El futbolín más caro del mundo vale 80.000 euros
Una empresa belga se lanza a vender obras de arte con el fútbol como inspiración
Una obra de aluminio y cuero a razón de 80.000 euros más IVA. El tono plateado del futbolín más caro del mundo es lo primero que se ve al entrar en la tienda. No en cualquier tienda. Es la Maison Degand, una de las mecas del lujo en Bruselas. Camisas de 600 euros, zapatos que rara vez bajan de 1.000, trajes a precio de coches. Rodeado de prendas de vestir cuidadosamente esculpidas a mano, ahí está, con sus más de 100 kilos de peso, el futbolín, resultado de seis meses de trabajo del escultor francés Stéphane Cipre.
El origen de todo está en Jacques Lichtenstein. Agente de futbolistas desde hace 26 años, un día miró alrededor y se encontró el vacío. Los armarios están llenos de camisetas de equipos de fútbol. Los clubes estampan su escudo a los productos más inverosímiles. Los cronistas comparan las genialidades sobre el campo con obras de arte. ¿Dónde están los cuadros y esculturas que den forma a esa riada de sentimiento?, solía preguntarse.
Hace un año, Lichtenstein compartió su extrañeza con el internacional belga del PSG Thomas Meunier, uno de sus representados. Juntos fundaron Play it art, una empresa para crear y vender obras de arte con el fútbol como reclamo. La idea es simple: cuando un artista les gusta, le piden una pieza dándole total libertad creativa. Por ahora cuentan con siete creadores, entre ellos el grafitero catalán GR170, y unas 25 obras, tan variadas como portadas de periódico reformuladas a 14.900 euros, campos de fútbol hechos con neones o imágenes de barbies futbolistas a 19.900 euros.
Stéphane Cipre eligió el futbolín. Como explica por teléfono, le atrae la idea de que su futuro dueño interactúe con el arte. Pero no todos son partidarios de ponerse a dar pelotazos con un juguete de 80.000 euros. Lichtenstein asegura que si él fuera el comprador, no dejaría que nadie lo tocara. Las sensaciones al jugar son las mismas que en cualquier otro futbolín, aunque en la tienda, al estar inclinado para su exposición, no es fácil llevar la bola al fondo de la portería.
Dentro del rectángulo de juego, Cipre ha dejado varios detalles. Sobre las gradas laterales aparecen inscritas profesiones como políticos, cantantes, modelos o empresarios, como si de una inmensa zona vip se tratara. En las del fondo coloca a adolescentes y seguidores de a pie. Cada jugador lleva en el cuerpo su nombre. La selección del artista incluye a Sergio Ramos, Messi, Puskas, Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona. No está Cristiano Ronaldo.
Su elevado precio, similar al de un piso en determinadas zonas de España, puede hacerle pasar por un caro capricho para ricos. Lichtenstein prefiere calificarlo como el regalo ideal, una forma de decorar la casa para fanáticos del balón o una inversión con potencial de revalorización. Cipre ya trabaja en un segundo ejemplar, pero para preservar su exclusividad se construirán un máximo de 10.
"Vino un interesado desde las Ardenas para verlo", interviene Pierre Degand. Dueño de la boutique desde hace 35 años, está habituado a tratar con la aristocracia. Hace 10 días, el rey Alberto, padre del actual monarca, vino a renovar su vestuario. Mientras fuma y acaricia a su perro, Degand explica que aceptó exponer el futbolín por su amistad con Lichtenstein —el resto está en la sede de Play it art—, si bien está previsto que las obras viajen por Europa y América en busca de compradores.
La relación entre cultura y fútbol no siempre ha sido amistosa. "El fútbol es popular porque la estupidez es popular", dijo el escritor Jorge Luis Borges. Lichtenstein prefiere recordar los carteles de Joan Miró para el Mundial de España 82. Y ve en el arte futbolero un nicho de mercado virgen. "Siempre será un deporte popular, pero la gente que va a la ópera, el teatro o los museos hoy también va al estadio, y ya no les molesta que se les asocie al fútbol".
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