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El juego infinito
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Vinicius contra la decadencia

El brasileño puso el voltaje más alto del clásico con el entusiasmo combativo propio del que asalta una y otra vez la trinchera. Provoca una agitación futbolística y ambiental que son como latidos en el corazón ahora titubeante del equipo y la afición

Jorge Valdano
Jorge Valdano

Perder contra los peores. El clásico tuvo un aire decadente, como si el tiempo le hubiera pasado por encima. Especialmente en un primer tiempo carente de atrevimiento y emoción. Cristiano, en un palco, hacía física la nostalgia de tiempos mejores. Messi, por su parte, no aporto ningún milagro de esos que te hacen sentir especial solo por el hecho de presenciarlo. En lo colectivo el Barça se refugió en el balón, pero la última jugada era siempre idéntica a la anterior, con la inevitable sensación de película ya vista. El Madrid, por su parte, quería rebelarse, pero el peso de las últimas frustraciones lo mantenía cauto, como si temiera recibir el golpe definitivo de la temporada. Después del partido, Piqué dijo que en el primer tiempo el Real Madrid fue “el que me dejó peores sensaciones desde que estoy aquí”. Dato terrible… para el Barça, que no supo aprovecharlo.

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El niño y el uy. El segundo tiempo empezó parecido, con el Barça escondido detrás de la pelota y el Madrid a la espera. Pero un “uy” lo cambió todo. Un entrenador amigo me dijo que un “uy” en el Bernabéu equivale a cuatro goles en cualquier otro estadio. Quizás. Lo cierto es que un tiro de Isco al que Ter Stegen respondió con una parada prodigiosa, apretó el interruptor de un partido nuevo y eléctrico. El voltaje más alto lo puso Vinicius, al que le sigue resultando corta la distancia entre cualquier punto y el área rival, y larga la distancia entre el área y la portería. Pero hay que reconocer que ese entusiasmo combativo propio del que asalta una y otra vez la trinchera, provoca una agitación futbolística y ambiental que son como latidos en el corazón ahora titubeante del equipo y la afición. Que lo provoque un chico de 19 años atenuó, en parte, la sensación de decadencia.

La fuerza del impacto. Después de meses en la oscuridad, a Mariano le tocó iluminar el tiempo de descuento del clásico. Zidane lo puso para perder tiempo y Mariano entró para ganarse el puesto. Tan en serio se lo tomó que a los cuarenta segundos marcó un gol que sellaba el triunfo. El entrenador había conseguido su objetivo y el jugador también. Pero el episodio le puso acento a la velocidad y al impacto, dos enfermedades de estos tiempos. Lo que hace algunos años hubiera sido una anécdota, ahora se eleva a categoría. El gol desató preguntas del tipo: ¿Cómo no es titular? ¿Se ha cometido una injusticia con Mariano? ¿Su relación con el futuro será la misma a partir de ahora? Preguntas todas ellas lícitas, porque si Mariano sigue marcando goles al ritmo de uno cada cuarenta segundos, en noventa minutos marcaría más de cien, lo que en términos prácticos ayudaría, por ejemplo, a remontar frente al City. ¿A que parece ridículo? No descartemos que lo sea.

La fe de los héroes. En el Getafe los jugadores tienen la orden de matarse por el equipo y la cumplen a rajatabla. Son esforzados y respetan tres mandamientos sagrados: no perder la pelota en la zona de iniciación, intentar recuperarla en la zona de definición y, si no se logra, interrumpir el juego para que el rival tenga que empezar de nuevo. Atrás son tajantes como el que quiere terminar una discusión; todos, en la disputa, traban con el alma antes que con las piernas; y arriba tienen talentos complementarios que, barajados con sentido de la oportunidad, desequilibran de diversas formas. El Getafe hace muchas faltas y en sus partidos hay poco tiempo de juego efectivo. Datos de la realidad que a Bordalás no le gusta escuchar. Pero eso no le quita heroísmo al equipo más indomable de la Liga y, a este paso, de Europa.

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