tan acaparadora en el deporte como en cualquier otro ámbito de la sociedad.
Los deportistas profesionales han sufrido también, como en otros ámbitos, desde luego, la aplicación de algunas medidas algo difíciles de entender, como el hecho, en un momento dado, de que los jugadores de fútbol y baloncesto pudieran retomar sus entrenamientos y, en cambio, no pudieran hacerlo los que practican deportes individuales como el ciclismo, el atletismo o la natación.
Las normas matizadas, explicadas de nuevo, algo incongruentes o incluso rectificadas han sido una nota repetida en la fase de desescalada y, a mi entender, estos titubeos han contribuido a incrementar un problema que no es nuevo de ahora ni tan solo propio de la situación extrema que estamos viviendo: el poco crédito que venimos dando desde hace ya demasiados años a los dirigentes.
Estaremos de acuerdo en que Vicente del Bosque gozaba de la total confianza de sus jugadores cuando condujo a la selección española a levantar el Mundial de fútbol. Los méritos atesorados y su valía ampliamente demostrada durante muchos años, junto a un talante de incuestionable generosidad, lo llevaron a poder reclamar la entrega de sus jugadores en el momento más comprometido.
En estos momentos, más que nunca, creo que necesitamos a la gente más preparada y capaz, los que nos generen una mayor confianza a todos. Solamente los mejores en cada ámbito tendrán autoridad para reclamarnos el ingente esfuerzo que nos tocará hacer, uno por uno y cada cual en su ámbito. Y es que éste es un hecho que nos concierne a todos los ciudadanos, tan fanatizados como las formaciones políticas a las que emulamos en esta escalada tan irresponsable como dañina.
Hoy día, cuando uno se atreve a hacer una mínima crítica, saltan enseguida las hordas de demócratas de turno que no aceptan la más pequeña disidencia, con una escalada de insultos contra el que perciben siempre como un enemigo. Deberíamos, de una vez, abandonar esta práctica infantil y destructiva de aplaudir fervorosamente a los que comulgan con nosotros y defenestrar todo lo que hacen los otros, que no aciertan nunca ni por equivocación.
Nos toca enfrentarnos, probablemente, a uno de los partidos más complicados de nuestras vidas. Es necesario jugar con los entrenadores y jugadores más preparados. Los más aptos y generosos serán los únicos capaces de sacar lo mejor de la afición. No es un tema de color político, pero debemos exigir a nuestros gobernantes que escojan, ahora y siempre, a los mejores.
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