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dale nomás
Columna
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El juego soñado

Menotti, Pékerman y hasta Maradona se inclinaron ante el 'Trinche' Carlovich, un futbolista desconocido que no iba a entrenar y, a veces, tampoco a jugar

Enric González
Tomás Carlovich.
Tomás Carlovich.

El fútbol más sublime fue siempre el de las retransmisiones radiofónicas. Las de antes, cuando no existía televisión y las imágenes de las mejores jugadas no se repetían hasta el infinito. Salvo para los afortunados que podían acudir al estadio, ese fútbol se imaginaba. Se soñaba. En él cabía cualquier exageración. Jugadores como Didí, Walter, Labruna, Sívori, Meazza y tantos otros forman parte de una categoría onírica, muy especial: solo sabemos lo grandes que fueron porque hay testigos que lo aseguran.

Por encima de esa categoría onírica, la de los héroes sin imágenes, hay una persona. Seguro que han oído hablar de ese futbolista grandioso del que nadie oyó hablar. El mejor de todos los tiempos. Ese ante el que se inclinaron Menotti, Pékerman y el mismísimo Maradona. Efectivamente, se trata del Trinche Carlovich. Quienes le vieron jugar narran prodigios. Por desgracia, le vieron pocos: desarrolló sus 15 años de carrera en categorías secundarias y terrenos pedregosos.

Tomás Carlovich nació en Rosario el 19 de abril de 1946. Su padre era un fontanero croata y él fue el último de siete hermanos. Se crió en una casita modesta del barrio rosarino de Belgrano y hoy, a los 72 años, sigue viviendo bajo ese mismo techo. Debutó en Rosario Central, de Primera, con el que jugó un encuentro. Luego pasó a Central Córdoba de Rosario (Segunda B y C), el club de su vida; a Independiente Rivadavia (Liga Mendocina), a Colón (Primera), de nuevo a Central Córdoba, a Deportivo Maipú (Liga Mendocina), otra vez a Central Córdoba y finalmente a Newell´s de Cañada de Gómez (Liga Cañadense).

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¿Por qué su trayectoria fue tan discreta? Porque no iba a entrenar. Porque a veces tampoco se presentaba a jugar. Porque no le interesaban ni el técnico, ni el rival, ni el público, ni el resultado, ni el dinero. El Trinche jugaba para disfrutar. Eso es todo. Su leyenda se construyó sobre testimonios y sobre un encuentro amistoso, el que la selección argentina que acudía al Mundial de 1974 disputó contra un combinado de Rosario. El combinado constaba de cinco futbolistas de Central, cinco de Newell´s y un melenudo grandullón de Central Córdoba. El desconocido de Central Córdoba jugaba de 5, el centrojás que mueve al equipo. Cuando acabó la primera parte, el combinado ganaba 3-0 a la selección nacional y Carlovich había dado tal baño a sus rivales que Vladislao Cap, el seleccionador, rogó que le retiraran para evitar que las estrellas del fútbol argentino viajaran desmoralizadas a Alemania.

El Trinche Carlovich era lento. En Rosario siempre gustaron la lentitud y el virtuosismo. Cuentan que tenía un disparo implacable, una precisión sensacional en el pase, una visión panorámica del juego. Y tenía el doble caño. No puede hablarse del Trinche sin hacer referencia a ese lance: le hacía un caño al rival y, cuando el balón había pasado entre las piernas, lo recuperaba y repetía la maniobra. El pobre contrario se hundía. O le pegaba un patadón. Normalmente, ambas cosas.

Pese a las ofertas generosas, Carlovich rehusó escribir su autobiografía. El periodista Alejandro Caravario acaba de publicar un excelente libro sobre el Trinche subtitulado "Un viaje por la leyenda del genio secreto del fútbol". Carlovich lo cuenta todo, es decir, nada: no recuerda, no le importa, dice que la gente exagera y que no hay para tanto. El libro también revela un posible soborno que empaña el aura de romanticismo que envuelve al "genio secreto". ¿Por qué la leyenda de Carlovich no deja de crecer? Porque, a falta de imágenes, imaginamos su fútbol. Y lo imaginamos maravilloso. Quizá también porque Carlovich pudo ser una estrella y no quiso. En un país como Argentina, que lleva más de medio siglo rindiendo por debajo de sus posibilidades, ese poder pero no querer del Trinche resulta, de alguna forma, íntimamente reconfortante.

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